Viejas leyendas empalidecen ante aquella creada e impuesta por el duopolio, esa de que estamos disfrutando una democracia ‘verdadera’
Por Arturo Alejandro Muñoz
Columnista Granvalparaiso.cl
A veces, o mejor dicho, casi siempre, duele el alma cuando una decepción la corroe. Me ha sucedido en varias oportunidades. Así ocurrió, por ejemplo, al percatarme que Camelot no era una ciudad, sino un lugar… claro, un sitio donde presumiblemente hubo una construcción enorme, algo parecido a un castillo o una mansión gigantesca. Pero, ¿ciudad?, no, qué va.
Siendo aún un niño compré rápidamente como cierta aquella historia inglesa del rey Arturo, la mesa redonda, los caballeros, Merlín, Morgana y Camelot. Viví durante años en el convencimiento de que Excalibur clavada en una piedra fue tan real como las pirámides, Cleopatra, César y Napoleón. En fin, para mi propia vergüenza reconozco que siendo ya más ‘viejito’ (cercano a los 15 años de edad) todavía me tragaba como asunto verídico alguna parte del Poema del Mio Cid, específicamente aquella que relata las cualidades de sus espadas Tizona y Colada.
Es que los cuentos y el cine son poderosos maestros que logran invadir cerebros vírgenes convirtiendo leyendas y mitos en realidades. “Una publicidad técnicamente perfecta, y reiterada en los principales medios de comunicación de masas, puede convencer a millones de personas que comer pan con bosta de vaca es altamente saludable y también muy propio de gente moderna” (Armando Cassigoli, Introducción a las Ciencias Sociales, Instituto Pedagógico, Universidad de Chile, año 1969).
La verdad es que independiente de los pocos o muchos calendarios que uno haya vivido, más temprano que tarde resbala y cae atrapado por las garras de la publicidad. No es cosa fácil escapar de ese asedio, y cuando se logra salir de aquella ‘matrix’ comienza una etapa dolorosa, ya que gran parte de la sociedad –aquella que está desinformada y vive feliz en la mentira holística del sistema- considera que la persona liberada es un bicho raro, peligroso, resentido.
La gente cuyas edades son inferiores a los 30 años de existencia, mostrarán extrañeza al leer estas líneas. Es comprensible. Esas personas nacieron cuando la dictadura cívico-militar dejaba restringido paso a una democracia protegida… por la dictadura. Poco y nada saben respecto a sistemas realmente democráticos e institucionales, a sistemas republicanos modernos. Han vivido 26 años bajo el disfraz de un sistema que asegura ser una determinada cosa pero es otra. Son 26 años donde el 99% del escenario político e informativo fue copado por dos bloques o coaliciones que se asociaron para mantener la ‘matrix’, aunque pintada y adornada con colgajos nuevos.
Entonces, dueños de la prensa escrita y hablada, esas coaliciones son también propietarias de la publicidad política. Con ella lograron inhumar en el terreno del olvido situaciones de tanta gravedad como lo acaecido en Colonia Dignidad (el pederasta, torturador y nazi Paul Schaeffer defendido y cobijado por varios parlamentarios actuales); o el escabroso asunto de Spiniak, Novoa, Gema Bueno y el juez Calvo; o los ‘maquillajes’ inaceptables hechos a la Encuesta CASEN en más de una oportunidad; y para qué echarle más duraznitos al ponche con cuestiones infumables como PENTA, SQM, CMPC, Farmacias, CAVAL, AFP’s, LAN, EXALMAR, Caimanes, Alto Maipo, etc., en las que siempre hubo políticos involucrados… obviamente, políticos pertenecientes a una de las dos coaliciones dueñas de todo (lo que incluye a la democracia protegida).
Sólo esto –lo expuesto respecto de la publicidad en manos de traidores y corruptos- puede explicar por qué todavía hay gente que entrega sus sufragios a quienes protegen y ensalzan a individuos nefastos que cometieron horrendos crímenes contra la humanidad, que torturaron niños, hicieron explotar con dinamita a personas, introdujeron ratones en la vagina de detenidas a las que violaron sistemáticamente, e incluso a muchas de ellas que estaban embarazadas las asesinaron cruelmente, degollaron profesores, asesinaron dirigentes sindicales… y tipos como estos asesinos son aplaudidos (e incluso votados, en más de un caso) por algunos chilenos hoy día, lo que deja puertas abiertas a la intromisión de retazos dictatoriales en los escenarios del poder y de la gobernabilidad.
Pero, son varios los chilenos que acreditan a pie juntillas en eso de que no juzgar a los responsables de genocidios, torturas y robos al Estado forma parte de la “!verdadera y sana democracia”. Es la idea que el establishment duopólico neoliberal le ha vendido a la sociedad chilena.
Debemos convenir que en ninguna democracia real, en ninguna, los responsables de sedición, asesinatos, torturas, desaparición de personas, robos al Estado y ataque al sistema institucional, han sido dejados en libertad una vez que la democracia fue recuperada luego de cierto período de totalitarismo. Sólo en Chile ha ocurrido, y ello se debe a que en nuestro país la democracia post dictadura nunca fue “real”, sino que ha sido un mal remedo, un retazo oscuro de la verdadera.
Tal vez muchos compatriotas adultos consideran que leyendas como las mencionadas: Camelot, el Cid, Colada, Excalibur, no son ciertas. Tienen razón, son leyendas. Pero esos mismos chilenos podrían seguir embaucados por un mito fraguado y parido por la publicidad engañosa e interesada que obra en poder de los dueños de la férula. Esa publicidad es la que les mantiene bajo la convicción de estar viviendo en democracia… y peor aún, convencidos de que esa democracia no sólo es la real, sino también que la figura y el fondo de ella es la única forma existente en el planeta.
De Camelot y Tizona, a la democracia protegida por los vástagos de la dictadura, hay sólo un breve paso. El suyo, amigo lector.