Por Jaime Torres Gómez
El pasado 6 de enero, la decana orquestal del país -ahora Sinfónica Nacional de Chile– conmemoró su 76° Aniversario con un excelente concierto dirigido por Helmuth Reichel Silva, sobresaliente batuta emergente nacional…
Referirse a lo que hasta hace poco era la Orquesta Sinfónica de Chile -hoy con la inclusión del sustantivo “Nacional”- es aludir a una historia profunda del desarrollo musical del país, por cuanto esta agrupación constituye la primera de rango profesional y nacional, al ser creada por Ley de la República, amén de su fundamental aporte a la difusión de la música docta universal e impulso a la actividad compositiva nacional.
En este concierto-aniversario, si bien no se contó nuevamente con la presencia del maestro titular, resultó todo un acierto haber confiado su dirección al joven director chileno radicado en Alemania Helmuth Reichel Silva, de descollante debut con la decana en la temporada oficial del año pasado, y a quien se le debe prestar suma atención a su desarrollo profesional…
El programa, de festivo carácter, contempló casi enteramente música de Johann Strauss (hijo), con una batería de valses y polkas más una obertura (El Murciélago), junto a las Danzas Húngaras N° 5 y 6 de J. Brahms.
Sobre el mismo, es menester justipreciar las bondades de la música de la Dinastía Strauss, que, bien abordada, permite aquilatársela en su real mérito, sin duda de notables facturas composicionales y fiel muestra del espectro socio cultural de su época -postrimería de la era de los Habsburgo-, donde su contexto refleja ora las grandezas ora las miserias del siglo XIX, al producirse tanto la supremacía y decadencia de lo poderíos imperiales europeos del momento, y donde etimológicamente (“vals” viene del latín “volveré”, es decir, “volver”), a la postre alude a un nostálgico retorno de un glorioso pasado.
A su vez, enfrentar este repertorio no es trivial, como a priori pudiera discurrirse. De hecho, es sabido que grandes directores ponderan muy bien la conveniencia de abordarlo, en aras de obtener un resultado que plasme idiomáticamente la “gracia y amabilidad” requerida.
La dirección de Reichel Silva felizmente demostró completa asimilación y afinidad con este repertorio, lo que no es menor, firmando interpretaciones absolutamente deseables para un repertorio de cautivante entretenimiento, sin perder con ello la potencia de su vigor interno.
Con asombrosa técnica, Reichel Silva obtiene logros inusitados para la acostumbrada sonoridad de la mayoría de las orquestas latinoamericanas. Impresiona su pasmosa facilidad en mixturar balances, colores y timbres mediante aligeramientos sonoros que auscultaron prístinamente el discurso musical, amén de un celebrado sentido del legato en la articulación de las frases, inteligentísima administración del rubato, fraseo y dinámicas, plasmando versiones de elocuente elegancia y eficacia expresiva.
La respuesta de la festejada decana simplemente fue magistral, propia de una orquesta de alto rango, brillando en todas sus secciones, y traducido en diáfanas transparencias, adherente ajuste y esmaltado sonido.
En suma, una estelar conmemoración, con triunfos artísticos inapelables de un director de grandes proyecciones y una orquesta que reafirma su potente tradición.