Por Santiago González Larraín
Rector Universidad Central
El filósofo inglés Thomas Hobbes señala en su libro Leviatán, publicado el año 1651, que en la naturaleza del hombre existe la discordia, la cual le genera un impulso natural a atacarse por tres razones fundamentales: la competencia, la desconfianza y la gloria.
Resulta paradójico que hoy continuemos dándole la razón a Hobbes, no hayamos aprendido nada y sigamos gastamos millones de dólares en armas de todo tipo para atacarnos entre nosotros. Ahí están las armas nucleares, misiles, aviones, portaaviones, submarinos, tanques, y toda clase de armamento cada vez más sofisticado, fabricado con el solo objeto de eliminar personas.
Ahora que tenemos un pequeño enemigo común que ha dado muerte en tres meses a más de 300.000 seres humanos, resulta que todas esas armas, en las cuales hemos invertido nuestros recursos durante años, son absolutamente ineficaces para combatirlo, y nos encontramos a merced de este enemigo que ataca y se moviliza a través del mundo, que nos tiene en un estado de indefensión nunca visto en la era moderna, y que al parecer solo puede ser combatido, controlado o eliminado mediante algún descubrimiento que nos proveerá solo la investigación médica.
Hoy vemos con desazón que las potencias inician una nueva controversia en torno a la desarticulación del Tratado de Cielos Abiertos, el cual entrega algún tipo de garantías sobre el control y la proliferación de armas, especialmente las nucleares. No será hora de que los humanos cambiemos nuestras prioridades, modificando el foco desde las armas y la guerra hacia la investigación en salud. Ojalá nuestros líderes mundiales reflexionen sobre esto.