Dr. Franco Lotito C- – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
“En toda la naturaleza, nada amenaza a la humanidad, como la humanidad misma” (Lewis Thomas, médico, educador e investigador estadounidense)
El discurso –o proceso comunicativo–, es un factor que cumple una función no sólo como elemento socializador, comunicacional e ideológico, sino que también se convierte en un factor determinante que permite aglutinar –o también separar y enemistar– a grupos de personas en torno a ciertas ideas, expectativas, predicamentos, principios y valores.
Así como hay mucha gente buena y honesta en nuestro país, que resuelve sus diferencias de manera pacífica y a través del diálogo, también tenemos, lamentablemente, mucha gente ofuscada, iracunda, odiosa y descontrolada, que lo único que busca es provocar el máximo daño, aún cuando ese daño vaya en contra de su propio bienestar.
Por otra parte, nuestra incompetente –y mala– clase política, ha logrado –con su actuar y su discurso trasnochado, incendiario y descalificador–, hacer estallar, finalmente, toda la rabia, molestia, descontento y resentimiento acumulados por décadas durante estos últimos casi 30 años de pseudo “democracia”, donde abundaron –paralelamente– tanto las miles de promesas nunca cumplidas, así como también la abundancia en abusos, trato indigno, ladronaje y corrupción a destajo por parte de una clase económica, política, religiosa y gobernante miserable que nunca se cansó de explotar y expoliar al pueblo al que dicen “servir”, hasta que el pueblo se cansó y salió a las calles a manifestar su frustración e indignación, situación que, posteriormente, terminó con un importante grupo de chilenos, pasándose al otro extremo: el de los saqueos, del vandalismo, de la destrucción masiva y la devastación sin sentido, y que, lamentablemente, terminará por afectar a los más vulnerables y los más pobres de nuestra nación.
EL PROCESO DE “DESINDIVIDUACIÓN”
Uno de los procesos o fenómenos psicosociales que explica el comportamiento salvaje e irracional que tuvieron cientos de miles de chilenos durante esta explosiva semana de octubre a nivel nacional, lleva por nombre “proceso de desindividuación”, de acuerdo con el cual, el sujeto, al encontrarse al interior de un grupo de personas heterogéneas, pierde su yo y conciencia personal, su identidad, sus valores y, lo que es peor, su responsabilidad individual, dejándose llevar por las acciones y emociones del grupo –por destructivas que éstas sean–, produciéndose una suerte de contagio emocional e histeria colectiva entre todos, que lleva al grupo –y al sujeto individual– a realizar innumerables actos aberrantes, ilícitos y reprochables desde todo punto de vista. En rigor, la persona termina realizando actos y acciones que NUNCA se atrevería a hacer, si estuviera solo o aislado.
El inesperado –y también brutal– comportamiento que ha tenido una parte importante de la sociedad chilena en estos aciagos días de octubre, ha sorprendido a muchos profesionales expertos en el comportamiento psicológico y psicosocial del ser humano, ya que los numerosos actos vandálicos que se han producido, van mucho más allá de lo meramente estructural, por cuanto ahora también entra en juego el grave daño emocional, moral y de imagen que hemos provocado, tanto en contra de nosotros mismos, como así también, ante el resto del mundo que hoy nos observa muy atentamente.
LA NEFASTA Y MALA CLASE POLÍTICA CHILENA
¿Cómo damos cuenta de lo acontecido con la conducta de nuestros compatriotas durante estos días de furia desatada? En este sentido, la siguiente pregunta que debemos hacernos al respecto de este comportamiento salvaje, irracional y altamente destructivo es muy simple: ¿somos los chilenos –en términos generales– como aquella mítica figura del Minotauro de la Grecia antigua –mitad hombre, mitad bestia– que destruye, devora y arrasa con todo cuanto se le pone por delante?
La tercera pregunta que aparece en el horizonte es: ¿qué factores –o circunstancias– gatillaron los severos estallidos de violencia, descontrol, pillaje y destrucción que hemos visto en estos días?
No cabe duda alguna, que al responder esta última pregunta, los dardos se dirigen directamente hacia nuestra siniestra y miserable clase política, como así también hacia los grandes empresarios y las autoridades de los distintos gobiernos “democráticos” por su ineptitud e incapacidad para responder a las verdaderas necesidades de la absoluta mayoría de nuestro país.
Un país que ha sido consumido por una gran ola de rabia, indignación y resentimiento acumulados: AFPs que sólo entregan jubilaciones indignas, miserables y de hambre; salud pública de pésima calidad con listas de espera interminables y con pacientes que se mueren esperando por una atención digna; educación pública de mala calidad que sólo produce sujetos semi analfabetos; colusiones al por mayor entre grandes empresarios, y entre empresarios y autoridades de gobierno (quienes, como gran castigo, sólo reciben “clases de ética”); corrupción a destajo en la clase política con privilegios y dietas parlamentarias con montos exorbitantes y obscenos; generales de carabineros y del ejército desvalijando al Fisco a destajo; jueces corruptos con nexos con el narcotráfico que sólo imparten una justicia del tipo clasista y sólo para los “suyos”; sueldo mínimo indigno y que sólo permite una condición de esclavitud permanente; farmacéuticas y farmacias coludidas para esquilmar a sus clientes y… para qué continuar.
¿TENEMOS UNA IDENTIDAD NACIONAL?
Ahora bien, ante los miles de actos irracionales que hemos vivido, surge una cuarta pregunta lícita de hacer: ¿existe realmente algo que pudiéramos denominar como la “identidad” del chileno o es sólo el resultado de un espejismo comunitario en que todos estamos participando de una suerte de ilusión colectiva, con la finalidad de hacernos sentir algo mejor de lo que en realidad somos?
Hace tan sólo algunas semanas atrás –en el “mes de la Patria”–, ricos y pobres, los de izquierda y los de derecha, los de arriba y los de abajo bailaban, comían y disfrutaban juntos –y fraternalmente unidos– al son de la cueca, de la chicha y de la empanada, y luego, tan sólo algunas semanas después, el caos, el vandalismo, la destrucción y el descontrol total, condición que al final, terminó con las fuerzas militares en las calles, a fin de imponer algo de orden y seguridad.
Ante esta triste y vergonzosa realidad, deberemos aceptar que este “terremoto social” ha resquebrajado seriamente no sólo los cimientos y la infraestructura de cientos de supermercados, de innumerables locales de pequeños comerciantes, decenas de estaciones de metro destruidas, decenas de trenes y buses de transporte público incendiados, etc., sino que la esencia misma de nuestra identidad nacional.
Ante las miles de imágenes denigrantes de saqueos, ataques a la propiedad pública y privada, incendios provocados, pillajes masivos y destrucción sin sentido captadas por decenas de cámaras de televisión –tanto nacionales como extranjeras– nos vemos obligados a preguntarnos y cuestionarnos… ¿qué pasó con el alma nacional? ¿Qué sucedió con una parte importante de las personas que conforman la población de nuestro país?
Lo cierto, es que hemos sufrido una suerte de falla estructural en el plano valórico. El periodista Francisco Mouat expresó en una ocasión, que esa misma devastación que corta la luz y el agua, que impide el normal abastecimiento de alimentos y combustible, que bloquea con barricadas las calles, es la misma que muestra el lado más salvaje y oscuro del alma humana, a saber, esa “condición de cucarachas que surge en situaciones límites”.
EL QUIEBRE DE UN DISCURSO
Hoy tenemos a cientos de miles de personas –hombres, mujeres, ancianos y niños– con palos y fierros apostados frente a sus casas, edificios y negocios, con la única finalidad de evitar que una turba enloquecida, enceguecida y fuera de todo control entre a saquear las casas y los pequeños negocios de los propios vecinos.
Se ha quebrado totalmente la relación entre lo que, supuestamente, somos como pueblo chileno y el comportamiento final de las personas, entre lo que decimos y aquello que hacemos –y mostramos– ante nosotros mismos y el mundo entero.
De una nación que se enorgullece de los discursos, donde se destacan la honestidad, la solidaridad, la rectitud y corrección con la que actuamos los chilenos, dando lecciones al resto del mundo en probidad, respeto a las leyes, honorabilidad, cumplimiento de las normas, valores y principios éticos, hemos tenido que pasar a observar cómo, de la noche a la mañana, todas estas normas, leyes, principios y valores de solidaridad han sido sustituidas por actos plenos de barbarie, donde el pillaje, el saqueo, el robo, el incendio premeditado y la ley del más fuerte han terminado por imponerse en el quehacer nacional y han socavado el “imaginario social del buen chileno, del chileno correcto y solidario”.
Digamos, finalmente, que cuando la ciudadanía observa a este atado de políticos sinvergüenzas y corruptos, así como a diversos “líderes” y referentes sociales del ámbito económico y religioso que se comportan como malandrines y pederastas y, además, salen impunes de sus actos ilícitos, entonces, la ciudadanía tiene todo el derecho para indignarse y mostrar públicamente su molestia y frustración, pero, por favor, no dirijamos esa rabia y resentimiento en contra de los bienes públicos y privados que nos brindan un servicio a todos nosotros. Por último, echemos a este atado de sinvergüenzas al tacho de la basura, y elijamos a nuevos líderes y referentes que nos den verdaderas muestras de honestidad, transparencia y ética personal.
“Homo homini lupus”, el hombre es el lobo de los hombres, decía hace más de 100 años atrás el padre del Psicoanálisis, el Dr. Sigmund Freud, y hoy vemos, con algo de espanto, la realidad concreta de dicha frases, y no sólo en Chile, sino que en todo el mundo.
En nuestro caso, hemos visto cómo chilenos roban, asaltan y desvalijan a otros chilenos, y ni siquiera lo hacen a chilenos que sean ricos y poderosos, sino que a chilenos modestos que se han sacado la cresta por juntar un capital y armar un pequeño negocio. Hemos visto a chilenos destruyendo trenes y estaciones de metro que sirven a la comunidad más pobre de nuestra nación, con una indiferencia por los mas pobres y con una violencia sin igual. Hemos visto, una vez más, a chilenos disparando a chilenos y… para qué seguir. Se perdió todo sentido de la cordura y, en su lugar, apareció la insensatez, el odio sin sentido y un ánimo destructivo y violento sin igual. ¡Viva Chile!