Por Fernanda Orrego Müller
Psicóloga y Directora Nacional de Empleabilidad U. San Sebastián.
Si bien cada persona puede tener motivaciones personales, a la luz del contexto de la pandemia nos preguntamos por qué es posible que suceda esta fiesta.
El primer aspecto que llama la atención es la baja preocupación por el cumplimiento de las normas y la ley. Las leyes y normas existen como mecanismos de regulación social de modo de ordenar la libertad personal, resguardando al individuo y al otro. Al incumplir la ley, cada uno de los participantes consideró que el bien común que el toque de queda intenta resguardar era menos relevante que la libertad individual.
Además, nos encontrar con un grupo motivado por una búsqueda de placer. Por lo general una fiesta es sinónimo de diversión, encuentro social y relajo. Podemos imaginar que buscaban estos placeres en la fiesta, placeres que la mayoría ha tenido que privarse en este tiempo y que para algunos puede ser extremadamente difícil, especialmente para quienes disfrutan de emociones y estímulos más intensos.
Esta pandemia nos ha desafiado a estar más tiempo con quienes vivimos y menos con nuestra familia extensa o amigos. Nos ha privado del efecto placentero de la vida social sobre nuestras preocupaciones, miedos y cansancios, y nos ha obligado a buscar refugio en nuestro mundo interior. Sin poder justificar a este grupo de personas, puedo imaginar que para muchos fue un escape de una realidad compleja y que a ratos es extremadamente difícil de vivir. Lo anterior no exculpa del daño y riesgo al que someten a muchos.
Por edad, probablemente tendrán muy pocos efectos en caso de contraer el virus, con lo cual es posible que hayan evaluado que el costo de postergar el placer de una noche de fiesta era menor que el riesgo al cual se sometían. Sin embargo, varios de los asistentes podrían estar equivocados y desconocer si poseen algún factor de riesgo que no hayan detectado previamente y esta ilusión de estar a salvo se pueda quebrar.
Lamentablemente estamos en un momento donde la experiencia de lo colectivo y el bien común ha sucumbido a un mundo individualista donde es más relevante poder satisfacer las propias necesidades por sobre el desafío que implica postergar el propio deseo y dar paso a lo colectivo. El colectivo pasó a ser un abstracto que no logra contenernos ya que no es fácil entender por quién me estoy cuidando si no conozco a mis vecinos o no tengo mayores vínculos que un saludo esporádico por vivir en un mismo piso.
Finalmente, esta fiesta es un síntoma más de una sociedad donde sus individuos han olvidado el valor del esfuerzo colectivo en pos del cumplimiento de un objetivo común que para lograrlo requiere del esfuerzo de todos y cada uno.