Megaempresas coludidas y políticos serviles a ellas, saben que sólo una institución con verdadero poder puede controlarles… pero ello sigue siendo una utopía en Chile administrado por el duopolio y esclavizado por el neoliberalismo salvaje
Por Arturo Alejandro Muñoz
Columnista Granvalparaiso.cl
¿Qué es, en esencia, el ‘poder’? Según Nietszche, el ‘poder’ es bueno, necesario, y la ‘voluntad del poder’ apunta siempre a dominar a otros y a tener el control del propio entorno. Para otros pensadores, el poder no es sino adueñarse de las condiciones –materiales, sociales, legales, sicológicas- que permitan hacer algo que esa persona quiera, sin que nada ni nadie logre impedirlo.
“Hacer lo que se desee”, “dominar a otros”, “tener controlado en un puño el propio entorno”. Si así es realmente el poder, la opinión que de él tenía Albert Einstein era entonces correcta: “no hay peor veneno que el poder”, dijo alguna vez el famoso científico.
Pero, nosotros, chilenos del siglo veintiuno, no requerimos que alguien venga a definirnos el concepto, ya que tenemos muy claro que el poder se encuentra en manos de individuos que nos ordenan, nos explotan, nos engañan y nos mediatizan para su propio beneficio. Por cierto, el poder –en su absoluta integralidad- no se encuentra en una sola mano o en una única institución, pues lo habitual es que esté repartido en diferentes ámbitos, como la política, las finanzas, las armas, la religión, las empresas, etc.
Claro, ya lo sabemos… lo dicho en las últimas tres líneas anteriores no se produce en Chile, ya que en nuestro país el poder –al menos el 90% de él- se encuentra atrapado por la voracidad de un grupo conformado por enriquecidas diez o doce familias, las que férreamente controlan todo, incluyendo los poderes del estado, religión y prensa, amén, por supuesto, de banca, recursos naturales, recursos hídricos, mar y borde costero, vías de comunicación, finanzas, mega empresas, educación e incluso el deporte, la farándula y el entretenimiento. Es decir, todo.
Por ello, a menos que a usted, querido lector, le siga pareciendo que Chile tiene un Estado demasiado grande, ese “todo” es pertenencia de aquellas 12 familias, y si no lo es directamente, sí lo es de manera colateral, bajo la administración de otros poderosos –menores, claro está- pero tan fuertemente atados a la propiedad misma de los dueños de la férula que no podrían actuar sin la autorización de las mentadas familias, o de sus representantes políticos.
Es un hecho irredargüible que el poder en Chile no está repartido entre varias instituciones; por el contrario, está absolutamente concentrado en esas pocas manos, y al igual que el universo se expande día a día sin que haya obstáculos serios para tamaño crecimiento, ya que el voluminoso sector privado de la producción de bienes y servicios, por si y ante si, es quien establece las reglas del juego y a ello le pone el eufemístico nombre de “mercado”, dando a entender que la triste realidad que viven millones de ciudadanos en materia económica obedece a los efectos desglosados de resoluciones dictadas por un inefable ente incorpóreo que es quien, supuestamente, toma las decisiones y establece los parámetros de la economía, vale decir, de la oferta, la demanda y precios de artículos y servicios.
No sólo establece el valor económico y el valor de cambio, sino también determina “la calidad” de cada bien puesto al servicio del mercado. La utópica pretensión de todo comprador, las Tres B (bueno, bonito y barato), casi siempre se estrella contra la voracidad del productor, o del intermediario que, por cierto, forma parte de la cadena íntima económica del gran propietario, amparados ambos por legislaciones ineficientes, e incluso a medio terminar, las cuales son muy firmes en la defensa de los dueños de medios de producción.
En palabras simples, el cliente o usuario choca con la fortaleza del poder. Así de claro. ¿Quién lo defiende? Antes de responder a esta pregunta, recordemos que Malcom X, el asesinado líder revolucionario de las minorías negras estadounidenses que luchaba defendiendo los derechos civiles de los afroamericanos, al hablar respecto del poder, asertivamente dijo que “el poder jamás retrocede… salvo cuando se enfrenta a un poder mayor”. También aseguró que “la única cosa que respeta el poder, es el poder”.
En nuestro país, el poder que se encuentra en manos de la sociedad duopólica dependiente y obsecuente (del gran capital transnacional), trabaja preferentemente para los poderosos de aquí y de allá. Eso explica por qué la prensa que les pertenece y los parlamentarios y políticos que esos poderosos pagan, insisten en llamar “economía sana” cuando el Estado legisla y actúa desembozadamente en beneficio del sector privado, y “populismo” cuando ese mismo Estado decide preocuparse por la gente, por el total de la sociedad civil.
Por ello, el usuario carece absolutamente de poder. O al menos cree carecer de él y es así entonces que actúa en consecuencia, cual animal entregado a la buena o mala mano del matarife. Los dueños de la férula, entendiendo que era preferible perder el anillo y no el dedo, aceptaron la creación de un servicio supuestamente protector de los derechos del cliente, el SERNAC (Servicio Nacional del Consumidor) que, en estricto rigor, ha realizado encomiable trabajo pese a contar con presupuesto risible y con medios humanos y legales cercanos a la escualidez.
Es materialmente imposible que un servicio dotado de tan ínfimas atribuciones legales pueda “controlar” el poder de los propietarios de medios productivos, el de los socios de la banca, de grandes consorcios comerciales, y el de los expoliadores dueños de importantes sistemas como el educativo, la salud y la previsión social.
Pata funcionar debidamente y cumplir a cabalidad la intención primigenia que tuvo en su momento algún legislador bien parido, el SERNAC requeriría disponer –como primer paso- de atribuciones de hondo calado como son las que poseen instituciones que “el poder” ha establecido para defenderse y consolidarse a sí mismo, como es el caso del Tribunal Constitucional, del Banco Central y otras similares, entre las que se cuenta la jerarquía de la iglesia católica y la mayoría de las tiendas partidistas que conforman el bloque llamado “duopolio”.
De no ser así, ergo, de no contar con fuerza legal suficiente, ¿cómo es dable esperar del SERNAC una tarea exitosa en el control del ‘poder’ y en la defensa de los intereses del cliente o usuario? Debemos ser realistas y concordar que otras instituciones, aparentemente estructuradas para defender “a la gente y al país”, por lo general funcionan a favor de los poderosos. Eso se piensa, al menos, de aquellas que durante décadas han venido funcionando casi como “clubes” empresariales, cual es el caso del Consejo para la Transparencia, la Fiscalía Nacional Económica, el Consejo Superior de Educación, etc.
En concreto, no hay ni ha habido voluntad política para crear un andamiaje con fuerte apoyo legal, elevado presupuesto económico y sólido bagaje técnico y humano –con presencia en todas las ciudades de Chile- es decir, con verdadero PODER, para controlar los excesos, ninguneos, estafas, demoras y burocracias que contra el usuario cometen empresas privadas y fiscales.
Un SERNAC de esas características podría contrarrestar la brutal anomia que la mayoría de los chilenos muestra respecto de las estafas derivadas de colusiones y negociados ilícitos cometidos por corporaciones empresariales, y por el propio Estado. Es de verdad muy difícil –casi imposible- explicar la conducta del consumidor nacional frente al verdadero robo a que fue sometido durante años por determinadas empresas que, una vez sorprendidas en sus acciones, no sólo escaparon casi indemnes al martillo de la débil justicia imperante en esas materias, sino, además, sus productos regresaron a los primeros lugares de ventas en supermercados y establecimientos comerciales. El caso de la colusión avícola y la del papel tissue ejemplifican perfectamente lo dicho.
Si ello ocurre, y seguramente seguirá sucediendo, con mayor razón entonces se hace indispensable estructurar un nuevo andamiaje para instituciones como el ya mencionado SERNAC, a objeto de concretar lo que es una necesidad urgente en un país como el nuestro, donde el capitalismo salvaje hace de las suyas sin cortapisas ni vacilaciones porque no existe un “poder que controle el poder”.