Por Geraldine Jara
Vicedecana de la Facultad de Ciencias de la Educación
Universidad San Sebastián
El reciente informe de la Agencia de Calidad de la Educación, arrojó que los resultados de la prueba SIMCE se han estancado en los últimos años. En este sentido, el reporte de calidad entregado por la Agencia demostró que entre 2000 y 2014 los alumnos más vulnerables de octavo básico, que rindieron la prueba de matemáticas, aumentaron solo en un punto en ese período, promediando 233 puntos. Este estancamiento en los resultados, ha reabierto el debate sobre qué es realmente lo que mide el SIMCE, una discusión que hace mucho tiempo que venimos sosteniendo.
Lo primero que debemos aislar es el tema socioeconómico. Sabemos que la única variable que explica las diferencias en cuanto a puntaje es la condición socioeconómica, y es coincidente que los estudiantes de familias más acomodadas presentan mejores puntajes. El tema es que al compararnos con pruebas internacionales como PISA, vemos que ni siquiera los estudiantes de hogares acomodados tienen buenos resultados, entonces eso hace pensar que debemos hacer algo distinto. Eso sucede porque las políticas son a corto plazo, por lo que no necesariamente existen miradas de país que nos hagan pensar que alguno de los programas sea efectivo. Para saberlo, hay que esperar un tiempo prudente, de manera de determinar si las estrategias son o no efectivas.
El SIMCE, tal como está, no es malo, porque nos entrega la información de qué es lo que aprenden nuestros estudiantes y cómo aprenden en distintos niveles y que en cada asignatura. La pregunta clave es qué es lo que se hace con esa información y cómo se usan los datos. Creo que la bondad que tiene el SIMCE no se usa –o al menos se utiliza poco–, y es que nos permite conocer los niveles que hay dentro del aula. En base a esos datos, los profesores deberían trabajar con foco en los niveles, de manera de entregar más desafíos a los estudiantes más aventajados, de manera de mantenerlos motivados, con ganas de ir a la escuela y participar activamente. Desgraciadamente, hoy sucede que el profesor trabaja nivelando a sus estudiantes y tratando de apoyar a los que les cuesta más, entonces no tiene la oportunidad de que el curso mejore.
Una solución efectiva para mejorar en ese aspecto, es crear una sinergia efectiva entre el Ministerio de Educación, las universidades y las escuelas, que podría ser muy potente para trabajar distintas estrategias, como es la generación de una comunidad de aprendizaje. Sabemos que eso da resultado, en tanto la comunidad no se haga solo entre docentes, sino que el propio profesor haga una comunidad de aprendizaje dentro de su grupo, en donde unos saben más y otros necesitan aprender más.
Si bien es importante la medición sobre conocimientos y logros en las diversas asignaturas, el acento debiese estar en dos aspectos que resultan vitales para un mejor aprendizaje: la autoestima escolar y la convivencia.
Si un estudiante cree ser bueno para aprender algo o no, es fundamental. Es decir, si tuvimos una experiencia mala en aprender cierto tema, claramente no nos queremos volver a enfrentar a eso, lo que dice directa relación con la autoestima. Otro de los temas es el de la convivencia y de hecho, en los últimos años el SIMCE nos demostró que el puntaje sube 30 o 40 puntos en aquellos colegios que han tomado medidas con respecto a ese tema.
El aprendizaje se debe centrar en las personas complementariamente a las asignaturas, porque yo no puedo aprender algo si no creo que realmente soy capaz de hacerlo. Y tampoco tenemos buen trabajo con respecto a la convivencia. Yo no voy a querer ir a aprender a un lugar donde no me siento seguro. Es importante trabajar en esos aspectos que hoy en día se han soslayado, porque la prueba está muy centrada en Matemática o Lenguaje, entonces los estudiantes que tienen aptitudes para el arte, no tienen cabida en este sistema. Realmente no hemos sido capaces como país de rescatar este tipo de áreas.