Por Catalina Maluk Abusleme
Decana Facultad de Economía y Negocios, U.Central
Es muy habitual que la opinión pública confunda los conceptos ‘crecimiento’ y ‘desarrollo’ y los use indistintamente, casi como sinónimos, para referirse a ámbitos diferentes.
El crecimiento tiene que ver con números y cifras, con indicadores generales que dan cuenta de la evolución o velocidad con la cual el país va generando y acumulando riqueza, en tanto, el desarrollo dice relación con la manera en que el crecimiento va permitiendo la realización social.
Entonces, en otras palabras, el desarrollo tendría más que ver con la manera en que la sociedad es beneficiaria del crecimiento para ampliar sus capacidades, sus libertades, y desde luego, sus oportunidades.
Hay quienes sostienen que el crecimiento no debería ser condicionante del desarrollo y que este último es posible de lograr, incluso, en ausencia del primero; pero lo cierto es que el desarrollo económico parece responder a una voluntad política. El gobierno actual ya declaró como ambiciosa meta, dejar a Chile como un país desarrollado cuando le toque abandonar La Moneda.
Un país desarrollado implica responder a los desafíos que impone el crecimiento, y mejorar las capacidades productivas, técnicas, profesionales y de capital humano, entre otras.
La pregunta es ¿cuál es la estrategia de desarrollo que puede acercarnos más rápido y sosteniblemente al bienestar objetivo y subjetivo?
Para responderla será necesario analizar el rol estatal, de los mercados, de la sociedad, y de qué manera las políticas de crecimiento y redistribución se encausan de la manera correcta, sin dejar de lado un contexto que tiene dos caras: una economía global para el desarrollo local.