Por Cristián Fuentes
Académico escuela de Gobierno y Comunicaciones, U.Central
Utopía significa un no lugar, un sueño optimista, una sociedad ideal, perfecta y justa. Su antónimo es la distopía, un lugar malo, donde reina la injusticia y la crueldad, consecuencias extremas de la falta de libertad, del control del Estado sobre la vida de los individuos. Queda claro en el caso de la izquierda, pero ¿existen las distopías de derecha? En Chile vivimos hace más de 40 años una suerte de distopía neoliberal o, a lo menos, ciertos rasgos de ella que nos pueden servir de base para armar una pesadilla en su versión más extrema. ¿Acaso no es una imagen de ella el valle seco de Petorca, rodeado de cerros verdes llenos de paltos que disfrutan del agua pues son más rentables que los seres humanos?
Vivimos en un mundo antirrevolucionario. La revolución es rechazada por sus costos en vidas humanas y porque en su versión marxista ha fracasado en todas partes, produciendo allí donde logró conquistar el poder regímenes totalitarios, represivos y, sobre todo, incapaces de hacer realidad la promesa inicial: progreso sin límites, libertad entre iguales, fin de la explotación del hombre por el hombre. Pareciera que la historia le ha dado la razón a la antigua máxima conservadora que condena todo cambio radical, puesto que la visión fatalista sobre la naturaleza humana que inspira su pensamiento indica la facilidad con que las utopías se convierten en un infierno en la tierra.
Veamos que dicen los hechos: la violencia del bombardeo a La Moneda alumbró un nuevo régimen que trajo consigo la represión de los opositores, la destrucción del tejido social, el capitalismo salvaje, la individualización y la anomia. Revolución neoliberal, la llamaron algunos; contrarrevolución le llamaron otros. Luego, la transición inauguró una época de flexibilización y adaptación democrática de la institucionalidad heredada de la dictadura, aunque el núcleo se mantuvo por la razón o la fuerza de una riqueza abundante y concentrada.
Parece contradictorio que la libertad pueda ser el material con el cual se edifique un proyecto absolutista, pero esto se hace posible si dejamos que se impongan criterios alejados del interés general, si las fuerzas del mercado funcionan en base solo a los objetivos de quienes tienen el poder para fijar las reglas y aprovecharse de ellas. La mano invisible de Adam Smith adquiere nombre y apellido, despreciando el beneficio de los demás que ni siquiera pueden aprovechar el éxito que derrama un pequeño grupo de privilegiados.
La fruta y los minerales que se producen gracias al agua gratuita que disponen para sus faenas privan de este vital elemento al resto de la gente que la necesita para sobrevivir, por lo que el dinero que se obtiene de los empleos, de las exportaciones y de los impuestos que pagan esas actividades productivas, no alcanza a equilibrar la destrucción vital que genera.
Chile ha sido campo de experimentación ideológica desde hace décadas, conduciendo a una especie de distopía neoliberal de baja intensidad que está provocando un cansancio generalizado. Hace falta aire fresco, ¿habrá llegado la hora del reemplazo?