La idea que emana de la realidad actual no es otra que vivir en Santiago y morir en regiones. Eso es lo que muy en concreto ofrece el sistema de una regionalización fallida, una regionalización “Cau-Cau”, como el puente de la vergüenza.
Por Arturo Alejandro Muñoz
Columnista Granvalparaiso.cl
Que Chile ha avanzado en varios aspectos y materias, no hay opinión que lo desmienta, aunque el costo ha sido demasiado alto y, como de costumbre, quienes lo han pagado con mayor esfuerzo y dolor son los mismos de siempre, los llamados ‘moya’, el pueblo.
Sin embargo, ha habido también fracasos sustantivos, de esos que provocan incertidumbres a la hora de hablar del futuro ya que se mantienen en el tiempo como si no tuviesen solución. Sin duda alguna, el fracaso más sonado y permanente que ha caracterizado a todas las autoridades nacionales desde hace cuatro décadas es la fallida regionalización. Un fiasco total. No es fácil administrar centralizadamente un país que tiene 4.329 kilómetros de costa… el más largo y extenso del planeta. No es fácil, pero seguir haciéndolo a pesar de los datos y argumentos incontrarrestables existentes, es una aberración administrativa, política y económica.
La insoportable mega concentración de bienes y servicios en la ciudad capital ha provocado el incremento del sempiterno proceso de migración interna, ya que esa urbe (Santiago) viene actuando como imán que atrapa a miles (millones quizás) de personas provenientes de regiones y zonas alejadas, toda vez que las oportunidades de trabajo y emprendimientos resultan ser más potentes en la metrópolis, donde además los provincianos encuentran respuestas a todas sus necesidades sociales, culturales, recreativas, etc.
En Economía se argumenta (o se define) que “Producir” es simplemente agregar utilidad económica a un bien o a un servicio. Sin ese ‘agregado’, la producción no es más que una creación económicamente inútil, ya que no ingresa al mercado, a la corriente económica. Pareciera entonces que desde hace muchos años, es en la capital del país donde resulta posible agregar mayor utilidad económica a todo lo que se produce en Chile, mucho de lo cual, preferentemente en el área de servicios, se crea, se inventa, se estructura, en Santiago.
En nuestro país la máxima para un amplio y significativo porcentaje de la población –en cuanto al desarrollo de la existencia humana- es la siguiente: “trabaja y crece económica y profesionalmente en Santiago, alcanza allí el mejor nivel de vida que puedas lograr…pero, una vez que jubiles, te pensiones o envejezcas, regresa a tus raíces provincianas donde la tranquilidad, el orden, la seguridad y la belleza escénica serán tus mejores compañeras”. La idea que emana de la realidad actual no es otra que vivir en Santiago y morir en regiones. Eso es lo que muy en concreto ofrece el sistema de una regionalización fallida, una regionalización “Cau-Cau”, como el puente de la vergüenza.
Ya en cuestiones políticas queda marcada la controversia, pues cualquier decisión referente a ese tema (incluyendo nominaciones de candidatos a cualquier cosa en lugares que los dirigentes políticos santiaguinos ni siquiera podrían ubicar medianamente en el mapa) son facultades que se arrogan las tiendas partidistas capitalinas. De hecho, la mayoría de los ‘representantes’ políticos de regiones en el poder legislativo, no son ni han nacido ni trabajan ni conocen esas regiones que pretenden representar. Muchos de ellos gustan de aprender sobre la marcha, pues se radican en la región una vez que resultan electos. ¿Cómo podríamos llamar a eso? ¿Falta de respeto, frescura, cinismo? Sus tiendas partidista los avalan, ninguneando de manera despectiva e incluso clasista a los habitantes de regiones… algo así como repartir la torta sólo entre sus adláteres de mayor ‘prosapia’ familisterial.
En estas cuestiones políticas, los partidos ‘santiaguinos’ abren puertas a la participación del “perraje” regional sólo en lo que respecta a comicios edilicios, preferentemente (y casi exclusivamente) en las conformaciones de los cuerpos colegiados conocidos como Concejos Municipales. Ahí el ‘garumaje’ que cada partido tiene en las regiones cuenta con visto bueno para participar en calidad de candidatos… sólo ahí, pues en todo lo demás Santiago manda, ordena y dispone.
Si alguien pensaba que sólo en los regímenes comunistas las decisiones, todas ellas, eran tomadas por un “comité central”, se equivocó, pues en sistemas como el nuestro (capitalista neoliberal) ocurre lo mismo, y tal vez con mayor intensidad. Claro que en el caso chileno el ‘Comité Central’ se llama Santiago del Nuevo Extremo.
Seguramente usted refutará esta opinión argumentando que el poder judicial se encuentra sito en Valparaíso, pero entonces yo debería contra preguntar: “¿y Valparaíso tiene por ello un grado de mayor autonomía en las decisiones que esa región necesita?”. Fin de la discusión.
En asuntos judiciales la cuestión pasa de gris a oscuro de un sólo paraguazo. Se trata nada más que de un ejemplo cualquiera, pero que arroja luz sobre lo que se ha escrito en las líneas anteriores.
Vea usted; un chileno que fue demandado por su cónyuge o pareja para el pago de pensión de alimentos en beneficio del hijo o los hijos de ambos, y que ha pagado sagradamente cada mes sin faltar nunca a su responsabilidad, cuando llega el momento de poner término a la pensión de marras (porque los causantes de ella, los hijos, ya están más que mayorcitos y superaron los 28 años de edad), tiene que solicitar una mediación previa al juicio de término de pensión.
Pero, tal mediación (al igual que el juicio posterior) se debe realizar en la ciudad donde se produjo la demanda por pensión de alimentos. Entonces, si la demanda fue aprobada en un tribunal de Valparaíso y el alimentante (quien paga la pensión) trabaja y vive en Punta Arenas desde hace años, tendrá que viajar a Valparaíso para comenzar el trámite respectivo. ¿Y la regionalización, qué? Nada de nada.
Lo siento amigo santiaguino, pero incluso en materias culturales la capital del país se ha transformado –desde hace siglos-en un insaciable monstruo que fagocita literatura, música, arte en general y creatividad ajenas. Se apropia de todo y de todos. “Para preservarlo”, dicen. Gabriela, Pablo (Neruda), Pablo (de Rokha), Violeta, Roberto ( Matta), Nicanor, Claudio (Arrau), Pacheco Altamirano, Óscar Castro, Isabel (Allende), Francisco Encina, el doctor Alfonso Asenjo (eminencia mundial en neurocirugía), José Maza (astrofísico de renombre planetario), el doctor Bernardo Arriaza (también eminencia mundial , pero en Bioarqueología), por mencionar solamente a algunos, son todos ellos “provincianos” (a excepción de nuestra Premio Nacional de Literatura, Isabel Allende, que nació en Lima, Perú).
Y, bueno… O’Higgins nació en Chillán, al igual que Arturo Prat. Y si hablamos de música popular, nos obligamos a reconocer que algunos de los principales cantantes y grupos con éxito en el mundo son provincianos, como Arturo Gatica (Rancagua), Antonio Prieto (Iquique), Los Jaivas (Viña del Mar), Illapu (Antofagasta), Los Ángeles Negros (San Carlos, región del BioBio), Tito Fernández (Temuco), etcétera. Incluso en asuntos de comunicaciones y televisión, Mario Kreutzberger (“Don Francisco”), galardonado también en EEUU, es un talquino de tomo y lomo. Todos ellos, sin excepción, han sido fagocitados por ese monstruo llamado Santiago, o mejor dicho, por la bestia que conocemos con el nombre de “Regionalización Cau-Cau o fallida” .
No he querido (ni sabido) aportar detalles concernientes a cuestiones meramente económicas que hacen de la fallida regionalización un asunto digno de arcadas. Algunos economistas podrían entregar datos, cifras y opiniones contundentes en lo referido a asuntos económicos que se desglosan negativamente de esta regionalización castrada. Ojalá lo hagan, el país lo requiere con urgencia.
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