Por Sergio Rodrigo Gelfenstein
Cuando escribo estas líneas, en Moscú se hacen los aprestos finales para conmemorar el 70 aniversario de la derrota del fascismo en la segunda guerra mundial. El pueblo soviético la denominó Gran Guerra Patria y aunque el acto principal se realiza en la capital rusa, esta fecha debería ser celebrada como una victoria de toda la humanidad contra la expresión más despiadada que el capitalismo haya adquirido en toda su existencia.
La mitología occidental ha pretendido dejar para la historia la idea de que los ejércitos aliados (de manera principal los de Estados Unidos y Gran Bretaña) jugaron el papel decisivo en la derrota de la infernal maquinaria nazi. Así como perdieron la guerra en Vietnam y construyeron toda una alegoría mediática para mostrar su victoria a través del cine y la televisión, el imaginario construido posterior a la conflagración, -finalizada el 9 de mayo con la rendición incondicional del alto mando alemán ante el Mariscal de la Unión Soviética Georgui K. Zhukov- ha querido revelar una falsa visión de los acontecimientos. No se trata de minimizar la contribución de los aliados en la contienda, pero la realización tardía e interesada del desembarco de Normandía persiguió objetivos políticos vinculados a la situación que habría de crearse en la posguerra.
Después de la batalla de Stalingrado, finalizada el 2 de febrero de 1943, dio inicio la contraofensiva soviética en el este. El sostenido avance del Ejército Rojo, a partir de ese momento despertó la inquietud de la alianza atlántica en la carrera por llegar primero a Berlín y, en primera instancia a París, en una Francia que resistía a través de sus partisanos comunistas mientras el General De Gaulle vivía en Londres y refunfuñaba con imprecaciones de toda índole por la demora estadounidense-británica en ejecutar el ansiado desembarco en el continente, cuyo retraso amenazaba con poner en entredicho su propia capacidad de liderar el proceso de liberación de Francia.
Desde mediados de junio del año 1944, la inteligencia soviética había logrado desinformar a Alemania acerca de sus planes en el frente oriental, por lo cual Alemania concentraba grandes cantidades de unidades en el este que jamás pudo desplazar hacia el oeste. Esto facilitó las condiciones para el desembarco en Normandía, toda vez que el ejército nazi mostraba su faceta más débil en su flanco occidental. Además, sus tropas se encontraban diseminadas en un amplio frente de combate que iba desde el Báltico hasta el Mediterráneo, donde además de las tropas soviéticas combatían heroicamente fuerzas guerrilleras rurales y urbanas mayoritariamente comunistas, en Italia, Yugoslavia, Eslovaquia, Polonia y Grecia.
Si se pudiera comparar en términos militares, el desembarco en Normandía con las batallas en Stalingrado, Leningrado, Smolensk, Kursk o el Dniéper habría que decir que la primera fue una simple escaramuza, no tanto por la magnitud de las fuerzas militares y el armamento terrestre, aéreo y naval ocupado en las operaciones, sino sobre todo porque a diferencia de los soviéticos que combatían por liberar territorio patrio y su pueblo sufría en carne propia los desmanes y la represión indiscriminada del aparato de guerra y represión nazi, Estados Unidos y Gran Bretaña luchaban fuera de su ámbito, ocupados en una batalla geopolítica para impedir que el país de los soviets fuera el primero en llegar a Berlín y lograra la gloria de derrotar al Tercer Reich en su propia madriguera. Era parte de la guerra fría y el mundo bipolar.
Es cierto que 45 años después la Unión Soviética fue derrotada y desapareció, que sus líderes de entonces no tuvieron la misma grandeza de los que la condujeron en la victoria en la Gran Guerra Patria y que su desvanecimiento anunció “el fin de la historia”. Pero esa es una cosa, y otra es que se pretenda por vía cinematográfica tergiversar la historia, construir falsos ídolos y esquilmar a los pueblos de la Unión Soviética el sustantivo aporte que hicieron a la libertad no sólo de ellos mismos, sino de toda la humanidad.
Para Rusia, este 70 aniversario cobra especial significado. Por primera vez desde la desaparición de la Unión Soviética, la conmemoración que marca una década más, se realiza en un país enhiesto, recuperado económicamente a pesar de las recientes sanciones occidentales, que vuelve a ocupar un papel relevante como potencia mundial. El 50 aniversario ocurrió cuando el país sufría la ignominiosa humillación occidental a la que la condujo el gobierno entreguista de Boris Yeltsin. Una década después, el proceso de recuperación se había iniciado, pero el país no había logrado despegar a fin de ocupar un espacio que le permitiera una celebración de las dimensiones que se preparan para este 9 de mayo en la Plaza Roja ante el mausoleo que recuerda al fundador de la nueva Rusia, de la Rusia republicana, Vladimir Ilich Lenin.
Aunque la mayoría de los líderes occidentales se negaron a participar en la magna cita, la víspera de la fecha, el ministro alemán de Asuntos Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, visitó la antigua Stalingrado, actual Volgogrado, para rendir homenaje a los caídos en la guerra. “Los sufrimientos que la Alemania nazi hizo pasar tanto a la población como a los soldados en Volgogrado, antigua Stalingrado, son incomparables. Por eso, estoy muy contento y agradecido que hoy hayamos podido rendirles memoria”, dijo. Horas antes de partir con destino a Rusia, Steinmeier ya había destacado la importancia de recordar “los horrores de la Segunda Guerra Mundial”, a pesar de la “difícil relación con Moscú a causa de la crisis en Ucrania”. Stalingrado “simboliza como ninguna otra la amarga y decidida batalla contra la Alemania nazi y un horrible enfrentamiento inimaginable hoy para nosotros”.
Por su parte, el ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, aseguró que “el que hoy estemos aquí juntos el ministro de Exteriores de Alemania y yo es la mejor garantía de la firmeza de nuestros países de impedir el renacimiento del nazismo y de reforzar la reconciliación histórica ruso-alemana”. Seguidamente, ambos ministros se reunieron para abordar diversos asuntos de la agenda bilateral e internacional, con especial atención a Ucrania. “Hoy no sólo recordamos a las víctimas y homenajeamos a los caídos. Yo también veo este encuentro como una advertencia sobre quién debe asumir hoy la responsabilidad”, comentó Steinmeier y llamó a ambos países a contribuir, “pese a las discrepancias existentes”, a garantizar la paz en Europa. Según la opinión de los analistas, el principal objetivo del breve viaje de Steinmeier es preparar la visita de la canciller alemana, Angela Merkel, quien se reunirá el 10 de mayo con el presidente ruso, Vladímir Putin. Merkel destacó hace unos días la importancia, a pesar de que las diferencias con Rusia son “muy profundas”, de recordar en Moscú “a los millones de muertos en la Segunda Guerra Mundial por los que debe responder Alemania”. Este ambiente de respeto y cooperación, al rendir homenaje conjunto a los que en uno y otro bando cayeron víctimas de la barbarie fascista, debería ser una muestra de las relaciones internacionales del futuro, encaminadas a la amistad y el cese de los conflictos, para evitar otra conflagración de ésta o de cualquier dimensión.
En términos de la relevancia global del acontecimiento, tal vez el hecho más destacado de la celebración de este septuagésimo aniversario sea la presencia del presidente chino Xi Jinping. Con él, un contingente de tropas del Ejército Popular de Liberación (Fuerzas Armadas de la República Popular China) participarán del desfile conmemorativo. En opinión de Fidel Castro, es destacable que se constate “… la sólida alianza entre los pueblos de la Federación Rusa y el Estado de más rápido avance económico del mundo: la República Popular China”, toda vez que “ambos países con su estrecha cooperación, su avanzada ciencia y sus poderosos ejércitos y valientes soldados constituyen un escudo poderoso de la paz y la seguridad mundial, a fin de que la vida de nuestra especie pueda preservarse”.
Este aniversario debe perpetuarse en la memoria de todos los luchadores anti fascistas y de aquellos que no aceptan imposiciones y amenazas como forma de relacionarse en el escenario internacional. El heroísmo sin límites de los que cayeron, en primer lugar de los pueblos de la Unión Soviética debe ser recordado siempre como un gran ejemplo de solidaridad internacional en la búsqueda de la paz.