Tembladera en los partidos del duopolio, en las asociaciones gremiales patronales y en la banca. El empresario estrella del modelo actual promete cambiarlo y rechaza puntos considerados casi ‘religiosos’ por los dueños de Chile
Por Arturo Alejandro Muñoz
Columnista Granvalparaiso.cl
Cambia, todo cambia. Así tituló Julio Numhauser, ex integrante del conjunto Quilapayún, la canción que en el año 1982 compuso en una ciudad sueca durante su exilio. Lamentablemente, los estadounidenses no la conocen, nunca la han escuchado, por lo que tampoco podrán juntar la pata con la oreja, es decir, mientras la entonan, concluir que Numhauser tenía razón, aunque en 1982 no sabía mucho (tal vez, nada) de un tal Donald Trump.
El ‘cambio’ ha sido el caballito de batalla de la derecha económica en el mundo. Varios han sido los millonarios que se encumbraron políticamente a una primera magistratura. Vea usted. Berlusconi en Italia, Piñera en Chile, Putin en Rusia, Temer en Brasil, Macri en Argentina, y ahora Trump en los EEUU. ¿Será moda? Quizás… pero de algo tengo certeza. El caso Trump escapa a esa referencia. Es distinto. Ni mejor ni peor, sólo distinto.
Remitámonos a Chile y miremos estos asuntos desde una perspectiva fría, desinteresada ideológicamente. Era un hecho cierto que los dos mundillos primo hermanos que conforman el poder en nuestro país estaban dócil y reverencialmente inclinados a favor de Hillary Clinton y la continuidad del programa Obama. Políticos y megaempresarios apostaron con fuerza a la candidatura de la mujer que en muchas partes del mundo la llaman Killary (por Killer=asesina), responsable, entre otros horrores, del asesinato de Muhammar Khaddafi, la venta de armamento a ISIS (el Estado Islámico), la invasión militar de EEUU a Siria, etc.
Con ella en la Casa Blanca todo seguiría por un cauce ‘normal’, vale decir, TLC, TPP y acuerdos bilaterales en materias varias, desde tecnología hasta el entretenimiento, pasando por seguridad hemisférica, antiterrorismo interno y similares. Con la Clinton el mundo continuaría siendo color de rosa para los dueños de la férula en nuestro país. Además, parecía apuesta segura ya que los medios de prensa en EEUU abandonaban a Trump dejando a doña Hillary casi como única dueña del escenario presidencial.
“No estoy compitiendo contra Hillary Clinton, estoy compitiendo contra los corruptos medios de comunicación. Si los repugnantes y corruptos medios me cubrieran de forma honesta y no inyectaran significados falsos a las palabras que digo, estaría ganando a Hillary por un 20 por ciento”; eso dijo Trump (apodado “pájaro loco”) en una concentración de sus adherentes en la costa este, semanas antes de la elección.
Aquel fue sólo un paso en más en su lucha contra el establishment de su propio país, pero no sería el único. Poco después se despachó otros comentarios a guisa de perlitas de un programa de gobierno que el mundo fue conociendo en la medida que el candidato hacía uso de la palabra en las concentraciones y manifestaciones de la campaña,
Atacar la globalización y culparla de “empobrecer a la clase median y cerrar miles de fábricas dejando a millones de personas en la cesantía”, fueron opiniones que encontraron sólido respaldo en una amplio sector del electorado, especialmente en aquel que vive y trabaja en lo que podríamos llamar “el Estados Unidos profundo”, es decir, el de las granjas, ciudades pequeñas, obrero, campesino, minero, leñador. En otras palabras, el Estados Unidos tradicional, clásico, pero que se adhirió (electoralmente) al EEUU xenófobo y racista.
Millones de estadounidenses quedaron fascinados con la propuesta de Trump en materias económicas. Rechazando uno de los principios fundamentales del neoliberalismo, se declaró abiertamente proteccionista y declaró que si alcanzaba la presidencia, ordenaría aumentar drásticamente las tasas de impuestos sobre todos los productos provenientes del exterior, a la vez que reduciría los impuestos para un alto número de ciudadanos comunes. . Eso encandiló a millones… e indignó a los peces gordos de la economía local (y mundial también).
Es posible que algunos lectores no lo crean, pero una significativa parte del pueblo estadounidense se opone a la política intervencionista de su país. Son miles de jóvenes los que han perdido la vida en territorios foráneos defendiendo intereses que no representan, precisamente, los de la mayoría del pueblo norteamericano. Trump leyó muy bien ese sentimiento de la ‘clase media’. Afirmó que EEUU carecía de capacidad económica para andar metiéndose en berenjenales foráneos, y que tampoco disponía de recursos para continuar con una política intervencionista.
“No podemos ni debemos andar enderezando democracias ni derribando gobiernos tratando de imponer una paz a alto precio”, dijo… y la mitad de la población de su país aplaudió a rabiar, aunque muchos de los dirigentes de su propio partido se mordían los nudillos y pateaban el piso.
Por último, en plena campaña anunció que “No habrá nunca más garantía de una protección automática de los Estados Unidos para los países de la OTAN”, asunto que engarzó de inmediato con acordar una alianza con Rusia (con Vladmiri Putin, para mayor precisión) a objeto de combatir al estado islámico, ese que -según el mismo Trump dijera varias veces- contaba con voluminoso armamento otorgado nada menos que por la secretaria de estado Hillary Clinton.
Míster Donald es visceral, poco cuidadoso en el uso del lenguaje. Piensa y dispara. Lo delicado del asunto –para los defensores del establishment actual- no reside en ello, sino en que de verdad lleve a cabo las promesas que explicitó durante los meses de dura campaña, como aquella de revisar algunos Tratados de Libre Comercio (TLC), en especial los firmados por la administración Obama, así como manifestó también que se oponía al TPP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica) porque no veía en él ningún interés ventajoso para Estados Unidos. Y en esto, Chile lleva algunas velitas.
Con lo anterior, Donald Trump dejó en un soberano ridículo, casi en situación de servidumbre cipaya, a muchos dirigentes y políticos chilenos, los que hacían máximos esfuerzos para que el gobierno de Bachelet firmara pronto el acuerdo del TPP aduciendo que era “altamente ventajoso para Chile y el continente”. Trump dice otra cosa muy distinta, y ya muchos de aquellos que pontificaban sobre las bondades de tal acuerdo, ahora, en un giro escandaloso, manifiestan su total consentimiento a lo que Trump ha expuesto. Cipayos doctorados en servilismo, lacayos perennes del imperio estadounidense.
Esos representantes del establishment criollo están siendo ninguneados y ridiculizados nada menos que por uno de los máximos dirigentes de ese mismo establishment. Es la hora de Trump, es el encuentro agresivo de dos corrientes dentro del mismo sistema. Es la lucha del establishment contra el establishment… el de ayer y hoy contra el nuevo que se avecina.
El actual –prensa de por medio- se resiste a la derrota y comenzó a mover sus primeras fichas en algunos estados del país del norte. Protestas, barricadas, marchas… ¿terminará esto allí, o irá in crescendo? Y acá en Chile, ¿habrá que tomar palco, o usted cree que tenemos capacidad para algo más?
Esa fue la ruta de Hitler en 1932 en Alemania.
Ahueonao.
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