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La casta política vive, sin duda, el mayor descrédito de su historia. Salen a la luz prácticas que por años fueron encubiertas por la prensa en manos del empresariado. La corrupción, el monopolio de los medios de comunicación, y la posibilidad de realizar cambios políticos estructurales y democráticos, mediante una Asamblea Constituyente, son temas latentes en la sociedad chilena. Sobre ellos, conversamos con el historiador Sergio Grez Toso, promotor del Foro por la Asamblea Constituyente. [/quote]
Por Alejandro Lavquén
¿Qué opinión le merece el proceso constituyente anunciado por la presidenta Bachelet? ¿Es otra trampa más?
La propuesta de Bachelet no apunta a permitir el pleno ejercicio de la soberanía popular sino, por el contrario, a impedir que esta se exprese sin restricciones, entregando la conducción y el rol decisivo a las mismas fuerzas sociales y políticas que han administrado y se han beneficiado del modelo neoliberal durante décadas. Aunque aún no sabemos, por ejemplo, en qué consistirán los “diálogos ciudadanos”, quienes lo convocarán ni quienes serán convocados, tampoco quienes harán la síntesis de estos coloquios, el nombramiento “a dedo” del Consejo Ciudadano de Observadores ya es un indicio del carácter controlado y poco transparente de este proceso. No obstante, lo más grave son los altísimos quorom parlamentarios supramayoritarios que la presidenta ha impuesto, entregando las decisiones fundamentales al actual Congreso Nacional, elegido en base al sistema binominal de elecciones, y a su sucesor, supuestamente menos desprestigiado que el que tenemos hasta ahora. Todo ha sido diseñado para impedir cambios sustantivos y para que, finalmente, esto se traduzca en nuevas componendas con la derecha tradicional que, a lo sumo, redundarán en nuevas reformitas constitucionales. No habrá nueva Constitución durante este segundo gobierno de Bachelet. La Nueva Mayoría se escudará, tal como lo hizo su alma mater, la Concertación, en no contar con las mayorías parlamentarias necesarias y llamará a la ciudadanía a votar por sus candidatos a diputados y senadores en las elecciones de 2017 para alcanzar quorom que sabe, de antemano, no logrará. Como hemos sostenido desde el Foro por la Asamblea Constituyente: “Las cuatro alternativas propuestas por la presidenta no son tales puesto que la Asamblea Constituyente ha sido, en realidad, descartada. La inclusión puramente figurativa de la Asamblea Constituyente, además de ayudar a administrar las tensiones en el seno de la Nueva Mayoría (con las cuatro alternativas todos quedan más o menos conformes), aparece como un elemento meramente ornamental destinado a seducir a ingenuos y permitir que el ala “izquierda” de la coalición gobernante pueda seguir manteniendo cierta legitimidad ante sus seguidores”. Hay que desechar ilusiones infundadas y estar dispuestos a dar una lucha prolongada apoyándonos principalmente en nuestras propias fuerzas. Se necesita desarrollar fuerza constituyente, de raigambre esencialmente popular, que obligue a la casta política parlamentaria a ceder y entregar la cuota de legitimidad institucional para la convocatoria a elecciones de una Asamblea Constituyente.
Una de las armas del neoliberalismo es el dominio de los medios de comunicación ¿Cómo ves el rol de los medios de comunicación de Izquierda?
El escenario mediático chileno (prensa escrita y audiovisual) está controlado por un pequeño grupo de empresas que ejercen una influencia casi sin contrapeso en el “mercado noticioso” y cultural de masas. La TV, el más influyente de estos medios, es propiedad de tres o cuatro grupos, perteneciendo uno de ellos a la principal fortuna del país (Luksic). La prensa escrita, tanto de tiraje nacional como regional y local, está concentrada en más de un 80% en dos grupos: El Mercurio y COPESA. Incluso la radio, hasta hace algunos años, medio cuya propiedad estaba más repartida y, por lo mismo, era más diversa y creíble, ha venido sufriendo un proceso de creciente concentración en manos de grandes cadenas, tanto nacionales como extranjeras. Todo ello ha generado un mercado noticioso y cultural de masas caracterizado por el imperio del “pensamiento único”, esto es, una forma de ver, entender y proyectar la realidad nacional e internacional de acuerdo con los parámetros del modelo de economía y sociedad neoliberales, y del sistema político de democracia tutelada, restringida y de baja intensidad existentes en Chile.
En este contexto, el rol de los medios de comunicación de izquierda que no “botaron el agua sucia de la bañera junto con el bebé”, que continúan en posiciones críticas, (con las imprescindibles modificaciones dictadas por la experiencia histórica internacional) es casi heroico pues deben luchar no solo contra la falta de recursos sino también contra el “sentido común” dominante, reflejo de la hegemonía cultural, política e ideológica del modelo y sus defensores. Afortunadamente, el despertar de los movimientos sociales, el descrédito de la casta política de ambos bandos del duopolio y la crisis del sistema institucional en que se ha afirmado este modelo, están abriendo nuevos espacios y, probablemente, un futuro más venturoso para los medios de izquierda y alternativos en general.
EL CASO DE “PUNTO FINAL”
Punto Final, cumple 50 años. ¿De qué modo avalúas su sobrevivencia?
La porfiada supervivencia de Punto Final durante medio siglo –a pesar de su pobreza franciscana, persecuciones y distintas campañas de aniquilamiento- es prácticamente milagrosa. Sin duda, su resiliencia responde a una necesidad objetiva de la sociedad chilena de contar con una prensa crítica y alternativa al modelo, pero también es el resultado de la labor abnegada, persistente y eficiente de muchas personas –sus redactores y numerosos amigos en Chile y el mundo-, entre ellas, en primer lugar, su director Manuel Cabieses quien debe ser, probablemente, uno de los artesanos de la prensa de izquierda más duraderos y fructíferos de nuestra historia.
Se dice que en el gobierno de la Nueva Mayoría la derecha ha ganado la batalla comunicacional al gobierno…
Quienes pretendan hacer reformas a medias terminarán entrampados y ahogados en sus propias indefiniciones, ambigüedades y medias tintas. Quienes empleen los mismos códigos, formas de hacer las cosas y hasta los valores de sus adversarios, terminarán, impajaritablemente, superados por ellos puesto que estos se mueven en su propio terreno que conocen a la perfección. Si a ello se agrega la muerte lenta –por asfixia económica- que la vieja Concertación –actualmente travestida grotescamente en “Nueva Mayoría”- aplicó a los medios que le sirvieron de base para oponerse a la dictadura y proyectarse al gobierno, tenemos la “crónica de una muerte anunciada”. Esa es la razón por la cual la derecha clásica gana reiteradamente las batallas comunicacionales a los gobiernos concertacionistas y neomayoristas que, siguiendo los consejos de uno de sus ideólogos, decidieron hace un cuarto de siglo que “la mejor política comunicacional consiste en no tener política comunicacional” (Tironi dixit).
¿Por qué crees que los gobiernos de la Concertación y Nueva Mayoría, han insistido en repartir el avisaje estatal en El Mercurio y Copesa?
Porque de esa manera hacen imposible o muy difícil la existencia de medios de comunicación críticos que puedan cuestionar con gran eco social las opciones neoliberales que los partidos y gobiernos de la Concertación/Nueva Mayoría han asumido desde hace un cuarto de siglo. Aun a costa de eliminar los medios que le permitieron acceder a la gestión del Estado, dicho conglomerado “quemó sus propias naves mediáticas” para fortalecer las de la Derecha económica y política con la esperanza de que su adscripción al modelo económico impuesto por la dictadura le abriría las puertas de los medios conservadores tradicionales. Los resultados están a la vista.
HACIA LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE
En otro aspecto, ¿cómo marcha la campaña por la Asamblea Constituyente?
El proceso constituyente ciudadano y popular no ha cesado de avanzar desde 2011. Si bien aún no logra una base suficientemente amplia y sólida como para imponerle a la casta política la Asamblea Constituyente, es innegable que esta reivindicación ha ido ganando terreno. Cada día que pasa más sectores se suman a esta demanda democrática y, paralelamente, se desarrolla la autoeducación ciudadana para enfrentar el proceso constituyente de manera informada y reflexiva. Las escuelas constituyentes -una de las expresiones de este fenómeno- que estamos impulsando desde el Foro por la Asamblea Constituyente junto a variados colectivos y organizaciones sociales y políticas- comienzan a extenderse. Ya han funcionado -o están funcionando- escuelas o iniciativas puntuales de este tipo en Santiago, Valparaíso, Rancagua, Curicó, Temuco y Coyhaique. Prontamente se inaugurará una en Chiloé y luego otras en el norte del país. Se trata de iniciativas autónomas, independientes, pero que se articulan en torno a un mismo ethos de protagonismo ciudadano y popular en el proceso de definiciones constitucionales. Aunque la Asamblea Constituyente no está a la vuelta de la esquina, es justo afirmar que se están sentando las bases para la constitución de la fuerza social y política necesaria para imponerla mediante una ruptura democrática ante el actual orden de cosas.
¿Es posible a través de una Asamblea Constituyente desbancar a la casta política y crear un Parlamento ajeno a prácticas del pasado?
Una Asamblea Constituyente efectivamente democrática, elegida mediante sufragio universal (incluyendo a los chilenos que viven en el extranjero) en base a un sistema proporcional que asegure una efectiva representación de las minorías y con nuevos distritos electorales (que podrían ser los actuales CORES), a razón de un delegado por cada 50.000 habitantes o fracción superior a 25.000, con severas y efectivas limitaciones al gasto electoral, con igualdad de acceso de todos los candidatos a los medios de comunicación y otros resguardos democráticos, tal como la imposición de la norma de quórum supramayoritarios de 2/3 de los delegados constituyentes para aprobar cualquier moción y recurriendo a plebiscitos donde sea la ciudadanía quien dirima las cuestiones que no logren dicho nivel de acuerdo, además de un plebiscito final para pronunciarse sobre el nuevo proyecto de Constitución en su conjunto elaborado en la Asamblea Constituyente, ofrecería, sin duda, grandes posibilidades de desbancar o, al menos, neutralizar gran parte de la capacidad de maniobra de la casta política. De un proceso constituyente con estas características emergería una nueva institucionalidad que, sin ser la panacea universal o el paraíso en la tierra, ofrecería mejores posibilidades a los trabajadores, a los sectores populares y a las fuerzas de izquierda para desarrollar las luchas sociales y políticas del futuro. Una refundación política de este tipo podría incluir nuevas normas electorales -similares a las que proponemos para la elección de la propia Constituyente-, un sistema político altamente descentralizado -¿por qué no federal?- y un nuevo tipo de Parlamento que, a mi juicio, debería ser unicameral, tendría que contemplar la posibilidad de que los ciudadanos revoquen el mandato de los parlamentarios mediante votaciones para ese efecto, además de procedimientos tales como proyectos de ley y plebiscitos de iniciativa popular.
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