Por Wilson Tapia Villalobos
Columnista
Puede que las alternativas sean más variadas, pero haciendo honor al tiempo que vivimos es mejor dejar solo estas dos. Por lo demás, parecieran ser los parámetros entre los que se mueve la administración de la presidenta Michelle Bachelet. ¿Y tal aseveración es solo aplicable a la acción gubernamental o también se puede hacer extensible a la política en general? (Para no entrar en otros terrenos, como el empresarial. Pero en tal caso habría que agregar a la coherencia, no el despelote, sino la desvergüenza de las colusiones, la evasión de impuestos, etc.).
Quedémonos, pues, en el área gubernamental. Resulta interesante lo ocurrido con el proyecto Dominga. Y no por los miles de empleos que aportaría la zona, ni por los miles de millones de dólares que significaba la inversión, ni por el desastre ecológico que podría provocar. Resulta interesante porque ha sacado a la luz una diferencia de visión político estratégica que se había mantenido oculta. Bueno, más o menos oculta. Pero, en ningún caso parecía que se presentaría con las características que lo hizo y menos en vísperas de la presentación del Presupuesto de la Nación.
Si el tema se mira exclusivamente con perspectiva política, la salida de Rodrigo Valdés del Ministerio de Hacienda, debiera analizarse como una crisis que va más allá de una diferencia de apreciación respecto de crecimiento económico y desarrollo. Valdés se va acompañado de su sub secretario, Alejandro Micco, y del ministro de Economía, Luis Felipe Céspedes. Estos dos últimos son dos connotados militantes de la Democracia Cristiana (DC). Valdés lo es del Partido por la Democracia (PPD).
Este nuevo ajuste de gabinete -seguramente el último- que debió realizar la presidenta Bachelet es una reafirmación de los roces de una convivencia forzada. La Nueva Mayoría nunca fue una coalición unida por objetivos nacionales, valóricos, políticos, comunes. Lo que había, y posiblemente seguirá existiendo, es la necesidad de unir fuerzas para compartir y aprovechar ñas ventajas del poder. Y en este “trámite” todos parecían dispuestos a hacer concesiones. El problema es donde se encontraba el límite de tales concesiones. Es evidente que tal demarcación la señalaban las cuotas de poder que cada uno aspiraba a tener.
Hasta hace solo algunos meses, las tensiones se notaban. Pero se hicieron mucho más explícitas cuando la senadora y presidente de la DC, Carolina Goic, levantó su candidatura presidencial. Lo hizo negándose a ir a las primarias. Para muchos, fue un mensaje claro destinado a separar aguas. A decir que la DC representa valores diferentes a los otros integrantes de la Nueva Mayoría. Una arremetida que buscaba llevar nuevos votos a las alicaídas faltriqueras democratacristianas.
En el caso Dominga está presente esta pugna. El diputado Matías Walker, que en su carácter de vicepresidente de la DC reemplaza a Carolina Goic, es diputado por la zona de Coquimbo donde se instalaría la faena minera Dominga. Y ha sido un defensor, incluso ofensivo con “su” gobierno, del proyecto. En estos empeños lo acompaña, también con descalificaciones ofensivas para la administración de la cual su partido forma parte, el senador DC por la zona, Jorge Pizarro. Sin embargo, Adriana Muñoz, también representante de la misma zona, pero militante del PPD, no defiende el proyecto Dominga. Un caso extraño, si detrás de tales posturas hubiera solo interés por asegurar nuevas fuentes de trabajo, como ha dicho reiteradamente el diputado Walker.
Todo parece indicar que si la Nueva Mayoría se proyecta en el tiempo, será solo por la necesidad de mantener y, de ser posible, acrecentar las cuotas de poder político que hoy tiene cada Partido. Algo que se ve bastante mezquino si se lo compara con la visión de política como el arte de hacer posible la vida en una sociedad regida por valores sólidos. Pero hay que dejar establecido que la responsabilidad no es solo de la DC, aunque la amenaza de disminución de poder sea en ella más marcada.
Entre las preguntas que uno puede formularse está: ¿Qué hace el Partido Comunista junto a la DC? ¿Qué sentido tiene hoy el socialismo neoliberal? ¿Qué justifica la existencia de un partido instrumental que ya cumplió su misión, como es el PPD? Son preguntas válidas si uno las hace para desentrañar las razones profundas de estos juegos políticos. Pero que resultan ingenuas si se aplican al mundo de hoy. Un mundo en que la política ha dejado paso a una mirada economicista aplicada a una globalización en que el poder económico exacerba el individualismo, con lo que el sentido social es relegado.
Cuando se escriba la historia de este momento, también tendrá un lugar especial la presidenta Bachelet. En su segundo mandato apareció dispuesta a cumplir con reformas que marcaban el antiguo ideario de la izquierda. A muy corto andar en esta senda, se vio la fragilidad de la coalición gubernamental. Pese a tener mayoría en el Parlamento, no ejerció tal poder. Las reformas, que han sido cuestionadas interesadamente como improvisadas, fueron tironeadas, agujereadas y algunas despedazadas, en el Senado especialmente. Allí, el “cocinero” fue el senador DC Andrés Zaldívar. En especial ejerció su labor en cuanto a la Reforma Tributaria.
Con seguridad, algunas de las historias que rescaten este período tendrán miradas distintas respecto al rol que jugó Michelle Bachelet. Pero se le tendrá que reconocer que al menos tuvo el valor de intentar cumplir con los compromisos que estructuraron su ideología. Y en una de las últimas escenas fuertes de su mandato, mostró carácter para hacer valer su visión de lo que es el desarrollo de un país. Visión que puede o no ser compartida. Pero es la suya, como suya era la responsabilidad, tantas veces puesta en duda, de ejercer el poder presidencial.