Por Sergio Landaeta
Sociólogo y académico de la Universidad Central de Chile
No cabe duda que la educación ha estado y está en el centro del debate nacional, por lo que su relevancia va más allá de gobiernos de turno, candidatos, ideas y valores sociales.
En la actualidad, resultados de estudios del CEP, PNUD y otros, muestran que en los jóvenes se han acrecentado paradojas sociales y ellos mayoritariamente sienten tranquilidad en el futuro, pero se muestran inquietos y molestos. Se observa que están bastante disconformes, intentando adaptarse, pero por sobre todo están descontentos con las instituciones. Surge la pregunta y la necesidad de plantear qué rol que juega y/o debe jugar la educación en esta realidad.
El impacto que provoca la persona del educador es evidente. Basta con preguntar a cualquier persona si recuerda el nombre de algún líder internacional, como por ejemplo, el último Premio Nobel de la Paz. Esto no ocurre cuando se le pregunta por el nombre y la figura de un buen educador en su vida o por uno deficiente. El impacto que éste tuvo y tiene en su desarrollo personal, social y profesional marca la diferencia de la educación en todo tiempo y lugar.
Con un fuerte convencimiento de que la educación continúa siendo un pilar fundamental, tanto de los derechos humanos como del desarrollo sostenible, es imperativo repensar líneas de acción y aterrizaje para esta realidad que puede denominarse, siguiendo a Carlos Peña, como ‘nueva cuestión social’.
Peña nos plantea tres dimensiones relevantes a considerar como parte del contexto: la primera se refiere a las nuevas generaciones; la segunda es relativa a las características propias de la ideología del mercado; y la tercera se relaciona con las expectativas que se generan precisamente a partir de esta ideología.
Estas nuevas generaciones, que han tenido acceso a la educación formal, por lo que al ser más educada tienden a mostrar características y comportamientos de mayor autonomía y menos docilidad.
Al mismo tiempo se orientan y persiguen conducir sus proyectos y metas con mayor ahínco, conocimientos y competencia. Por lo mismo tienden a reaccionar con mayor convicción frente a las realidades de desigualdad, siendo una de ellas en forma notable la sensación de abandono personal y falta de lazos o vínculos. Esto se desprende precisamente por el atractivo avance de las nuevas tecnologías que responden a los criterios y leyes del mercado.
Aquí radica precisamente el reto y desafío de la educación. Que se oriente como pilar central al desarrollo de personas con visión de futuro, energía y motivación. Desde aquí deben emerger planes curriculares capaces de ofrecer espacios y metodologías inundadas en ciertas dimensiones y cualidades que permitirán a las nuevas generaciones desplegar selectivamente sus debilidades; establecer nexos y mecanismos que dependen, en gran medida, de la intuición que permitirá discriminar el momento apropiado y el curso de acciones; desarrollar cada vez más y mejor “empatía dura”; y aprender a capitalizar las diferencias.
Estas dimensiones, extremadamente necesarias, deben constituir una educación inspiradora, pero que no se pueden usar mecánicamente, ya que deben mezclarse y adaptarse para satisfacer demandas de situaciones particulares. Lo más importante, sin embargo, es que estas cualidades fomenten la autenticidad y que tenga como bandera de acción “Sé tú mismo -pero- con habilidad”.