Por Constanza Villarroel Cáceres
Académica del Núcleo de Investigación
Facultad Ciencias de la Educación
Universidad San Sebastián
Hablar de la vida y obra de Humberto Maturana Romesín podría tomar muchas páginas. Se trata de un autor tan prolífico como visionario, capaz de tender un puente entre dos mundos que persisten en tensión y que, pareciera, a veces luchan por separarse: las Ciencias Naturales y la Ciencias Sociales.
Si bien su formación era de Biólogo, su trabajo trascendió esa disciplina, se nutrió de otras del ámbito de las Humanidades, como la Filosofía, la Psicología y la Sociología, y sentó las bases de una teoría revolucionaria para entender (y no predecir) el comportamiento de los seres humanos, en su multidimensionalidad.
Cuestionando paradigmas hegemónicos, como la división cuerpo-mente, plantea conceptos teóricos como la autopoiesis o la biología cultural, generando un impacto pocas veces visto en la comunidad científica contemporánea, y cuyas ramificaciones se extienden al futuro, inspirando el trabajo de académicos en campos diversos y dejando una huella indeleble en el desarrollo del conocimiento del ser humano.
En este sentido, y alejándose del afán predictivo de las ciencias naturales, asume que los que tenemos en común, como especie, es la diferencia que deja la experiencia vivida en cada uno.
A propósito de su muerte, años de archivos en donde plasma su lucidez han salido a la superficie. En uno de ellos, señala querer entender cómo el dolor, el amor, las vivencias en general, cambian a las personas. Su trabajó es hoy el sustento de una corriente que apuesta por un vivir amoroso, conectado a con los otros y con las emociones.
Es de esperar que su trabajo pueda ser apreciado en su real dimensión en nuestro país, tal como lo ha recibido de la comunidad académica mundial, tan amiga de los índices de impacto, pero que supo valorar su legado.