Por Wilson Tapia Villalobos
Donald Trump es el elemento que faltaba. El presidente de los Estados Unidos está arrojando luz sobre un escenario mundial que permanecía en tinieblas. Y eso permite ver con mayor claridad los defectos de la tramoya tenebrosa que hemos impuesto en este generoso planeta. Al cuestionamiento de las instituciones, que ya existía a nivel global, se suma hoy el desembozamiento de quienes desean acrecentarlo y evitar cualquier cambio que afecte el statu quo.
Es evidente que las últimas acciones militares ordenadas por Trump en Siria, en la península de Korea, en Afganistán, son elementos que apuntan a mejorar su apoyo interno. Y, a pesar de lo que dicen sus críticos, obedecen también a una coherente mirada de las relaciones internacionales. Una mirada conservadora, por cierto, que pretende rescatar el viejo modo de imponer el poder: el miedo. Nada nuevo, pero un poco más sincero. Reconozcamos que, al menos, no ha recurrido a la imagen del eje del mal, a la existencia de armas de destrucción masiva u otras patrañas para justificar sus acciones orientadas a someter.
La desfachatez de Trump puede ser un signo de los tiempos. Hasta ahora no se le ha escuchado presentarse como el adalid de la democracia. Sus acciones, ha dicho, tienen como fin “recuperar la grandeza de los EEUU”. En otras palabras, llevar a su país nuevamente a ser el imperio sin contrapeso que una vez fue. Sin siquiera el contrapeso de lo políticamente correcto, de la defensa de las instituciones que agregaban humanidad a la civilización actual. Sus antecesores, al igual que él, pasaban por sobre las decisiones de las Naciones Unidas, por ejemplo. Pero siempre había una voz oficial que justificaba el hecho como un compromiso con el mandato divino de hacer más segura la vida en el planeta, de defender a la igualdad entre los seres humanos, a la democracia y a los miserables y hambrientos. Esa retórica hoy no se escucha en la Casa Blanca.
Washington siempre supo que su contendor, Rusia, hoy no es el contrapeso de antaño. Y también que China no está dispuesta a arriesgarse a un enfrentamiento en que todos perderían. Pero se guardaban las forman que impone la hipocresía de lo políticamente correcto. Trump no cae en eso y va llevando las cosas hasta un extremo que muchos se preguntan cuál será el resultado.
Hasta ahora, la respuesta ha sido más bien acomodaticia o infantil. Al anuncio de la Casa Blanca de que en Afganistán habían lanzado “la Madre de todas las bombas” para destruir un enclave del Estado Islámico (EI), Moscú recordó que en su arsenal está “el Padre de todas las bombas”. Se trataría de la Otec vseh bomb (Ovb), una bomba termobárica 4 veces más poderosa que la GBU-43/B norteamericana. En palabras de Alexander Rushkin, jefe del personal adjunto de las FFAA rusas, la Ovb “simplemente vaporiza todo lo que esté en la cercanía de la explosión”. Como una especie de coincidencia siniestra, esta bomba habría sido probada por primera vez el 11 de septiembre de 2007, justo seis años después del ataque a las Torres Gemelas.
Muchos piensan que la Tercera Guerra mundial está a la vuelta de la esquina. Pero la realidad no pareciera ser distinta a lo que ya conocemos. Atacar a Siria no generó una respuesta similar de Rusia contra el portaviones desde el cual fueron lanzados los misiles. Y si Korea del Norte es atacada, el territorio norteamericano aún no está al alcance de los misiles de Kim Jong-un. Y un ataque al vecino Korea del Sur sería un costo colateral, como lo fue la guerra que dio origen a ambas naciones. Tal vez si lo más llamativo es que Trump hará que sus aliados de la OTAN paguen las cuotas que les corresponden por la defensa común. Algo que los gobiernos europeos parecían haber olvidado.
Aún está por verse cómo el mandatario estadounidense pondrá en práctica su mirada latinoamericana, si es que tiene alguna. Por lo conocido hasta ahora, nada nuevo: hostigamiento a Venezuela, apoyo a la ultra derecha colombiana. Habrá que esperar.
Pero lo que ya hemos visto nos aterriza en el mundo en que nos ha tocado vivir. Un mundo sometido por el miedo, en una sociedad consumista, en que los valores han sido dejados de lado por alcanzar el objetivo central: éxito económico. Y de eso, Trump sabe mucho.