Por Emilio Oñate Vera
Decano Facultad de Derecho y Humanidades, UCEN
Es un lugar común entre los académicos y especialistas abogar por la importancia de los partidos políticos como un instrumento indispensable para fortalecer la democracia. Politólogos como George Tsebelis plantean que los partidos son incidentes en el sistema político a través de lo que el denomina “los jugadores con poder de veto”, los que inciden en el proceso legislativo y en el control de la ‘agenda’ de los países, entendiendo por ello la prevalencia de los debates públicos que, dependiendo del régimen de gobierno, presidencial o parlamentario, formulan las políticas públicas y concentran la atención de los medios de comunicación.
La crisis de confianza hacia las instituciones y la degradación de la política partidista, es un fenómeno mundial que ha afectado a todas las democracias. La pregunta es ¿Cómo salir de ello y lograr que los partidos vuelvan a ocupar el rol de intermediación entre la autoridad y la sociedad civil?, desde luego no hay una respuesta única y definitiva, lo ocurrido en la mega elección del pasado 15 y 16 de mayo puede dar algunas luces sobre como aventurar una salida. Pareciera indispensable vincular a los partidos con el mundo social, con los independientes. Esto no resulta nada fácil, ya sea porque los independientes miran con recelo a las estructuras partidarias y en algunos casos se acercan a ellas para alcanzar un cupo o escaño, esto ha quedado demostrado en la elección de los convencionales constituyentes, donde a pocas horas de resultar electos, los convencionales que fueron en el cupo de los partidos anunciaban su total independencia y ausencia de vínculo con el partido que le otorgó el espacio para competir. Por otra parte, las bases partidarias se quejan del espacio que se abre a los independientes en desmedro de los militantes, a pesar de que sus dirigencias insistan en mostrar como propios candidatos electos que en realidad son independientes. A pesar de ello, pareciera que la única posibilidad de sobrevivencia de los partidos políticos es abrir esos espacios al mundo independiente.
A lo anterior, habría que agregar que las decisiones de los partidos se asuman de cara a la ciudadanía, promoviendo y entregando mecanismos de participación, por ejemplo, a través de primarias para elegir a sus candidatos y no a través de designaciones en las instancias cupulares reservadas solo para los grupos dirigenciales, consultando a sus militantes y adherentes sobre quienes podrán ocupar tal o cual espacio para medirse luego electoralmente.
Finalmente, algo que suele resultar bastante complejo por la masificación y distorsión que muchas veces generan las redes sociales, es transmitir nítidamente cuales son sus postulados, ideas y principios, diferenciándose, sin tratar de mimetizarse en los denominados “lugares comunes”, si no que por el contrario construyendo una identidad propia, nítida y transparente.
Desde luego, todo esto es fácil escribirlo y muy complejo hacerlo, sin embargo, a pesar de los tropiezos y sin sabores que decisiones como estas pudieran afectar inicialmente a las instituciones partidarias, suponen un ineludible cambio a sus estructuras y formas de actuación. Así, más temprano que tarde podrían volver a conectarse con ese esquivo electorado que hoy les da la espalda, cerrando el espacio a los populismos y por consiguiente a la degradación de la democracia.