Por Jaime Torres Gómez
Después de un año de insatisfactorios resultados en el Teatro Municipal de Santiago (producciones de ópera), como de innegables aciertos (conciertos y espectáculos extraordinarios), la Filarmónica de Santiago, agrupación residente de dicho coliseo artístico, inauguró las temporadas de abono 2019.
El primer programa fue dirigido por su maestro titular, el ruso Konstantin Chudovsky, quien alterna su trabajo en Santiago con su nuevo puesto de Director Musical de la Opera de Ekaterinburgo, mientras el segundo fue confiado al decano de los directores chilenos y Director Emérito de la Filarmónica, maestro Juan Pablo Izquierdo.
Cabe señalar que la presente temporada de la Filamónica contempla importantes obras de estreno junto a algunas nunca abordadas por la agrupación, y otras que por décadas estaban ausentes localmente, recibiéndose con total beneplácito.
Con un atractivo “programa ruso” de inicio de temporada, empero los resultados fueron dispares en cuanto a enfoque musical, aunque en general con una buena respuesta de la orquesta. Abrió con una ampulosa versión de la Marcha Eslava de Tchaikovsky, obra relativamente habitual en las temporadas de las orquestas locales, y por cierto siempre bienvenida. Con debido ajuste grupal, hubo logros en una correcta delineación de la vena melódica, no obstante difusas diferenciaciones de planos sonoros.
Seguidamente, una monocorde versión de la Suite Nº 2 del ballet “Romeo y Julieta” de Prokofiev, pieza de mayor riqueza musical que la Nº 1. Chudovsky, quien antes había cosechado logros dirigiendo la obra completa junto al Ballet de Santiago, esta vez, en formato de concierto y con inmejorable oportunidad para profundizar en elementos interpretativos, no logró salirse de cierta exterioridad ni menos develó certeramente las bondades de su organicidad musical. Esto, especialmente al tratarse de la Segunda Suite -de contrastada variedad temática y con desgarradores momentos (especialmente la escena de Romeo en la tumba de Julieta)-, al optarse por una óptica de mero soporte escénico…
De Alfred Schnittke, importante compositor ruso del siglo XX y a quien en los últimos diez años se le ha programado asiduamente en Chile, se ofreció el estreno local de la Suite de “Las Almas Muertas”, sin duda todo un acierto programático. De lúdico carácter, esta obra, inspirada en la novela homónima de Nikolai Gogol, obedece a una satírica temática, amén de reflejar al más genuino poliestilismo schnittkeniano. Notable la batería de elementos colorísticos, dinámicos y de carácter para esta pieza de teatral concepción. La versión ofrecida reflejó certeramente lo lúdico de la obra, con una buena participación solística del destacado pianista Jorge Hevia más una atenta respuesta de los filarmónicos a las indicaciones de la batuta.
La segunda presentación de abono consultó un interesante contrapunto Beethoven-Vila-Bartók. Con una inspirada dirección del maestro Juan Pablo Izquierdo, nuevamente hizo gala de su solvente trayectoria, obteniendo resultados idiomáticamente irrefutables, aunque no siempre con una respuesta ciento por ciento concentrada de los músicos.
Abrió con una impactante versión de la Obertura del ballet “Las Criaturas de Prometeo” de Beethoven, que en varias ocasiones se le había presenciado junto a otras orquestas. Izquierdo -quien no cae en lo rutinario- ofreció una versión pletórica de matices y nuevos hallazgos.
Seguidamente, una decepcionante versión del Tercer Concierto para Piano del mismo Beethoven, que auguraba mejor fortuna al contemplarse la presencia de Filippo Gamba, de importante trayectoria. Estilísticamente desenfocado, amén de una errática calidad de sonido y discurso (arbitraria arquitectura de las formas, con caprichoso sentido del rubato, especialmente en el primer movimiento) y no pocos yerros de digitación y ensamble con la batuta, Gamba no fue capaz de exhibir una versión que tuviera debida coherencia. Así, no existió una globalidad bien resuelta, a diferencia de la idiomática dirección del maestro Izquierdo, a pesar de una respuesta no siempre atenta de los filarmónicos (primera función).
La segunda parte consideró obras de estéticas radicalmente distintas, como la “Elegía (In Memoriam Bela Bartók)” del recordado compositor nacional Cirilo Vila, más la endiablada Suite del ballet “El Mandarín Maravilloso” de Bartók, obras sin duda bien emparentadas en espíritu.
La Elegía se ha alzado como una obra de culto en las programaciones de las orquestas nacionales, siendo el maestro Izquierdo quien más la ha difundido. En esta oportunidad, si bien los requerimientos de Izquierdo fueron irrefutables en carácter, empero no hubo debida aquilatación de parte de las cuerdas filarmónicas, percibiéndose con un sonido crudo, seguramente ante falta de ensayo. Deseable sería que la Filarmónica pudiera programarla nuevamente.
Y con una desgarradora versión del “Mandarín…” de Bartók se dio gran término a esta jornada filarmónica. De hecho, no era la primera vez que Izquierdo la dirigiera en Santiago como en otros lados. El bestial nivel de exigencia da cuenta del inmisericorde virtuosismo demandado a todos los instrumentos, y de ahí que no suele ser ofrecida localmente (la última vez se hizo a fines de los 90 con la Sinfónica junto a David del Pino, de gran recuerdo). Los resultados fueron notables, en especial los bronces, cuerda y percusión. Grandes logros en transparencias, neurálgicos (y empáticos) tempi y atrapantes progresiones expresivas. Gran sentido de ensemble y referente no menor firmado por una autorizada batuta como Juan Pablo Izquierdo junto a una Filarmónica al máximo de atención.