Por Héctor R. Jara Paz
El tema de la alternancia es basal en una sana democracia. No solo considera la legítima opción de alcanzar el poder la disidencia u oposición, sino también, considera la renovación de dirigentes en el poder.
La razón es muy simple y se relaciona con la naturaleza humana. El hombre busca el poder por varios motivos, entre los que se encuentra la motivación política natural por cambiar desde el poder, el actual estado de cosas, o el modelo político económico imperante; También se relaciona con quienes, beneficiarios de la administración del poder, no quieren que las cosas cambien.
Entre los últimos mencionados, es decir los que se benefician de la administración del poder, suelen aliarse con quienes no tienen definiciones políticas comunes, pero sí, intereses comunes que se mantienen en el status quo, es decir, sin cambios.
Cuando una administración del Estado se entrega a una coalición de Partidos y esta coalición se mantiene por varios períodos, surgen los riesgos “naturales” de querer proteger desde el poder, a familiares, amigos o simples operadores, cuya función es trabajar para quien estando en el poder, pueda seguir administrándolo. Esto no es una acusación o denuncia particular, se trata de una constante histórica en el mundo. Lo fue en los tiempos de la monarquía, en el acceso de la burguesía al poder, y reaparece en las repúblicas independientes, cuando no existe una visión internalizada de que toda sociedad cambia constantemente y es sano y saludable para la democracia, que sus dirigentes se renueven, como se renuevan todas las cosas en la naturaleza.
Hace unos días, ex Ministros de Estado comentaban la inconsistencia de que un Partido chico y viejo, pudiera representar el anhelo de cambios en el país con una candidatura presidencial, dando por supuesto que solo los Partidos grandes tendrían ese derecho. Pues bien, desde los tiempos pretéritos los grandes comenzaron siendo chicos y, su ascenso al poder, tuvo directa relación con la decadencia de las clases políticas que pasaron de ser idealistas, a elegidos. Este es el esquema que posibilita la competencia del poder por el poder y consecuentemente, la corrupción de un modelo.
Por ello es importante el saber elegir y, quienes son electos, saber diferenciar sus intereses particulares del interés común. Esto tiene que ver con la ética política y con la formación valórica heredada de la familia o Partido político. No esperamos una reacción del vulgo, que a menudo “critica a los políticos” por negociados familiares, pero que a la primera oportunidad de favorecer a un amigo o familiar, lo encuentran dentro de su “normalidad” y relativismo. Me refiero a la clase política, aquella que no solo debe ser, sino también, debe parecer honesta y transparente frente a la ciudadanía.
El caso chileno es muy especial al respecto, tenemos una derecha económica que se beneficia directamente de su discurso, la “libertad” del poderoso para elegir buenos negocios y protegerlos desde el Estado, una libertad muy conveniente, porque, por un lado, no es la misma “libertad” del pobre para elegir, pero, por otro lado, es peor cuando se restringe la libertad para un negocio como las AFP´s, donde la gran mayoría no tuvo opciones, más que ingresar al nuevo sistema.
Pero en el caso de la “izquierda”, denominada así por su origen histórico más que por sus propuestas en defensa del mundo de los trabajadores, su acceso al poder tuvo un relativismo ético desde sus inicios. Se decidió ignorar las denuncias de corrupción de liderazgos chilenos en el exterior, que solicitaban solidaridad con Chile, cuyos recursos jamás llegaron al país; Se consolidó una administración pública que desdeñó el aporte de quienes en Chile recuperaron la democracia, pretendiendo una supuesta excelencia académica en la administración de la nueva democracia, de quienes preferencialmente, tuvieron las posibilidades de cursar post títulos y post grados durante su exilio voluntario o involuntario, cuyos resultados resulta difícil de diferenciar por los currículum académicos; familias enteras de Ministros de Estado, se transformaron en los nuevos gerentes de las empresas públicas y, de estos, sus nuevos familiares y amigos se vieron beneficiados por su relación con el poder político.
No se legisló sobre las incompatibilidades entre los Negocios Privados y el Estado, pasando los empresarios a dominar la política, ya que su financiamiento tuvo la visión de la transversalidad, es decir, el negocio privado financiaba el parlamento de izquierda y de derecha. Además, se relativizó la ética en la función pública, pues quien lucraba ilícitamente en el poder, podía seguir trabajando en la administración pública.
En este contexto, caricaturizando un poco la situación, vemos en momentos de apriete económico, una gran e interminable fila de chilenos esperando la solución a sus problemas básicos, mirando con indignación, como los grandes empresarios compraron la política y sus beneficios, o bien defraudan impunemente al Estado evadiendo impuestos multimillonarios, lo que no los exime de ponerse en la fila; pero por otro lado, ven como funcionarios políticos, sus familiares y amistades, encuentran en sus redes de poder, quien los coloque primeros en la fila, arreglen sus sueldos y jubilaciones, sin moverse de su escritorio.
Esta realidad, impuesta sobre la “libertad ideológica” de la derecha, pero de la cual usufructúan tanto de la derecha como de la izquierda, es la que nos permite entender el actual comportamiento electoral en el mundo y, en Chile en particular.
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