Por Jaime Torres Gómez
Imposible soslayar la poca presencia mediática de la Sinfónica Nacional de Chile en los últimos tres meses, al menos en los dos medios de circulación impresos más importantes del país, ante hitos que revisten público interés.
Lo anterior, por cuanto no se ha dado realce a las dos giras internacionales a Lima y Buenos Aires en agosto y septiembre, como además a la designación del destacado maestro venezolano Rodolfo Saglimbeni como nuevo Titular. Hechos de esta relevancia debieran ocupar amplios espacios en la prensa, razón por la cual cabe preguntarse del porqué tanta indiferencia en esta oportunidad, dado que históricamente ha sido normal dar buena cobertura a este perfil de hitos.
A lo anterior, debe añadirse la notoria ausencia en Santiago de los tradicionales conciertos de la decana orquestal del país desde mediados de julio, esto producto del peregrinaje hacia salas alternativas ante las intervenciones del Teatro de la Universidad de Chile, como parte de la construcción del nuevo edificio contiguo que albergara a la nueva (y anhelada) sala de conciertos. Adicionalmente, frente a errores de planificación que no dimensionaron potenciales contingencias, redundó en muy lamentables cancelaciones a relevantes programas de abono, esperándose sean repuestos íntegramente en la próxima temporada.
En tal contexto, y entendiendo que no es posible ocupar el Teatro de la Universidad de Chile (no se ha precisado aún la fecha de retorno), el pasado 27 de septiembre la Sinfónica retomó su actividad con el Concierto Nº 12 de su Temporada de Abono, esta vez en el Teatro de Carabineros, y lamentablemente sin la tradicional repetición de los días sábados… implicando una menor cobertura de público.
Dirigido por el maestro norteamericano Garrett Keast, y luego de cuatro años de su debut con la Sinfónica, pudo apreciarse los progresos de este ascendente director, y a la vez una magnífica oportunidad de presenciar un programa del máximo interés.
Después de varios años, de Wagner se ofreció una estupenda versión del Preludio y Muerte de Amor de “Tristán e Isolda”, obra fundamental en la historia de la música. El Preludio, construido por algunos de los leivmotiv de la ópera, expone magistralmente -en un largo crescendo seguido de un rápido decrescendo– la vívida pasión y éxtasis entre los amantes. Revolucionario es el inicio del Preludio con el disonante “Acorde de Tristán”, abriendo nuevos horizontes armónicos y sin duda antesala al quiebre de la tonalidad desarrollada luego por Schönberg. Admirablemente engarzado con la Muerte de Amor de Isolda (final de la ópera, y sin duda uno de los pasajes más sublimes jamás compuestos…), da perfecta coherencia a esta pieza de concierto (sin solista vocal).
Bien enfocada por Garrett Keast, la versión acertó en un certero sentido del todo. Excelente adopción de tempi, inteligentes acentos y magnífico balance general, traduciéndose en un continuum de progresivo interés. Atenta respuesta general de los sinfónicos, y exceptuando algunos ripios menores, exhibieron un concentrado rendimiento, en especial las maderas.
Luego de casi 50 años de haberse estrenado en Chile, se ofreció el Concierto para Violín de Benjamin Britten. Como es recurrente en este magnífico compositor inglés del siglo XX, hay complejidades no fáciles de abordar en lo técnico, y especialmente en lo interpretativo ante la profundidad de ideas y relato. Siendo una obra de cierta juventud (estrenado en 1940, con sólo 27 años el compositor), posee una superior madurez, amén de una irrefrenable (e interpelante) progresión expresiva. Con directa influencia de los conciertos para violín de Stravinsky, Prokofiev, Bartók, Korngold y otros, finalmente se impone el Britten esencial (en carácter y reminiscencias sonoras) de las óperas Billy Budd y Peter Grimes, entre varias. Con fuerte exigencia solística (armónicos, súbitos cambios de tempo más otros efectos de técnica y carácter) como orquestal, su escritura, de muy libre armonía, prodiga un notable equilibrio entre la frondosa masa orquestal y el violín.
En Chile lo estrenó triunfalmente el virtuoso violinista Pedro D`Andurain junto a la Filarmónica, según la crítica especializada de la época, siendo en consecuencia un estreno ahora en la Sinfónica Nacional. Y en esta oportunidad se contó de solista a Mari Alaff, integrante de la orquesta y en calidad de ganadora de un concurso interno para tocar de solista en la temporada internacional. Dada la envergadura de esta importante y postergada obra, deseable sería reprogramarla para un mayor espectro de público.
Finalmente, una notable versión de Sheherezade, de Rimsly Korsakov, obra habitual en las programaciones de las orquestas locales. De amplio lucimiento en todas las secciones, con inmensa musicalidad Garrett Keast logró sacar lo mejor de todos los músicos, con grandes logros de conjunto y solísticos (excelente balance, hermosura de sonido y ajuste). Descollante los expuestos solos del violín, asimismo excelentes otras intervenciones solísticas del clarinete, fagot, trompeta y otros.
En suma, una magnífica presentación para un esperado retorno de la Sinfónica…