Por Bruno Perón
El esfuerzo de los Brasileros por encontrar culpables, responsables y villanos es inconmensurable. Hubo tentativas de anatematizar a la presidente democráticamente electa Dilma Rousseff durante operaciones de investigación y combate a la corrupción. La aventura actual es la de incriminar al estado por su omisión en garantizar los derechos fundamentales de niños y jóvenes en Brasil.
Entiendo que el juguete de las élites el Estado intenta sofocar solo un poco la sobrevivencia de personas marginalizadas. El Brasil fue creado con mano de obra esclava, preconcepciones civilizadoras y desvíos de la corona Portuguesa del “quinto” de oro extraído (*).No es por casualidad que hoy tenemos una sociedad que se desentiende, que no sabe quién ayuda ni quién estorba.
Se reaviva un debate que no estuvo presente en poco más de veinte años : la reducción de la mayoridad penal. Es verdad que diputados empujan un legado de falencia administrativa del Estado en el sentido de dejar de garantizar derechos y asegurar que aumentará el número de encarcelados en Brasil.
Existe consenso de que todos queremos y pedimos una reducción del crimen y la violencia en Brasil. Hasta los mismos criminales, si lo pensaran bien, estarían de acuerdo con mi afirmación.
No obstante, el vaivén del debate sobre la mayoridad penal muestra disenso en cuanto a los medios para obtener tal reducción.
No faltan ánimos incendiarios, tampoco choques entre convicciones.
En lo que se refiere a un debate tan delicado, me parece que los que dicen que el Estado niega garantías de derechos a los niños y jóvenes en Brasil, tienen razón. Con todo debe recordarse que el Estado está lejos de contar con un cuerpo de políticas acertadas, de convergencia de ideas y de moral elevada. En él, también las élites depositan sus dudas y sus fracasos en el sentido de garantizar una calidad de vida satisfactoria para todos.
No es por casualidad que aumenta la población carcelaria, cuyo común denominador es la exclusión y el crimen. Por eso pienso que la reducción de la mayoridad penal no disminuiría la criminalidad en Brasil.
Tal medida solamente gustaría a quienes se benefician de las fallas del sistema en cuanto a garantía de derechos. O sea, es un sistema que primero marginaliza y después excluye.
Luego, una reducción de la mayoridad penal representa sacarle el cuerpo a políticas educativas y la entrada en escena del sistema penitenciario. El Estado descuida la formación de niños y jóvenes, a la vez que las cárceles los corrompen sin piedad. En ese escenario, resulta difícil descubrir dónde está el villano.
La causa de esa dificultad radica en que la cultura de la punición prevalece sobre la de instrucción. Debates sobre cómo evitar que los niños caigan en el crimen existen, pero son escasos, académicos, tímidos, y pocas veces resultan en políticas públicas.
Por eso, percibo que el debate de fondo no es el de la mayoridad penal. Estamos siendo distraídos de aquello que resultaría en medidas verdaderamente útiles. Me refiero a garantizarles a niños y jóvenes Brasileros a que crezcan bien educados, sanos mental y éticamente.
De esa forma, el Estado se librará de ser señalado culpable por las equivocaciones de sus funcionarios y legisladores. La educación es un asunto básico y oscilante. Es preciso la sintonía entre las partes para que los niños y jóvenes brasileros se motiven como ciudadanos de un Brasil en expansión.
Criminales embrutecidos un día se arrepienten y se reforman. Depende de que Ud., lector, considere y desee mejoras. Solo el deseo de mejora ya provoca chispas de cambio.
(*)”Quinto de oro” Tributo a la corona portuguesa por la extracción del metal.