Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico e Investigador (UACh)
“Si eres paciente en un momento de furia, escaparás de cien días de tristeza” (Proverbio chino).
“La ira es un estado en el que la lengua funciona más rápido que la mente”.
La furia, es una emoción básica que se expresa de manera violenta en la relación con el otro, sea que se trate de la pareja, el hijo, el subordinado, el compañero de trabajo u otra persona cualquiera.
Es decir, la manifestación de la furia se hace “visible” a través del enojo, del resentimiento, de la irritabilidad y de la agresión, condición que es acompañada por una serie de concomitantes de tipo físico y cognitivo: la conciencia se obnubila y el sujeto experimenta la pérdida pasajera de la capacidad de razonar o de darse cuenta con claridad de las cosas que dice y hace, el ritmo cardíaco aumenta de manera notable, la presión sanguínea se eleva a niveles peligrosos y el organismo comienza a producir cortisol, adrenalina y noradrenalina de una manera abundante, con la probable pérdida del autocontrol sobre el comportamiento, lo que puede acarrear consecuencias más que desastrosas para el sujeto y su entorno cercano.
Dicho de manera sucinta: la ira –la rabia, la furia– ciegan a la conciencia y representan a la emoción más dañina para las relaciones interpersonales.
Repasemos los componentes del denominado “ciclo de la furia” de una forma sencilla:
1. Las glándulas suprarrenales (parte superior de nuestro riñón) secretan una serie de hormonas (cortisol, adrenalina, noradrenalina), que corresponden a substancias ligadas al factor estrés y que preparan a las personas para la lucha o para la huida.
2. La corteza cerebral, que es la encargada de regular las conductas y acciones de las personas para que respeten las normas sociales y los principios éticos en un ataque de furia, puede verse fácilmente sobrepasada, especialmente, si el sujeto no ha practicado lo suficiente el autocontrol sobre sus emociones negativas.
3. El hipotálamo, que es una especie de ordenador y conmutador central, se vincula directamente con las emociones, e imparte las instrucciones necesarias que estimulan a otras glándulas para que produzcan hormonas que, a su vez, gatillan y aceleran la aparición de nuestras emociones y reacciones fisiológicas.
¿Resultado final?: Entre el estado de estrés y la conducta agresiva se produciría un proceso de retroalimentación mutuo, en cuya ecuación, cualquiera de las partes que inicie la actividad, hace que se inicie de inmediato la actividad del otro. Por lo tanto, si la corteza cerebral no logra modular – o controlar– esta reacción, entonces sobreviene, inevitablemente, el desborde emocional.
Lo que comienza a funcionar aquí ya no es la lógica del raciocinio ni de la razón, sino que directamente una suerte de lógica de la neuroquímica. De lo anterior se desprende, que la generación de un episodio de violencia descontrolada, se debería, a que tanto el cerebro, como las hormonas del estrés vertidas en el torrente sanguíneo se estimularían químicamente entre sí, generando un círculo vicioso que no resulta fácil de quebrar. Precisamente aquí radica la importancia del descubrimiento de este “circuito de la furia” (o más bien “cortocircuito”): si se lograse descontinuar o romper este circuito de la furia, se abrirían posibilidades de intervenir de una manera más directa y eficiente en los hechos de violencia que caracterizan a los seres humanos en sus distintas formas.
Afortunadamente, la gran mayoría de las personas dispone de una corteza cerebral lo suficientemente poderosa y madura, que les permite tener bajo un cierto grado de control, tanto a los sistemas generadores del estrés como al sistema de la agresión. Un sistema, en todo caso, que en situaciones de estrés muy agudo e intenso puede fallar, y sufrir un percance de alcances insospechados.
Un ejemplo que nos puede ilustrar –y dar luces– acerca de lo que sucede al interior de nuestro cerebro, se refiere a las experiencias de aquellos jóvenes soldados en condiciones de guerra, así como los graves efectos que éstos pueden experimentar luego de haber vivido situaciones de combate con peligro de sus vidas. Muchos de ellos –a raíz de las brutales secuelas físicas y psicológicas que les deja la guerra– para efectos de volver a reinsertarse en la sociedad y readaptarse a la vida comunitaria después de regresar del campo de batalla, deben someterse a múltiples tratamientos psiquiátricos y psicológicos, para poder –ahora en sus hogares– combatir la furia que los sobrecoge ante situaciones que los disgustan y estresan, y que hoy se conoce en el ambiente castrense como la “administración de la ira”.
En directa analogía con lo que sucede al interior del cerebro de estos soldados, resulta importante, que aquellos hombres que, sin haber pasado por experiencias de combate, tienen una naturaleza violenta y agresiva, se sometan a este tipo de proceso terapéutico. La razón es muy simple. La necesidad de tratamiento psicoterapéutico está avalada por las reacciones desproporcionadas y salvajes que tienen dichos hombres en sus hogares frente a tensiones con su pareja, ya sea por la presencia de celos, por frustraciones laborales o por otro tipo de sucesos estresantes. Más aún, si el sujeto tiende a una ingesta excesiva de alcohol, por cuanto, el alcohol es un desinhibidor natural que puede conducir fácilmente al descontrol total de una persona.
Estos son todos eventos, que para otros individuos, tal vez, no tendrían mayor relevancia o no tendrían tan fuerte incidencia, y que, sin embargo, en estos sujetos, gatilla explosiones de ira que llevan directamente a una golpiza de los hijos y a un trato agresivo de su mujer (o de quien sea, que tengan al frente), incluyendo, en ocasiones, el asesinato de la propia pareja de una manera muy brutal y violenta, tal como lo hemos visto, una y otra vez, en los femicidios consumados, así como en los aún más numerosos femicidios frustrados que se elevan a cifras que llegan a los cientos de casos.
Otra situación que puede tomarse como ejemplo acerca del “desorden comportamental” que se produce en situaciones de guerra –donde el estrés y la tensión se encuentran a flor de piel–, es, justamente, la pérdida total del control de impulsos, así como de las más mínimas normas éticas, dándose el caso de soldados, que viendo a sus camaradas heridos en combate, no encuentran ninguna otra fórmula mejor para descargar su tensión, rabia y estrés de combate, que comenzar a asesinar en forma indiscriminada a mujeres, niños, ancianos y civiles desarmados que se encuentren cerca del lugar del suceso.
En analogía con este soldado, se da el caso de hombres “normales” que se convierten en asesinos viles y despiadados, y que descargan toda su furia en contra de sus parejas y de los hijos de éstas.
El mejor ejemplo del corto circuito que pueden experimentar estas personas –tanto hombres como mujeres–, se relaciona con las vivencias extremas de celotipia o de celos enfermizos por parte de un determinado sujeto, quien, cegado por sus tensiones emocionales y refractario ante cualquier tipo de razonamiento lógico, es arrastrado –en su versión más extrema– a la aniquilación del objeto de su amor y de sus deseos. Para estas personas afectadas por los celos, la situación se reduce, lisa y llanamente, a todo o nada, y en un alto número de casos, las consecuencias son desastrosas, porque involucran a muchas víctimas inocentes: los hijos de la pareja pueden terminar muertos, como una forma de vendetta final y personal contra la supuesta pareja culpable.
Si llevamos esto al ámbito laboral, pronto nos damos cuenta que la furia, la ira o la cólera irracionalmente expresada a través de insultos, agravios o agresiones no cooperan en nada en la toma de decisiones adecuadas, y menos aún, si deseamos tener éxito en el desempeño de nuestro trabajo.
Destaquemos como conclusión final, que todas aquellas personas, que son propensas a caer en la obcecación, ofuscación o estrechez de conciencia, son quienes, naturalmente, más deben practicar nuevas estrategias de “autocontrol guiado”, es decir, mediado por un experto, buscando romper de alguna forma este circuito mortal, en que un estímulo alimenta al otro, en una escalada irrefrenable y con consecuencias siempre graves e insospechadas.
Todos los interesados en “quebrar” el circuito de la furia deberían profundizar en los contenidos de este artículo, para efectos de salir del circulo vicioso en que la violencia y la agresión sólo traen consigo más violencia y agresión.
Aquellas personas que tengan la posibilidad de acceder al libro “El test de la golosina” del Dr. Walter Mischel, podrán encontrar las investigaciones que durante más de tres décadas hizo este destacado investigador en relación con el tema del autocontrol. Hizo el seguimiento de cientos de niños con los cuales trabajó cuando éstos tenían entre cuatro y siete años, con resultados extraordinarios.
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Todos podemos llegar a ser protagonista de actos de furia, aunque no tengamos la intención. Muchas situaciones cotidianas que nos rodean pueden desencadenar “actos de furia”, por lo tanto, nunca está de más informarse y estar preparados para aprender a controlarla y no caer en conductas antisociales y reprochables.
La furia y la violencia no sólo pueden estar originadas en nuestras experiencias vividas en nuestro entorno familiar que traen con el tiempo rencor y resentimiento (hogares violentos), sino también en situaciones de estrés, que afectan nuestro diario vivir, tales como el estar expuestos a: trabajos cada vez más exigentes y en ambientes tóxicos, la inserción de las mujeres al mundo laboral, altos niveles de endeudamiento de la población, pocas horas de descanso y sueño, escaso tiempo libre, etc.
Justamente VAMZ, de eso se trata, de prepararse y aprender cómo controlar los desbordes emocionales que pueden llevar a las personas, a las instituciones y a los países directamente al precipicio, cuando no logran tener un manejo adecuado de la violencia. Lo hemos visto cientos de veces en el transcurso de la historia.
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