Por Jaime Torres Gómez
Inaugurando la temporada de abono 2019 de Corpartes en su excelente sala del CCA 660, se presentó el afamado cellista letón Mischa Maisky, tanto en calidad de solista y músico de cámara.
Interesante fue disponer de dos presentaciones para apreciarlo en varias facetas, tanto de solista junto a la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile y como músico de cámara con sus hijos Lily (piano) y Sascha (violín), conformando el denominado Maisky Trio.
En la primera presentación pudo verse a un Maisky solista propiamente tal, con obras que le son afines como el entrañable Kol Nidrei de Bruch y las virtuosas Variaciones Rococó de Tchaikovsky, mientras en la segunda parte se le vio junto a sus hijos en el Triple Concierto para Cello, Violín y Piano de Beethoven.
Característico de este cellista es su impresionante calidad de proyección sonora, visceralidad interpretativa y claridad de fraseo, no obstante llegar a umbrales de cierta neurosis sonora (especialmente en repertorios clásicos, aunque eficaz en lo romántico). Sin duda Maisky es un “provocador”… , lo que se valora e incluso agradece, aunque no se suscriba del todo sus miradas estilísticas.
En Kol Nidrei, a diferencia de lo presenciado hace tres años con el mismo Maisky en la misma sala (junto a una estupenda orquesta israelí) en una versión de gran profundidad y delicadeza, no se replicó en esta oportunidad, optando por un enfoque de visos ampulosos, sonido arrebatado y con poco sentido contrastante. El acompañamiento de la Sinfónica, en esta oportunidad dirigida por su anterior titular, maestro Leonid Grin, se apreció grueso y de rígidas marcaciones, no ayudando a proveer el marco de intimidad requerida.
Curiosidad era ver en vivo la versión de las Rococó con un cellista de los quilates de Maisky, máxime a sus 71 años tocando con apreciable nivel promedio. No obstante una versión de interesante enfoque (buena proyección sonora más debido idiomatismo, aunque a ratos con caprichosos acentos), no pareciera ser la obra que mejor se avenga para sus actuales condiciones, acusando algunas faltas de precisión y afinación, como lo ocurrido en la última variación (con un bestial staccato volante). Por su lado, el acompañamiento de Grin con la Sinfónica, si bien artísticamente empático en lo global (de interesantes acentos y matices), no obtuvo completo ensamble y esmaltada sonoridad.
En el Triple de Beethoven, no tan frecuentado localmente, hubo genuina óptica clásica, considerando que es una obra más bien de transición a partir del origen clasicista del compositor. No obstante una calibrada cohesión, empero no hubo completa homologación estilística entre sus integrantes, donde los hermanosMaisky sí proveyeron un debido marco clásico (violín con delicado e idiomático vibrato más un fino toucher del piano, a pesar de cierta palidez de proyección), mientras que Misha en el cello optó por una sonoridad en exceso gruesa y algo desbalanceada, amén de algunos pasajes con arrebatados destemples. Tampoco se dio una completa amalgama con la orquesta, con marcaciones algo rígidas del maestro Grin que no dieron mayor flexibilidad al trío solista para una mayor comodidad de fraseo.
Previamente (al inicio del concierto), del mismo Beethoven, Grin ofreció una autorizada lectura de la Obertura Egmont en carácter y coherencia interna, pero no de completo ajuste grupal, lo que obliga a futuro una mejor preparación de la Sinfónica para hitos de relevancia como la inauguración de una temporada como la de Corpartes, que privilegia la presentación de solistas y conjuntos extranjeros… , demandándose mayor esfuerzo para no perder competitividad.
La segunda presentación de los Maisky (fuera de abono) consultó un atractivo programa de emblemáticos tríos, y con un resultado superior al apreciado en el Triple de Beethoven, en términos de un mejor equilibrio estilístico.
Iniciando con el Nocturno en Mi bemol mayor Op. 148 de Schubert, pieza de inmensa poesía y equilibrio instrumental, el Maisky Trio exhibió hermosura de sonido y excelente conjuntación (completa musicalidad y entendimiento de la obra). Magníficas filigranas de los pasajes del piano (meridiana claridad de toucher) más una generosa exposición de las líneas melódicas.
De Beethoven se ofreció una buena versión del Trío de los Espíritus (Do mayor, Op. 70 Nº 1), obra de contrastes y sin duda enigmática. Si bien hubo entendimiento del carácter de la misma, en parte se apreció lo mismo que en el Triple Conciertobeethoveniano de la presentación anterior, con pasajes donde el cello adquirió sonoridades muy propias y no en total correlato estilístico con los demás instrumentos, no obstante equilibrados rendimientos del violín y el piano.
Finalmente, después de muchos años de ausencia, una desgarradora versión del magnífico Trío en La menor Op 50 de Tchaikovsky, apreciándose en plenitud la comodidad repertorística del Maisky Trio. Pletórico de sentimientos, enjundia melódica y riqueza armónica, esta obra demanda de consumados intérpretes, fungiendo de verdaderos solistas con fuerte sentido de grupo. En particular, en el caso de Misha, este repertorio le es muy cómodo (romanticismo a borbotones…), asimismo muy celebrada ductilidad de Sascha y Lily en producir la densidad y texturas sonoras requeridas. Triunfos individuales y de conjunto, esperándose un pronto retorno con otras interesantes propuestas de repertorio como las presenciadas.