Es Sinatra quien le debe a Gardel, y mucho. La historia de ambos resulta ser un compendio de similitudes. Algunas ignotas hasta hoy, otras francamente dignas de admiración.
Por Arturo Alejandro Muñoz
Columna Granvalparaiso.cl
¿Era gay Gardel, o simplemente era misógeno? ¿Sinatra era miembro activo de la mafia italiana que se había adueñado de Nueva York y de Atlantic City? ¿Qué los unió (si alguna vez algo los unió)? ¿Se conocieron? Preguntas que salen a flote luego de décadas de silencio; en realidad, después de casi un siglo de bocas cerradas en el caso de Carlos Gardel… y una extensión de calendarios también similar respecto de Frank Sinatra.
Parece innecesario señalar que ambos fueron grandes ídolos de la canción, que alcanzaron fama internacional y marcaron una época con sus voces, amén de convertirse en referentes de sus respectivos países. Pero, también, ambos se igualan en la voluminosa cantidad de mitos y chismes que circularon entre sus fanáticos -y en la prensa de la época- merced a que sus propias vidas contaron con zonas oscuras que ellos no quisieron, no pudieron o no les interesó aclarar.
Las similitudes comienzan con las dudas del lugar específico de nacimiento. Respecto de Carlos Gardel el asunto es definitivamente espinudo. Tanto así que hay dos hipótesis al respecto; la hipótesis uruguayista asegura sin vacilar que Gardel nació en Tacuarembó, Uruguay, mientras la hipótesis francesista jura que el gran cantante fue parido en la ciudad de Toulouse, Francia. Al menos, coinciden en la fecha de nacimiento: 11 de diciembre de 1890.
En cuanto al ítalo-estadounidense Frank Sinatra, sus biógrafos aseguran que nació en Hoboken, una ciudad del condado de Hudson en el Estado de New Jersey, Estados Unidos de Norteamérica, el 12 de diciembre de 1915. Sin embargo, otras fuentes fijan el nacimiento en la ciudad misma de New Jersey, y hay una tercera hipótesis, audaz y sin fundamentos sólidos, aventurando algo que parece incluso ridículo: que Sinatra habría nacido en Uruguay.
Les une, además de la música y de sus voces privilegiadas, el hecho de haber sido “americanos” hijos de inmigrantes. Hoy, cuando el tema de la migraciones se ha convertido en un asunto de discusión nacional, sus ejemplos de vida bien podrían servir de referente para demostrar cuán vital ha sido -y sigue siendo- recibir en estos países aún jóvenes como el nuestro a inmigrantes que desean convertir a nuestro territorio en su propio hogar. Y lo que es más importante, hacer de ese nuevo hogar una mejor patria, más grande, sólida y respetable. Interculturalidad, le llaman a ello.
Gardel y Sinatra proveían de familias de inmigrantes pobres como las ratas, sin educación ni oficios rentables. Hijo de madre soltera el primero, vástago de un tabernero y boxeador el segundo. De Francia e Italia, respectivamente. Ambos vivieron parte de sus respectivas infancias en verdaderos conventillos, muy característicos de las grandes ciudades de América a comienzos del siglo veinte, y que recibía como moradores a familias empobrecidas provenientes de una Europa hambrienta y caótica.
Los inicios “laborales’ de nuestros dos personajes se asemejan al constituir una verdadera vianda de mediocridad. Oficios mal pagados, decepciones, miseria, rabia… todo se congrega en torno a la esperanza de días más luminosos. Ellos llegan finalmente gracias a la música, poderoso arte que es capaz de elevar hasta la cima del Olimpo social a quienes tienen el don de la voz magnífica, y que, además, se encuentran en el lugar preciso, a la hora precisa y con la gente precisa, para alcanzar el éxito.
Gardel fue quien lo logró primero, lógicamente porque -en el inigualable y maravilloso puerto de Buenos Aires- comenzó y vivió en años anteriores a los que le correspondieron a Sinatra, pero primero debió atravesar momentos de dudosa legalidad en varios de sus menesteres bonaerenses, trabajando para ‘guapos’ y pendencieros como bien reconocería años más tarde. Y en el ínterin, de la nada misma, a través del canto, con esfuerzo y fe en sus dones, Gardel se alzó más rápido que lento como la voz de los tangueros convirtiéndose en ‘el morocho del Abasto’, o el morenito del Mercado de Buenos Aires.
En los momentos que triunfaba en toda América llevando el tango en sus brazos rumbo a la gloria, Sinatra en Estados Unidos era sólo un muchachito algo vagabundo, un delincuente juvenil que servía de recadero a mafiosos neoyorquinos.
El año 1934 todo cambió (al menos para Sinatra). Cuando el ‘zorzal criollo’ hubo de viajar a Nueva York para filmar una película, aprovechó los días sin trabajo actoral para actuar como cantante en la cadena NBC Radio junto a la orquesta de Richard Hommer, siendo anunciado como “el barítono argentino”.
En una de esas actuaciones apareció el muchacho de Hoboken, de tempranos 18 años de edad, Franco Sinatra Agravantes, junto a su girlfriend (‘polola’) Nancy Barbato, recientemente expulsado de la escuela, ex camionero, repartidor de diarios, mensajero de la mafia, etc.
Sinatra, que fue con su novia Nancy Barbato, quedó impresionado con la voz del Zorzal y cuando terminó el programa se acercó para saludarlo. Un poco en italiano y algo en español empiezan a hablar. Nancy entonces le cuenta al Zorzal que Frank está perdiendo su tiempo ya que canta muy bien y en lugar de educar su voz, está todo el día con malevos (bravacci), lo que le costó más de una vez entrar en las comisarías. Gardel entonces le pone la mano en el hombro y le dice:
“Mira ragazzino, cuando yo tenía tu edad, andaba allá en Buenos Aires como vos andás ahora en Nueva York. Pasaba todo el día en compañía no muy recomendable cerca del mercado de Abasto, con malevos como los que vos frecuentás. Especialmente con unos malandrines genoveses, los fratelli Traverso, cuyo padre tenía una fonda llamada O´Rondeman, que era una guarida de la Mano Negra, la Camorra y tutti cuanti. Lógicamente cada dos por tres me portaban en galera. No te voy a decir que ahora soy un santo, pero el cantar no solo me dio fama y fortuna, también me apartó de ese ambiente donde sólo me esperaba pudrirme en la cárcel o morir violentamente”.
Sinatra se atreve a preguntarle: “Míster Gardel, ¿usted qué me aconseja que haga?”.
Y Gardel le contesta: “por lo pronto ragazzino, aprovecha que estás aquí en la radio y anótate en un concurso de cantantes que creo se llama Major Bowes Amateur Hour. Hacelo ragazzino que con probar nada se pierde”.
Entonces Sinatra se presentó a ese concurso acompañando al trío “Three Flashes”, que para ese evento se llamó “Hoboken Four” (todos vivían en esa ciudad del estado de Nueva Jersey) y ganaron el primer premio, lo que les llevó luego a una gira financiada por el programa.
Es oportuno recordar que a mediados de los años 50, Sinatra relanzó su carrera artística gracias a haber participado en el film “De aquí a la eternidad”, actuando el rolde un personaje que le resultó facilísimo de interpretar ya que, en estricto rigor, se asemejaba perfectamente a su propia realidad. A comienzos de la década de 1970, gracias a la calidad literaria de Mario Puzo, el cine tomaría ese evento plasmándolo de manera brillante en la película “The Godfather” (El Padrino), y para ello baste recordar la escena de la cabeza del degollado caballo árabe en el lecho del productor de cine. Mario Puzo creó un símil de lo acaecido con Sinatra en los años 50, cuando recuperó su debilitada fama, apoyado y protegido por la mafia neoyorquina.
Pero, regresemos a lo que nos interesa, a la asociación histórica del Zorzal Criollo con el “viejo de los ojos azules” (o ‘la voz’, como la prensa yanqui llamó a Sinatra en algún momento).
Es oportuno recordar que Gardel durante sus años mozos no fue precisamente un muchacho de los trigos muy limpios. Desde adolescente fue protegido por una familia algo mafiosa, los Traverso, quienes resultaron ser decisivos en lo que Gardel llegaría a alcanzar más tarde, pues le hicieron cantar en el bar que poseían en Buenos Aires.
A este respecto se puede leer en Wikipedia lo siguiente: “Antes de finalizar el año, en la noche del 10 al 11 de diciembre de 1915, recibió un balazo en un confuso episodio. El hecho sucedió durante un altercado en la calle luego de celebrar su cumpleaños en el “Palais de Glace” (salón de baile de la época en el barrio de la Recoleta).Para ese entonces Gardel ya era conocido y el hecho apareció en la crónica policial de los diarios “La Prensa” y “La Razón” («Agresión a Gardel»), donde se señaló que los agresores fueron un tal Roberto Guevara -el autor del disparo- y Moreno Gallegos Serna, probables matones del bajo mundo. Las causas y sucesos posteriores a la agresión permanecen confusos. Su amigo Edmundo Guibourg relata que luego del ataque, Gardel fue a Tacuarembó (Uruguay) para recuperarse, donde se encontró con el hermano menor del caudillo Traverso, «Cielito Traverso», escondido allí por haber asesinado a un hombre en el cabaré Armenonville. También se ha difundido la información falsa de que el matón Roberto Guevara era Roberto Guevara Lynch, tío del todavía no nacido Ernesto ‘Ché’ Guevara y miembro de una rica familia porteña. Finalmente, al morir Gardel la bala aparecería en su autopsia, dando pie también a hipótesis sobre un enfrentamiento armado en el avión que habría causado el accidente de Medellín que le costó la vida”.
Muchos años después de su encuentro con Gardel en Nueva York el año 1934, siendo ya internacionalmente famoso, Frank Sinatra arribó en agosto de 1981 -por primera y única vez- a la Argentina, debutando en el Luna Park de Buenos Aires ante veinte mil personas. Allí reconoció que ese fue uno de los mejores shows que había realizado. Muy pocos argentinos supieron, sin embargo, que el día anterior, convenientemente disfrazado, se hizo llevar hasta la zona del Abasto, el barrio donde en la década de 1920 actuó y creció el ‘Zorzal Criollo’. Sinatra había solicitado la compañía del agregado cultural de la embajada norteamericana, quien ubicó el lugar donde años antes estuvo funcionando el Café O´Rondeman. El agregado cultural lo condujo a la esquina de las calles Agüero y Humahuaca, hasta un terreno baldío que dejaba ver los viejos cimientos del ya desaparecido Café.
En esa fría mañana porteña, Frank Sinatra sacó de su sobretodo una vieja y amarillenta entrada de aquel espectáculo radial del año 1934, la besó, la puso en tierra y para asombro de todos dijo en un castellano casi fonético: “gracias por ayudarme a vivir, Carlos Gardel”.
Gardel, durante su luminosa trayectoria, siempre dedicó su tiempo, dinero y fama para apoyar y honrar a su madre, Bertha Gardés. Pocas veces (casi nunca, en realidad) se le vio en fiestas y celebraciones acompañado de alguna hermosa hembra a la cual pudiese definírsele como su pareja. Siempre solo. Él y su fama. Él y su historia. ¿Gay? ¿Misógeno? ¿Y qué importa? No interesa ese aspecto de su vida, lo que sí importa es que hizo grande a la Argentina y a toda la América hispano parlante. Ello es suficiente para agradecerle y honrarle.
Sinatra, en cambio, hizo del sexo y de la relación amorosa temporal e irresponsable un verdadero reino. En estricto apego a la realidad, don Francis Sinatra Agravantes debe en gran medida al franco-argentino Gardel el triunfo y el éxito que le encumbró finalmente a la fama planetaria, aunque también mantuvo siempre activo un contacto interesado y peligroso con algunas de las familias mafiosas de Nueva York.
Hoy, decir Sinatra es decir Estados Unidos y Hollywood… decir Gardel es decir Argentina, tango y Latinoamérica.
Que increíble pluma la suya estimado señor.
Lo saludo con admiración y respeto.