Esta parte de la oración católica ‘Yo pecador’ podría aplicarse a los dizque demócratas de la muy humana política contingente, ya que en Latinoamérica el fascismo desdeña a la derecha y al progresismo y avanza sin cortapisas (aunque también debería entenderse como “el fracaso de los partidos progresistas”)
Por Arturo Alejandro Muñoz
Columnista Granvalparaiso.cl
No hay duda alguna. En honor a la estricta verdad, pese a haber sido derrotado bélicamente durante la segunda guerra mundial, el fascismo nunca dejó de estar presente en alguno de los gobiernos europeos, siendo España el país donde ha marcado mayor y continua presencia a través de una corriente política conocida como “franquismo”, avalada y protegida (amén de impulsada) por la iglesia católica local.
El fascismo está de regreso en Occidente y lo hace con inusitada fuerza, agregando a ello una proclama que redunda violencia y segregacionismo. La elección de Donald Trump en EEUU, la toma del poder por un Gobierno neofascista en Italia, el ascenso del neonazismo en Europa, y ahora la posibilidad cierta de que en Brasil pueda resultar electo presidente de la república un fascista, defensor de la dictadura militar, misógino, sexista, racista y xenófobo, certifican lo dicho.
Jair Bolsonaro es el intento ultraderechista y nacionalista de regresar a la nefasta política de “Seguridad Nacional”, misma que no es sino el retorno ala democracia protegida, una forma de enmascarar las dictaduras militares que asolaron el continente entre los años 1964 y 1990. Bolsonaro es un peligro real para América Latina ya que pretende retrotraer Brasil a la época situada entre 1964 y 1985, pero esta vez bajo la tutela de las transnacionales y financieras sitas en Estados Unidos y en la Unión Europea.
El gigante sudamericano, Brasil, siempre ha tenido gravitante influencia sobre el resto de las naciones del este subcontinente, como ocurrió en el siglo pasado con la ya mencionada Política de Seguridad Nacional, misma que comenzó con un golpe de estado militar contra Joao Goulart (año 1964) y se fue esparciendo cual mancha de aceite hacia todos los rincones de Sudamérica. Chile fue el último país en incorporarse a ese macabro escenario, el año 1973. Lo de Bolsonaro y la capacidad de influencia de Brasil queda graficado claramente con la opinión emitida en Europa por el presidente chileno Sebastián Piñera: “Sabemos poco de él (refriiéndose a Jair Bolsonaro), pero en la senda del crecimiento va en camino correcto”.
Al mismo tiempo de esta declaración, el máximo representante de la ultraderecha chilena, José Antonio Kast, también saludaba y celebraba el triunfo del ex militar brasileño en la primera vuelta electoral, aunque Kast realmente fue más lejos en sus demostraciones: dijo que viajaría a Sao Paulo y a Rio de Janeiro para acompañar a Bolsonaro en su marcha hacia Brasilia una vez obtenido el triunfo final.
Pero, ¿qué es, en esencia, el ‘fascismo’? ¿por qué tiene detractores en todos los países del orbe y ellos siempre son mayoría? La mejor forma de conocerlo es leyendo lo que algunos importantes hombres de la política y las letras han dicho al respecto.
El conocido escritor italiano Umberto Ecco publicó hace algún tiempo la siguiente lista con 14 características del fascismo.
1. Culto de la tradición, de los saberes arcaicos, de la revelación recibida en el alba de la historia humana encomendada a los jeroglíficos egipcios, a las runas de los celtas, a los textos sagrados, aún desconocidos, de algunas religiones asiáticas.
2. Rechazo del modernismo. La Ilustración, la edad de la Razón, se ven como el principio de la depravación moderna. En este sentido, el Fascismo puede definirse como irracionalismo.
3. Culto de la acción por la acción. Pensar es una forma de castración. Por eso la cultura es sospechosa en la medida en que se la identifica con actitudes críticas.
4. Rechazo del pensamiento crítico. El espíritu crítico opera distinciones, y distinguir es señal de modernidad. Para el Fascismo, el desacuerdo es traición.
5. Miedo a la diferencia. El primer llamamiento de un movimiento fascista, o prematuramente fascista, es contra los intrusos. El Fascismo es, pues, racista por definición.
6. Llamamiento a las clases medias frustradas. En nuestra época el fascismo encontrará su público en esta nueva mayoría.
7. Nacionalismo y xenofobia. Obsesión por el complot.
8. Envidia y miedo al “enemigo”.
9. Principio de guerra permanente, antipacifismo.
10. Elitismo, desprecio por los débiles.
11. Heroísmo, culto a la muerte.
12. Transferencia de la voluntad de poder a cuestiones sexuales. Machismo, odio al sexo no conformista. Transferencia del sexo al juego de las armas.
13. Populismo cualitativo, oposición a los podridos gobiernos parlamentarios. Cada vez que un político arroja dudas sobre la legitimidad del parlamento porque no representa ya la voz del pueblo, podemos percibir olor de Fascismo.
14. Neolengua. Todos los textos escolares nazis o fascistas se basaban en un léxico pobre y en una sintaxis elemental, con la finalidad de limitar los instrumentos para el razonamiento complejo y crítico. Pero debemos estar preparados para identificar otras formas de neolengua, incluso cuando adoptan la forma inocente de un popular reality show.
Umberto Ecco termina su listado con una advertencia, que también es atemporal: “El Fascismo puede volver todavía con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus formas nuevas, cada día, en cada parte del mundo”.
Y si lo mencionado por el autor de “·El nombre de la Rosa” no fuese suficiente, lea usted entonces la opinión que sobre el fascismo tenía el presidente de los EEUU, Franklin Delano Rooselvet:
“La primera verdad es que la libertad de una democracia no está a salvo si la gente tolera el crecimiento del poder en manos privadas hasta el punto de que se convierte en algo más fuerte que el propio estado democrático. Eso, en esencia, es el fascismo: la propiedad del estado por parte de un individuo, de un grupo, o de cualquier otro que controle el poder privado”.
Es decir, sólo el estado puede impedir que las mega empresas y transnacionales dominen un país a voluntad para expoliarlo en beneficio de sus intereses particulares. El fascismo, en suma, es hoy la expresión sociopolítica de la megaempresa transnacional sin dios ni ley asentada en el estado, dominadora de todo el conjunto, sin oposición ni posibilidad de rechazo.
¿Cómo se llegó a este estado de cosas en Brasil, y quizás prontamente en Chile? El fracaso de las fuerzas progresistas podría explicar el asunto. La corrupción, el amiguismo, el nepotismo, el desdén absoluto hacia la ciudadanía, el convertir la educación en asunto de negocio, terminó dándole la victoria al fascismo, quien precisamente fue el que, mediante los concursos y ‘consejos’ que la derecha ortodoxa dispensó a sus ‘adversarios’, abrió las puertas e incentivó a las fuerzas progresistas para que soltaran amarras y desembarcaran en la isla de Circe.
Hoy, los integrantes de la vieja Concertación y de la fracasada Nueva Mayoría, rezan a todo pulmón el “Yo pecador”, golpeándose el pecho y verseando: “por mi culpa, por mi culpa, por mi gravísima culpa”. Cuestión inútil… ya es tarde… la leche está derramada. Sólo una fuerte y sólida unidad de todas las fuerzas antifascistas les podría salvar. ¿Lo harán?
Soy brasileno e tengo mucho miedo de Bolsonaro ganar