Por Jaime Torres Gómez
Después de dos semanas del “Huracán Carmina” (Carmina Burana), en magistral dirección deLigia Amadio, con cinco funciones y llenos totales,la Sinfónica Nacional de Chile retoma sus actividades de abono.
Con el regreso del destacado director sueco Ola Rudner, a quien se le recuerda su magnífico trabajo hace dos años con la Sinfónica, en esta oportunidad fue convocado para tres programas, contemplando el primero de ellos obras de vernácula inspiración.
En calidad de estreno en amplio formato sinfónico, se ofreció “Ul Kantum: Retratos de Arauco” de Edgardo Cantón (1963), retomando la encomiable (y necesaria) serie de estrenos con obras de compositores nacionales. Debutada en 2012, originalmente fue compuesta para una orquesta tipo clásico, constituyendo ésta su primera presentación para gran orquesta. De 13 minutos de duración, la obra tiene la virtud de plasmar con certera eficacia la evocación a un genuino sentimiento afectivo de lo que la tierra de Arauco y el pueblo mapuche le representa al compositor. Con directas alusiones a ritmos y melodías nativas, se sirve de una escritura ecléctica fundida magníficamente en un discurso bien hilvanado, con calibrado oficio en las transiciones temáticas y modulaciones. Sin duda, una obra que merece ser más frecuentada por su genuino carácter atmosférico y profundidad evocativa por una cultura originaria relevante. Rudner y los sinfónicos adhirieron a un total compromiso interpretativo, obteniendo debido ajuste e idiomática expresividad.
Siguiendo en la línea de estrenos, del norteamericano Russell Peterson (1969) se ofreció su Concierto para Timbal y Orquesta. De extraño discurso, esta obra provee eficaz amalgama de lo melódico y rítmico, y con una batería de estilos en función de lo vernáculo, aunque más en lo tribal... Con asombroso uso de los glissandi (especialmente en el segundo movimiento), su escritura demanda gran virtuosismo interpretativo solístico como orquestal. Gerardo Salazar, distinguido solista de la Sinfónica, lideró con elocuente técnica una versión de fuertes logros. Con magnífica musicalidad, Salazar, como en otras contribuciones de solista en conciertos similares, tiene la virtud de brindar gran cantabilidad a un instrumento de naturaleza percutiva, desvirtuando la errónea asociación de no atribuir verdadero potencial melódico a la familia de la percusión. Gran complemento de Rudner, obteniendo atenta respuesta de todas las secciones de la orquesta. Y frenética respuesta del público, validando la profundización en la política por incrementar nuevos repertorios.
Finalmente, las siempre bienvenidas Suites 1 y 2 del ballet “El Sombrero de Tres Puntas”, de De Falla, obra también de vernáculo carácter. Interesante revestía presenciar una versión dirigida por un no-latino, como generalmente se aborda en estas latitudes. El maestro Rudner, de musicales contribuciones previas en otros repertorios, demostró pleno dominio del cautivante colorido de su orquestación, contextualizando la obra a un estadio más global que local. Empero, en algunos pasajes, debió enfatizarse más lo “castizo” (Los Vecinos (Seguidillas) y la Danza Final (Jota)), perdiendo algo de idiomatismo. La respuesta de la Sinfónica, de primer orden, con excelente sentido de ensamble e importantes logros solísticos.