Por Judith Guajardo Escobar
Directora Trabajo Social, U.Central
Nacemos con capacidad de asombro y a medida que descubrimos el mundo vamos normalizando ciertas cosas. Veo con malos ojos que tras los últimos eventos ocurridos en el país los ruidos de disparos, los gritos, los fuegos artificiales se están mirando con normalidad. Una “normalidad”, revestida de inseguridad al salir a mirar lo que sucede o al arriesgarse a emprender una acción por temor a las represalias.
Cuando estudié Trabajo Social siempre nos decían que cuando uno perdía la capacidad de asombro frente a algún caso ya no servíamos como profesionales. Esto porque perdíamos toda capacidad de ser empáticos, de mirar a otro ser humano desde sus carencias y nos volvíamos autónomos de la acción, sin considerar las particularidades de las personas con las que trabajamos.
Se dice que dejar de impresionarse es una expresión crítica de la sociedad, que a nivel fisiológico nuestro cerebro se va adaptando a ciertos estímulos y, por lo tanto, nos volvemos más tolerantes; sin embargo, ¿realmente estamos más tolerantes?
Esta apatía me asusta, porque nos volvemos intolerantes al dolor de otros. No nos sorprende el sonido de las balas y ante el fallecimiento de los tres carabineros mártires, éstas fueron desapercibidas por los vecinos, acostumbrados a escucharlas en el sector. ¿Este es el sonido al que queremos se acostumbren nuestros niños/as? Les decimos que los fuegos artificiales son una fiesta, para no decirles que llegó la mercancía que nos está corrompiendo a nivel social. Disfrazamos para esconder una realidad latente que nos golpea en la cara y que merece ser tratada por todos los sectores del país, para proteger nuestro futuro y dibujar uno en el que realmente nos asombremos de lo bueno que tenemos y de las potencialidades que podemos desarrollar.