El pueblo yemenita, al igual que otros de la región, se levantó activamente en 2011 para luchar contra el gobierno represivo pro estadounidense y pro saudita de Alí Abdullah Saleh elevando un clamor por libertad y democracia y su aspiración de mejoramiento de sus condiciones de vida. Este movimiento popular, mal llamado “primavera árabe” por Occidente, torció su rumbo bajo la presión intervencionista de Estados Unidos y Europa quien contó con el invaluable apoyo de las monarquías dictatoriales sunitas del Golfo Pérsico agrupadas en el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG).
Por Sergio Rodríguez Gelfenstein
Tal injerencia posibilitó aplicar la tradicional política gatopardiana de “cambiar todo sin cambiar nada”, destituyendo al ya inútil Saleh, pero manteniendo sin alteraciones la composición de un gobierno, que por décadas, reprimió brutalmente cualquier tipo de organización o manifestación popular, a fin de favorecer los intereses estratégicos de las potencias occidentales en un punto muy sensible del planeta en el que se encuentra ubicado el estrecho de Bab el Mandeb entrada y salida del Mar Rojo hacia el Océano Indico y principal vía de comunicación marítima entre Occidente y Asia.
En ese marco, se realizaron sufragios presidenciales bajo la mirada escrutadora de los países del CCG, a fin de elegir al sustituto de Saleh. En estos comicios, -de muy dudosa transparencia- resultó “vencedor” por “consenso” Abd Rabbo Mansur Hadi quien había fungido durante 17 años como vicepresidente durante el mandato de Saleh
Por su parte, los huthies, aliados del ex presidente Ali Abdulah Saleh al inicio de su mandato en la década de los 80, rompieron con éste debido a que asumieron, -bajo influencia del triunfo de la revolución islámica de Irán en 1979- una posición frontal de rechazo a Estados Unidos e Israel. A partir del quiebre que los enfrentó con Saleh, los huthies desarrollaron cuatro guerras contra éste entre 1990 y 2011
Posterior al apaciguamiento de las movilizaciones populares de 2011, Saleh rechazó la hoja de ruta elaborada por el CCG en la que se propuso la realización de elecciones bajo su supervisión, no obstante, tras sufrir un atentado en el que resultó herido y debió trasladarse a Arabia Saudita para su recuperación, Saleh renunció, aceptando la propuesta del CCG. Este atentado, -en el que estuvo involucrado directamente un alto oficial de las Fuerzas Armadas- se gestó en Arabia Saudita, con el objetivo de apartar del poder a Saleh, quien hasta ese momento se resistía a tal hecho.
En la continuación del plan de acción injerencista diseñado por Estados Unidos y los países de CCG para Yemen, el nuevo presidente realizó lo que denominó “Gran Debate Nacional” del que quedaron excluidas algunas de las más importantes fuerzas políticas del país. Así mismo, se profundizó la crisis económica, política y social, adoptando una serie de medidas que deterioraron aún más las ya precarias condiciones de vida del pueblo, además hizo aprobar una nueva división política administrativa que estableció seis provincias.
Ante esta situación, una gama de fuerzas políticas mayoritarias, incluyendo a los huthies, rechazan las medidas y solicitaron su derogación. Tras la negativa del nuevo presidente de aceptar las demandas populares, se inician amplias protestas pacíficas que son reprimidas brutalmente por el gobierno, produciendo la muerte de varios manifestantes. En estas condiciones, a pesar de los largos años de enemistad, los huthies pactan una alianza con el ex presidente Saleh, quien aún conversa gran influencia al interior de las fuerzas armadas, así mismo otras fuerzas políticas se suman a la alianza, la cual, tras una arrolladora ofensiva toma la capital Saná, controlando alrededor del 70% del territorio nacional, logrando la renuncia del presidente Mansur Hadi.
Con la mediación del Consejo de Seguridad, se intentan negociaciones entre las fuerzas opositoras que se han hecho con el control de la capital y el presidente dimitido. Éste se traslada a la ciudad portuaria de Adén donde establece gobierno, al conmutar su decisión de renunciar, recibiendo el apoyo de Estados Unidos, Europa y el CCG que trasladan sus embajadas a esa ciudad en una clara decisión de apoyo al hasta entonces presidente.
Por otra parte, vale decir que con la excusa de luchar contra el terrorismo, Estados Unidos posee fuerte presencia armada en el país y varias bases militares dislocadas en su territorio. Al Qaeda, que recibió duros golpes en Afganistán e Irak hasta finales del año 2010, trasladó una parte de sus miembros y dirigentes hacía Yemen, Pakistán y a países árabes africanos. En Yemen, contando con el apoyo de miembros de la monarquía saudita iniciaron una guerra de desplazamiento y desestabilización de otras fuerzas, en especial desarrollando acciones en zonas que históricamente han pertenecido a tribus yazidíes, donde se estructuró el movimiento de los Huthies. Así mismo, Al Qaeda, cobró creciente presencia en la región sur del país.
En este contexto, se produjo a finales de marzo, la intervención militar de una coalición de países árabes encabezado por Arabia Saudita. Los huthies han rechazado establecer un diálogo bajo supervisión de la CCG, por considerarlos parte de este conflicto, y han advertido que tras la intervención militar, incrementarán sus acciones armadas hasta lograr el total control del país.
Desde el punto de vista estratégico, la posibilidad de control del Estrecho de Bab el Mandeb por parte de una fuerza de orientación chiita aliada de Irán, el cual ya tiene presencia geográfica directa en el estrecho de Ormuz, el otro paso importante para los súper tanqueros en su ruta desde el Golfo Pérsico hacia Europa y Estados Unidos, genera una situación extremadamente peligrosa para los intereses occidentales. Así mismo, esta situación podría dificultar el tránsito de naves israelíes por el Mar Rojo en caso de que se produzca un conflicto bélico de dimensiones superiores. En tal escenario, habría que considerar la decisión que pudieran tomar las autoridades egipcias que controlan el Canal de Suez. En el trasfondo se generarían profundas contradicciones entre la gran alianza suní-sionista que ha creado Estados Unidos. El reciente acuerdo en las negociaciones entre Irán y el G5+1 (formado por los 5 miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU + Alemania) hace prender las alarmas en este sentido tanto en Israel como en las monarquías sunitas, tal como lo han manifestado sus líderes prácticamente desde el mismo momento en que se dio a conocer el acuerdo.
Durante los primeros días de los ataques aéreos sauditas fueron asesinados un número considerable, pero aún indeterminado de civiles, entre ellos 62 niños según información entregada por UNICEF. Así mismo, un periódico israelí citando al Comandante Amir Eshel de la fuerza aérea sionista, confirmó la participación de la aviación israelí como apoyo a los bombardeos sauditas en Yemen, a partir de una solicitud de los países árabes de la coalición agresora. De igual forma, el lunes 30 de marzo, la Armada estadounidense se unió a los ataques aéreos sauditas, lanzando un misil crucero sobre una brigada de misiles, según informó una fuente militar a la agencia rusa Sputnik. Mientras esto ocurre, Al Qaeda comenzó una gran ofensiva en el sur de Yemen, atacando edificios gubernamentales en la ciudad de Al Mukalla.
A pesar de esto, el jueves 2 de abril, decenas de combatientes de Ansarolá (fuerza militar de los huthies) acompañados por fuerzas tribales, entraron al palacio presidencial Al-Maashiq, en Adén según informaron ciudadanos consultados al respecto. Esta información fue confirmado por la agencia saudí Al Arabiya la cual dio a conocer que los bombardeos sauditas no pudieron impedir el avance de las fuerzas militares huthies. De la misma manera, otras columnas huthies ocuparon la localidad en la que se encuentran las misiones diplomáticas que se han instalado en la ciudad. Los acontecimientos bélicos continúan su desarrollo con pronósticos indescifrables.
Estados Unidos está llevando a cabo un juego peligroso al tratar de mantener su sociedad con la alianza sunita-sionista y al mismo tiempo mejorar sus relaciones con Irán, habida cuenta que ha sido inevitable que tenga que aceptar a éste como interlocutor válido en cualquier asunto del Medio Oriente, en particular en la lucha contra el terrorismo sunita de al Qaeda y el Estado Islámico.
La intervención militar de Arabia Saudita y sus aliados en Yemen, abre nuevos escenarios de conflictos para la región. Los huthies podrían trasladar el teatro de la guerra al propio territorio saudita, lo que traería consecuencias imprevisibles. En esa lógica, es previsible un levantamiento de la mayoría chiita de Bahréin, en la perspectiva de pasar de las protestas pacíficas a la confrontación directa contra la monarquía sunita de ese país, sede de la V Flota de la Armada de Estados Unidos. En estas condiciones, no es despreciable suponer que el escalamiento de este conflicto suponga una elevación de los precios del petróleo, toda vez que podrían ser afectadas, incluso de forma directa, zonas de producción y procesamiento de hidrocarburos,
En estas circunstancias, los actores internacionales, en especial Estados Unidos, tendrán que actuar con extraordinario tino e inconmensurable prudencia, para evitar el desborde de una situación que podría tener repercusiones trascendentales para la región, e incluso para todo el planeta.