Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
“En toda guerra, del tipo que sea, la primera víctima es la verdad” (203 millones de muertos durante el siglo XX, avalan y dan la razón al autor de la frase: Arthur Ponsoby)
Nunca antes en la historia de la humanidad, hubo tantas guerras, agresividad, violencia, destrucción y muerte en el mundo, como sucedió durante el siglo XX y como ha sucedido en los primeros 23 años del siglo XXI.
De acuerdo con una exhaustiva investigación de Matthew White, autor de la obra “El libro negro de la Humanidad. Crónica de las grandes atrocidades de la historia” sólo durante el siglo XX, el siglo más ilustrado y con el mayor nivel de conocimientos que jamás haya tenido la humanidad, hubo 203 millones de muertos, de los cuales, el 82% eran civiles inocentes, es decir, niños, mujeres, hombres y ancianos que murieron a causa de guerras intestinas, guerras fratricidas, guerras de conquista, guerras mundiales, guerras religiosas, guerras de “limpieza étnica” y guerras ideológicas, siendo estas últimas, de las peores en su esencia y una consecuencia directa de querer imponer sistemas políticos e ideológicos a la población de una nación por la fuerza de las armas, de la tortura, del terror y del hambre.
De acuerdo con el cuadro estadístico que entrega White en su página web “Necrometrics” (http://necrometrics.com/all20c.htm), donde consigna que las muertes a causa de la guerra y la opresión política, considera: (a) las muertes por hambrunas intencionales, con 58 millones de muertos, (b) los “democidios”, es decir, el asesinato sin justificación de cualquier persona por parte de un gobierno, incluyendo genocidios, asesinatos políticos y asesinatos masivos, con un total de 81 millones de muertos, (c) muerte de soldados, con 37 millones de muertos y, (d) muertes colaterales con un total de 27 millones de personas fallecidas, lo que arroja una cifra final de 203 millones de muertos, sólo para el siglo XX.
Al respecto de las guerras ideológicas señalemos, asimismo, que existe otra obra muy bien documentada que fue escrita por un conjunto de seis investigadores, historiadores y cientistas políticos de diversas nacionalidades y de reconocidas universidades de Europa y Estados Unidos, que lleva por título: “El libro negro del comunismo. Crímenes, terror y represión” (Courtois, Werth, Panné, Paczkowski, Bartosek y Margolin, 2005), donde se demuestra que el uso de la violencia, el terrorismo de Estado y el genocidio masivo bajo los regímenes de Mao Tse Tung en China, Vladimir Lenin y Josef Stalin en Rusia, Pol Pot en Camboya, Ho Chi Ming en Viet Nam, Kim Il-sung en Corea del Norte, Fidel Castro en Cuba, etc., causó la muerte de alrededor de cien millones de personas.
El hombre ha empleado la violencia, el terror, la tortura y la muerte por hambre a través de toda su historia, sin embargo, hoy en día, la ejerce de manera “industrializada” por intermedio de armas de destrucción masiva y, demasiado a menudo, de forma institucionalizada, a través de las mismas estructuras políticas del Gobierno de turno, bajo la fórmula del llamado “terrorismo de Estado”, manejado de manera brutal por temibles y sanguinarios tiranos, por dictadores de derecha y de izquierda con resultados, a menudo, devastadores para la población mayormente inocente.
La violencia se extiende y expande como un reguero de pólvora por todas partes del mundo, sin distinción de raza, color, credo o ideología política, donde el terrorismo, la violencia y la represión por parte de los gobiernos y del Estado, así como los actos de terrorismo y agresividad individual representan una noticia de todos los días.
Estudiosos como el Dr. Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, y los etólogos Niko Tinbergen y Konrad Lorenz –ambos ganadores del premio Nobel de Medicina– que investigaron tanto la conducta del hombre como la conducta de los animales (etología), llegaron a la conclusión que el ser humano representa al animal más violento del planeta. En rigor, es el único ser que es capaz de asesinar fría, calculada y en forma premeditada a sus semejantes.
El grado y uso de la violencia aumenta día a día, los actos terroristas se suman uno tras otro en muchos países del mundo, a raíz de lo cual, crece la preocupación en torno al uso de la violencia que se vincula a muchos de los fenómenos históricos que he descrito brevemente, con el fin de comprender su génesis y, por esta vía, encontrar algunas respuestas que mitiguen y coarten el uso de la violencia destructiva a raíz de los cientos de millones de muertos inocentes que remecen nuestras conciencias. A lo anterior se suma otro hecho: la violencia se tiende a ejercer desde las estructuras burocráticas e institucionales del Estado.
Los estudiosos del comportamiento humano, han demostrado que muchas de nuestras conductas son aprendidas y, demasiado a menudo, son guiadas por factores que no son propiamente “racionales”, tales como los instintos, las emociones y las pasiones. Las ideologías, por ejemplo –sean de tipo religioso o político– tienden a gatillar en el ser humano conductas extremadamente violentas cuando dos visiones distintas se contraponen y una de ellas pretende avasallar o asesinar a la otra. En el mismo instante en que ello sucede, entonces rápidamente entran las pasiones y las emociones a jugar un rol crucial, quedando secuestrada y a un lado la parte racional del ser humano.
Dado que muchos actos de destrucción masiva en contra de los seres humanos se explican por una obediencia ciega a la autoridad, cuando se le pide explicaciones a las personas que llevan a cabo este tipo de actos aberrantes, crueles y despreciables en contra de sus congéneres, éstas se justifican señalando que recibieron órdenes para ejecutar los crímenes, sin que les haya importado lo horribles e inhumanos que fueron los actos cometidos. Esta pseudo “explicación” la dieron todos aquellos que cometieron actos barbáricos, incluso, en contra de sus propios pueblos, tales como en Rusia, China, Camboya, Cuba, etc. Aquí se advierte que las personas no realizan un razonamiento o reflexión acerca de las consecuencias en relación con la orden recibida, al mismo tiempo que experimentan una suerte de inhibición de su capacidad autocrítica, lo que, finalmente, las lleva a delegar la responsabilidad moral en la “autoridad que impartió” las órdenes. En este tipo de situaciones, la persona no actúa ni se comporta –ni siquiera cercanamente– como el ser moral y ético, que, supuestamente, es.
Por otra parte, a raíz de que, por lo general, son las estructuras gubernamentales las que dan las órdenes –sean éstas correctas, incorrectas, aberrantes o criminales–, las responsabilidades terminan por diluirse completamente a través del “traspaso” de las órdenes por las distintas jerarquías. ¿Resultado final? Nadie resulta responsable, y menos aún, castigado por los genocidios y crímenes perpetrados.La única solución que visualizan los expertos para poder contrarrestar tanta violencia y destrucción gratuita, es propiciar desde la infancia una cultura que ayude y enseñe al ser humano a ser más reflexivo, autocrítico y ético, sin perder su lado emocional: hoy, a esto, se lo llama desarrollar la “Inteligencia Emocional”. Innecesario destacar que la cultura occidental no es una cultura que fomente, precisamente, esas facultades, por cuanto, más que cualquier otra cosa, aquello que se fomenta es la obediencia a la autoridad, conducta que se fundamenta y se basa en el temor al castigo, y esto no nos sirve, si queremos escapar de un eventual holocausto global, como lo es el caso de una guerra con bombas atómicas, situación, a la que, lamentablemente, estamos expuestos cada día más.