Por Jaime Torres Gómez
La tradicional Temporada Artística del Aula Magna de la Universidad Federico Santa María (UTFSM) data de casi ocho décadas, habiendo acogido a innumerables cuerpos artísticos de envergadura regional, nacional e internacional.
De privilegiadas condiciones acústicas -la mejor de Chile-, amén de un inmejorable entorno de emplazamiento (frente al mar), el Aula Magna de la UTFSM es parte fundamental del patrimonio cultural de Valparaíso, refrendado por una continuidad de actividades que ha permitido gran fidelización de público, asegurando su pervivencia en el tiempo.
Si bien el foco principal de las temporadas artísticas ha sido la música docta, la parrilla programática siempre ha estado abierta a otras disciplinas, incluyendo lo popular con contenido. Así, para este año se ha contemplado una interesante variedad, destacándose una nutrida presencia de orquestas lideradas por la decana Sinfónica Nacional de Chile, de tradicional participación.
Con una fuerte concurrencia, la jornada inaugural estuvo a cargo justamente de la Sinfónica Nacional de Chile, esta vez junto al Coro Sinfónico de la Universidad de Chile y solistas vocales, ofreciendo la Misa deRequiem de Giussepe Verdi, largamente ausente en Valparaíso.
Cabe señalar que ya se había presenciado una presentación antes en Santiago, motivándose verla nuevamente ante sus excelentes resultados artísticos, profundizando más en la interpretación firmada por el maestro Leonid Grin, titular de la Sinfónica, y en condiciones acústicas inmejorables como las del Aula Magna de la UTFSM.
De gran orgánico coral e instrumental, este Requiem sigue la estructura de la misa de difuntos católica (Requiem, Dies Irae (subdividido en nueves partes), Ofertorio, Sanctus, Agus Dei, Lux Aeterna y Libera me), y tiene su origen en un homenaje que el mismo Verdi promovió tras la muerte de Gioachino Rossini (1868), aunque más tarde le diera completa forma ante muerte del escritor Alessandro Manzoni (1873), a quien le tenía honda admiración. La interpretación de esta obra admite múltiples miradas, en buena parte al hecho que Verdi era un compositor esencialmente de ópera, aun cuando aquí se percibe una genuina mirada contemplativa, a pesar de su agnosticismo.
La lectura de Leonid Grin no pudo ser más admirable, acentuando el carácter litúrgico (dentro de lo posible, que no es fácil) y dejando fluir en todo momento la esencia de la sensibilidad verdiana en lo melódico y armónico. Sin incurrir en fuertes tempestades sonoras ni menos en directos guiños operáticos (que algunas versiones inevitablemente caen…), en ningún momento dejó de brindarse el debido carácter expresivo demandante, a la vez equilibrando y dejando discurrir la omnipresencia de un creador esencialmente de ópera como lo era Verdi. Sin duda, una lección de elocuente idiomatismo…
Frente a estos autorizados requerimientos interpretativos, la Sinfónica, a diferencia del programa anterior con el mismo Grin en la batuta, se vio muy superada en rendimiento, con hermosura de sonido y calibrada precisión de ensamble, más certeros logros en transparencias y texturas.
Del Coro, debe señalarse que el Requiem verdiano le es afín, dado que ha sido la agrupación que más lo ha hecho en Chile en los últimos 30 años (Francisco Rettig, Irwin Hoffman, dos veces con David Del Pino y la última con Zolt Nagy, todas con meritorios resultados), no decayendo ahora en calidad.
Respecto a los solistas, no es fácil encontrar localmente las voces ideales, por cuanto responden a exigencias muy específicas -recurrentes en toda la producción verdiana– en cuanto a timbres y colores. De hecho, en anteriores oportunidades se ha debido traer desde otros países a más de algún solista. En esta ocasión se recurrió a buenos cantantes locales, aunque de desparejos cometidos, lo que era previsible. Totalmente ajustado el bajoHomero Pérez-Miranda, musicalmente sólido el tenor Patricio Saxton, a pesar de cierta estridencia en el registro alto en el Ingemisco… , efectiva Evelyn Ramírez como mezzo, no obstante no disponer del color y espesor ideal para la obra, y notable en expresividad, belleza de timbre y línea de canto de la soprano Andrea Aguilar, a pesar de carencias de graves en el Liberame me.
En suma, una triunfal jornada inaugural de la decana de las temporadas artísticas de Valparaíso, dejando gran referente para su ulterior desarrollo.