Dra. Agnieszka Bozanic Leal, docente investigadora Escuela de Psicología UNAB Sede Viña del Mar, presidenta Fundación GeroActivismo.
Hace unos días, Chile fue testigo de un caso estremecedor de feminicidio que nos sacudió a todos. Un hombre mayor, tras asesinar a su esposa, optó por quitarse la vida. Este suceso no solo subraya la persistente violencia de género en nuestra sociedad, sino que también abre una profunda reflexión sobre la intersección del viejismo (discriminación por motivos de edad hacia personas mayores), el machismo y la salud mental entre las personas de 60 años o más. Es vital comprender cómo estos factores pueden confluir en situaciones tan desgarradoras.
Lamentablemente, este caso no es un hecho aislado. Aunque los feminicidios a menudo están vinculados al control y la dominación que los hombres ejercen sobre las mujeres en una sociedad patriarcal, la dinámica se complica aún más al analizar el fenómeno en la población mayor. Estudios recientes sobre el viejismo interiorizado revelan que las personas mayores, especialmente aquellas de más edad y con un mayor grado de discriminación por edad internalizada, presentan un riesgo significativamente mayor de ideación suicida. Este hallazgo no puede ser ignorado, pues evidencia que la vejez puede convertirse en un campo de batalla emocional y psicológico.
La pérdida de roles tradicionales asociados a la virilidad y la productividad desempeña un papel crucial en esta problemática. Los hombres mayores que crecieron bajo normas patriarcales rígidas experimentan la vejez no solo como una disminución física, sino como una pérdida simbólica de su poder social y una erosión de su identidad masculina. Este sentimiento de pérdida, combinado con la violencia machista que han interiorizado, puede convertirse en un cóctel fatal. Para muchos de ellos, el suicidio se presenta como un escape ante la desesperanza que emana de una vida en la que sienten que han perdido todo control.
Es fundamental reconocer que las altas tasas de ideación suicida entre los hombres mayores no deben ser vistas como un fenómeno aislado o desvinculado de la violencia de género. Son un claro síntoma de cómo el patriarcado afecta a todos, incluyéndolos a ellos, quienes se ven atrapados en un mundo en el que la masculinidad hegemónica ya no se sostiene. La vejez se percibe, entonces, como una traición del propio cuerpo, una condición que socava su autonomía y, en muchos casos, lleva a reacciones extremas que culminan en la violencia.
Este feminicidio debe servir como un recordatorio doloroso de la urgencia de abordar la intersección entre género, vejez y salud mental. Necesitamos desmantelar las normas patriarcales que perpetúan la violencia y los estigmas sobre la vejez que convierten a las personas mayores en figuras invisibles. Solo así podremos prevenir que tragedias como esta sigan ocurriendo y construir una sociedad donde el envejecimiento no sea sinónimo de impotencia ni de violencia, sino de dignidad y respeto.
El futuro requiere un cambio de paradigma: es momento de visibilizar la violencia que se ejerce tanto sobre las mujeres como sobre los hombres mayores, de reconocer que la salud mental no puede ser un tema tabú y de promover una cultura en la que el envejecimiento sea un proceso respetado y valorado. Para ello, debemos unir esfuerzos en la educación y la sensibilización, desafiando los estereotipos que han definido nuestras interacciones durante demasiado tiempo. Solo entonces podremos comenzar a sanar las heridas de un sistema que ha fallado a tantas personas y evitar que estas tragedias se repitan.