Por Cristián Fuentes
Académico Escuela de Gobierno UCEN
Luego del estallido social y del plebiscito de entrada, la próxima cita con las urnas no es un detalle en la política chilena, sino que representa un momento de decisión sobre dos modelos diferentes de sociedad, lo que en Ciencia política se denomina “clivajes”: líneas de fractura o coyunturas críticas que separan a los votantes en distintos bloques que pueden originar nuevos partidos o conformar un sistema distinto al existente.
Luego del estallido social y del plebiscito de entrada, la próxima cita con las urnas no es un detalle en la política chilena, sino que representa un momento de decisión sobre dos modelos diferentes de sociedad, lo que en Ciencia política se denomina “clivajes”: líneas de fractura o coyunturas críticas que separan a los votantes en distintos bloques que pueden originar nuevos partidos o conformar un sistema distinto al existente.
En Chile, durante los siglos XIX y XX los conflictos principales fueron entre la Iglesia y el Estado (Estado laico), de clases urbano (trabajadores y empresarios) y de clases rural (reforma agraria), las que se desarrollaron de manera estable dentro de un espacio electoral dividido en tres tercios (derecha, centro e izquierda), hasta el golpe de Estado.
Tras el regreso a la democracia, los enclaves autoritarios impuestos por la dictadura forzaron un empate permanente que permitió solo reformas consensuadas con la derecha, lo cual facilitó la persistencia de lo sustancial del modelo establecido en la Constitución de 1980. Aquello impidió la tendencia al crecimiento de la izquierda que se había manifestado en la política chilena hasta 1973, aunque las diferencias ideológicas se atenuaron y el clivaje autoritarismo/anti-autoritarismo ocupó el centro del escenario político.
Al amparo de un neoliberalismo atenuado, continuó la despolitización y los jóvenes no se incorporaron masivamente al padrón electoral. Todo ello llevó a que la política perdiera su capacidad de interpretar y canalizar las demandas populares, hasta que se abrió una nueva coyuntura crítica en el año 2019, que derivó en la redacción de un marco constitucional radicalmente diverso al que nos rige desde hace 42 años. Por esta razón, el apruebo y el rechazo son las dos orillas de una nueva línea de fractura, caracterizada por la contradicción Estado subsidiario/Estado social y democrático de derecho; aunque podríamos agregar, no obstante, la presencia de matices que no alteran las divisiones de fondo entre dos paradigmas que dividen a nuestra sociedad y que deberá ser resuelto el próximo 4 de septiembre.