Es la ‘izquierda’ de los Letelier, los Escalona, Bitar, Allende Bussi, Lagos, Correa, Auth, Harboe, Rossi, Díaz, y un sinnúmero de otros ‘eméritos’ que merecen total repudio de la ‘izquierda de abajo’ (la de verdad)
Por Arturo Alejandro Muñoz
Columnista Granvalparaiso.cl
Han pasado 20 años desde el día que escribí esa aproximación ensayo titulada “El Centrinaje, marca indeleble de la idiosincrasia chilena”, donde con énfasis redacté las líneas que cada vez cobran mayor vigencia. Pase y léalas por favor.
<< Fueron “centrinos” quienes pavimentaron los patios de fusilamiento y llenaron de gasolina el estanque del helicóptero “Puma”, permitieron una sobrevida política a los responsables civiles de la masacre, defraudaron completamente a quienes escucharon sus peroratas demagógicas, esculpieron la democracia según sus intereses coyunturales y extienden sus manos para recibir pecuniariamente la gratitud de sus antiguos adversarios, asociados hoy en la misma empresa, así como alzan los brazos en respuesta a las ovaciones de otros centrinos como ellos, entre quienes se encuentran distinguidos miembros de partidos ex –izquierdistas –ahora renovados y convertidos a la fe neoliberal- que demuestran cuán poco les importaron los miles de muertos y millones de decepcionados….total, piensan ellos, pertenecían al pueblo, a ese pueblo sumiso y abúlico que sobrevivió a otras masacres anteriores pero que se manifiesta dispuesto a apoyar con su voto y su esfuerzo a los mismos hombres que actuaron de verdugos morales>>.
Cuando ocurrió el golpe de estado en septiembre de 1973, muchos de nuestros dirigentes políticos de esa época corrieron hacia las embajadas en procura de asilo, dejando al pueblo –al mismo pueblo que decían representar y dirigir- en condiciones lamentables, al arbitrio de la locura uniformada que se desató horas después del golpe militar. Muchos de ellos fueron recibidos en calidad de mártires heroicos en diversos países, disfrutando de las regalías y solidaridad de sus pares, viviendo gratuitamente merced a la preocupación de los respectivos gobiernos, dando charlas en sindicatos y organizaciones estudiantiles, paseando de un lugar del mundo a otro, sin haber trabajado un solo día ni transpirado por la necesidad de proveer alimento para su familia. Fue el “exilio dorado”.
Hubo algunos que ocuparon oficinas en edificios gubernamentales, como fue el caso de aquellos que se refugiaron en Alemania Oriental o Unión Soviética, desde donde “censuraban y administraban” las vidas de sus compatriotas menos favorecidos, en una especie de KGB-Stassi-DINA-Chilensis que aún provoca tristes recuerdos en muchos exiliados.
En Cuba no les fue nada de bien, ya que Fidel Castro –latino también- consideró que esos politicastros exiliados representaban una vergüenza para la causa revolucionaria, puesto que no tan sólo habían entregado la oreja con suma rapidez y facilidad sino, además, sin disparar un maldito tiro corrieron a buscar cobijo en las embajadas dejando al pueblo en la indefensión.
Ello explica por qué algunos de esos distinguidos próceres de la revolución latinoamericana abandonaron prestamente la isla caribeña, para descansar sus huesos en otros países menos criticones. Amén que en Cuba, para ser sinceros, lo que menos abundaba eran los dólares.
Desde el exilio dorado hablaron y hablaron; recorrieron (con buena paga, por cierto) todos los foros internacionales sin dejar de asistir, jamás, a ninguno de los cócteles que se estilan en esas organizaciones, ni a desayuno, cena o comida oficial ofrecida por los anfitriones.
Se asegura que hubo quienes subieron escandalosamente de peso en pocos años, y sus barrigas aumentaron al nivel de las que decoran a los obispos.
Otros, no muchos, lograron insertarse en organizaciones supranacionales y desarrollaron –bien o mal- trabajos varios que, al menos, justificaban el dinero mensual recibido.
Todo lo anterior importaría un bledo y constituiría parte sabrosa del anecdotario, pero la tragedia estriba en que esos mismos políticos regresaron al país una vez que la gente, el pueblo, recuperó la democracia; y retornaron no para trabajar como burros –tal cual lo hacen diecisiete millones de compatriotas cada jornada- sino para ocupar un lugar de privilegio en la institucionalidad salvada del incendio. Esos son, precisamente, los náufragos que rescatamos y que más temprano que tarde nos traicionaron.
Y ahí han estado en diferentes gobiernos del duopolio… diputados, senadores, subsecretarios, jefes de reparticiones, “pituteros” sin perdón, gobernadores, seremis, alcaldes, jefes de partidos, directores de ONG’s y hasta ministros de estado. Eso me hace recordar la famosa frase latina: “los muertos que vos matasteis, gozan de buena salud”. ¡Y qué salud!
Si se recorre la historia de cualquier país que experimentó algo parecido a lo que nos correspondió vivir entre 1970 y 1990, se encontrará que en ninguno de ellos –salvo Chile- los responsables de la tragedia (y responsables de derecha, centro e izquierda) volvieron a ocupar cargos públicos ni de representación popular. Sólo considerar que el principal representante de la dictadura, una vez restaurado el estado democrático, continuó en la comandancia en jefe del ejército y luego fue senador designado, es suficiente motivo para arrancarse los cabellos.
La política de los contubernios, los acuerdos secretos y las componendas que reportan no tan sólo réditos partidistas sino también pingües ganancias personales, es un “chilean way of life” que los socialistas ‘de arriba’ hiocieron piel prontamente, muy alejado del auténtico arte de gobernar que propugnaron los antiguos atenienses. En la actividad política nacional es impensable dejar espacio a personas que digan lo que piensan, hacen lo que dicen y asuman responsablemente la consecuencia de sus hechos y dichos. Seres humanos de esa calidad, generalmente, terminan siendo rechazados por la mayoría política, empujados al suicidio o asesinados a causa de su coherencia consecuente. Les ocurrió a varios.
Los consecuentes, los asertivos, los sinceros….no sirven en el escenario del centrinaje y dce la ‘izquierda de arriba’. Se les considera “locos”, peligrosos, “rara avis”, tóxicos (nos referimos a la mejor de las toxinas, la de actuar de frente y con la honesta verdad a flor de piel). Personas como esas sirven a la política solamente cuando esta se ve amenazada por regímenes totalitarios, pero una vez retornada la normalidad institucional, esas personas son alejadas, rechazadas y hasta vilipendiadas por los perennes grupos que se tomaron el asiento del conductor. Porque en Chile la actividad política parece estar reservada solamente para unos pocos, para los privilegiados por nacimiento, para aquellos que forman parte de algunos grupos familiares –ora como miembros, ora como lacayos- que han hecho creer al país que sin su concurso la patria se estanca y fallece.
Incluso, los partidos políticos, manejados con especial ahínco por esas mismas cofradías, obstaculizan el acceso de nuevas mentalidades, nuevos aportes, nuevas ideas. La única vía válida para ascender en la pirámide partidaria es aquella que exige actitudes obsecuentes, donde la lealtad se confunde con la incondicionalidad. Así se explica por qué las colectividades políticas tienden a nominar personas irrelevantes, a veces hasta ignorantes y semi alfabetas, como candidatos a cualquier cosa. Ejemplos sobran. Bastaría indagar en alcaldías y concejos municipales para comprobarlo.
Esa es, en suma, la “izquierda de arriba”… la que formó parte y engordó con los gobiernos concertacionistas y duopólicos… la que traicionó su historia y sus raíces. La que escupió el legado de Allende… la que optó por abandonar la lucha del pueblo en beneficio del enriquecimiento personal.
Esa izquierda se transformó, lamentablemente, en una parte colateral de la derecha.