Por Jaime Torres Gómez
Con un cambio de sede ante las intervenciones constructivas del Teatro de la Universidad de Chile, la Sinfónica Nacional ofreció su séptimo programa de abono en el Teatro CA660 de la Fundación Corpartes, con repetición en el Aula Magna de la Universidad Santa María en Valparaíso.
Cabe señalar que las intervenciones del Teatro de la Universidad de Chile se estiman en cuatro meses, enmarcándose dentro del proyecto de construcción de la nueva sala de conciertos (¡finalmente…!) que se emplazará contigua al actual teatro, proyectándose un espacio que lo interconectará con el nuevo.
En lo inmediato, conforme información oficial (programa de mano), los dos primeros conciertos desde julio se han previsto en el CA660, no especificándose dónde se realizarán otros programas como la Novena Sinfonía de Mahler con Paolo Bortolameolli o el Stabat Mater de Dvorak con Ligia Amadio, obras largamente ausentes en Chile, esperándose continúen en Corpartes ante las bondades acústicas de su sala…
En todo caso, la actual situación de la Sinfónica -buscando otros espacios- pone de manifiesto la precariedad de la infraestructura de salas en Santiago, razón por la cual urge acondicionar algunas como el Teatro Municipal de Ñuñoa (excelente acústica, pero en ruinoso estado de sus butacas), Aula Magna de la Escuela Militar (donde se desarrollaron algunas temporadas de la Sinfónica, requiriendo hoy de una concha acústica que mejore la proyección sonora) y Teatro de Carabineros (de incalificable acústica, aunque mejorable).
La presentación vista correspondió a la del CA660, con un buen marco de público. Muy bien dirigida por Leonid Grin como maestro invitado, se contemplaron dos obras exponentes del Romanticismo en distintas épocas, como el decimonónico Primer Concierto para Piano de Chopin y la Segunda Sinfonía de Rachmaninoff, de inicios del siglo 20.
Con beneplácito se recibió el concierto chopiniano, al no ofrecerse localmente hacía varios años, además de presenciarlo junto al destacado pianista ruso Boris Petrushansky, de gran recuerdo tras su debut hace un año junto a la misma Sinfónica, también dirigida por Leonid Grin, en el Concierto Nº 1 de Tchaikovsky.
De consumado espíritu romántico, este Primer Concierto (cronológicamente es el Segundo), como toda la obra de Chopin, posee un alto vuelo poético, no obstante una austera expresividad más un vigor interno donde el abuso de rubatos, portamentos y cierto manierismo, sin duda lo desdibujan… Así, reviste todo un desafío interpretativo discurrir en un equilibrio no lindante en lo empalagoso. Del complemento orquestal, existen burdas opiniones en atribuirle no más que un mero adorno… postura rayana en la ridiculez. Empero, resulta fundamental una comprometida dirección que provea los relieves protagónicos que tiene, que son de alta presencia…
La versión de Boris Petrushansky -con plena empatía de Leonid Grin en la dirección- plasmó completo idiomatismo, con un discurso de admirable síntesis de emotividad e intelecto, de perfecta organicidad. Con técnica deslumbrante (cristalino toucher, magnífico uso del pedal y exacta digitación), Petrushansky acertó en adopciones de tempi más una galería de matices y planos sonoros que develaron con elocuencia la trama interna de la obra, dándole completo sentido interno a cada frase. El alado acompañamiento de Grin, con calibrado pulso, brindó debido realce, obteniendo en general buena respuesta de los sinfónicos, no obstante algunos expuestos ripios iniciales en la afinación de los violines que no afectaron mayormente el conjunto.
Como magnífico (y esperado) encore, Petrushansky ofreció también de Chopin una notable versión del Vals en do sostenido menor Op. 64 N° 2, con gran sentido del todo, no obstante ciertas libertades en tempi y matices que no afectaron el debido idiomatismo.
La Sinfonía Nº 2 de Rachmaninoff felizmente ha tenido cierta frecuencia local. De hecho, hace dos años el mismo Leonid Grin, a la sazón titular de la Sinfónica, ofreció una deslumbrante versión, replicando ahora otro triunfo interpretativo. Con nuevos hallazgos, Grin hilvana un discurso interpretativo donde deja fluir con naturalidad la riqueza armónica inserta. Magnífica exposición del flujo melódico, equilibrados tempi, soberbio legato en las frases y acentos. Sin duda, una versión de antología y con una atenta respuesta de la Sinfónica, en especial de la cuerda (gran momento el soli de las violas al final del tercer movimiento).
En suma, un magnífico programa romántico encabezado por una Sinfónica Nacional autorizadamente dirigida por su ex (y recordado) titular junto a uno de los pianistas más sobresalientes que se haya visto en años, y en una sala de privilegiadas condiciones acústicas donde se espera que los próximos conciertos sean allí realizados hasta retornar a su sede habitual.