Por Arturo Jaque Rojas
El otro es el desconocido, el misterio, la interrogante, el que tiene otra identidad y otra historia y otro origen.
Y si el color de su piel es diferente: ello adquiere ribetes particulares, por cuanto ha sido usado, a través de la historia, como coartada, subterfugio o pretexto, para negar la otredad; es decir la humanidad concreta, de carne y hueso, que está frente a mí: la historia está jalonada de ejemplos sangrientos, en que pueblos enteros fueron masacrados o esclavizados, por el hecho de ser distintos.
En este caso, Chile y sus habitantes enfrentan una disyuntiva crucial: ¿actuaremos con indiferencia y frialdad ante la inmigración, en especial la haitiana; ignoraremos el clamor de los hermanos y hermanas de Haití, que empujados por fuerzas que no podían contrarrestar en su país, llegaron hasta acá; o saldremos a encontrarlos por los caminos del universo, para acogerlos con la fraternidad que debe prevalecer entre miembros de la especia humana; entregándole el mensaje de que la tierra es para compartirla, lejos de una mirada gélida y pétrea, que es un abismo entre quienes sufren en uno y otro lado del mismo ?.
Otra cultura; otro ethos, otra idiosincrasia; que cuando se me acerca representa una novedad radical para mí y para mi mundo; por lo cual, la reacción por inercia tiende a ser ponerse a la defensiva frente a quien no conozco, desconozco o no reconozco como a un igual. Por desgracia, hay hombres y mujeres que se aferran a su identidad, como si fuera un absoluto, inmutable o dado de una vez y para siempre; desconociendo que la alborada de la raza humana se vivió en África; y que, en consecuencia, no quieren recibir el aporte que supone cobijar a otra a cultura, que sumadas las dos, se amalgamarían para dar a su vez origen a otro pueblo. Lo paradójico, es que cuando el color de la piel del inmigrante es otro, y sus ojos son distintos, la actitud suele ser diametralmente opuesta.
Esto está cargado de intención y simbolismo cuando se trata del inmigrante; quien procede de otra región, de otro país, de otra sociedad y cultura y “amenaza” con disociar la identidad de la nación y el sentido de pertenencia. El sesgo de nacionalismo, xenofobia y racismo tienden a entenebrecer más – si se puede decir así- la percepción del otro; o peor, lo cosifica, es decir, lo convierte en cosa, primer paso para su exterminio, como tantas veces ha sucedido en diversos puntos del plantea y en distintos tiempos.
Hoy, no hay campos de exterminio en Chile; pero permitir que una haitiana, muera de hipotermia- huelga decir que ello aplica a cualquier desvalido, sea cual fuere su nacionalidad-, es un crimen de lesa humanidad. O que el estado de Chile, a través del gobierno actual, se haya negado a firmar el tratado internacional en el que se consagra que el derecho a migrar es un derecho humano”, son síntomas de una deshumanización creciente; en diferentes esferas, pero igualmente peligrosas, por sus alcances e implicaciones.
Pero la humanidad es una condición compartida; por consiguiente, todos los aspectos y consideraciones que tiendan a separarnos en la superficie son solamente accidentales. Así podemos afirmar que: No hay ninguna razón valedera, científica o de otro orden, que otorgue carta de ciudadanía o legalidad a cualquier tesis sobre superioridad racial alguna.
Por el contrario, recordamos con horror y espanto la ideología “del darwinismo social” durante el siglo XX; y que está entronizada en el seno de nuestra sociedad, que se glorifica de ser la tierra prometida y el reino de Jauja del liberalismo, pero que da la espalda, y se torna sorda y muda y ciega ante los ríos de vida que corre y corren hacia estas tierras.
Ello, nos debiera llevar a descubrir que el otro, si bien es culturalmente diferente a mí, comparte nuestra misma condición, dignidad, nuestra fragilidad y nuestra vulnerabilidad: nacemos y hemos de morir; ante la existencia en la postmodernidad, categoría creada y acuñada por intelectuales occidentales, sin haber preguntado a los millones de víctimas devoradas por esta hambre desenfrenada de poder, para perpetuar una explicación que satisface y calma el ego del europeo o del angloamericano, donde impera algo diabólicamente abstracto y perverso…Nos conmueve el dolor y el sufrimiento por la Televisión, vía streaming o por la red; pero a nuestro lado nos resbala y es algo que no nos dice nada. Sin embargo, la utopía todavía vive: Parafraseando a Humberto Maturana, debemos reconocer al otro como legítimo otro en la convivencia; es decir, aceptarlo, acogerlo, validarlo, conocerlo; y cuando le observe su fisonomía saber que la mirada que se me devuelve, lleva consigo todas las complejidades y riquezas que me son propias y universales, desde el nacimiento hasta la muerte; desde el aquí y ahora