Por Rafael Rosell Aiquel, experto en Medio Oriente y Decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Universidad San Sebastián.
Mientras los votantes iraníes, después de un impecable proceso eleccionario celebraban en las calles por la aplastante reelección como presidente del moderado Hassan Rouhani, en su discurso principal para los líderes del Golfo en Arabia Saudita, el presidente estadounidense, Donald Trump, prometió que iba a aislar a Irán, pero no hizo mención alguna sobre el papel desestabilizador jugado por los sauditas en la región.
Estas declaraciones se produjeron después que, guste o no a occidente, los iraníes democráticamente reeligieron a Rohani por sobre su principal opositor, el juez Ebrahim Raisi, quien recibió un 38% de los votos, un clérigo de línea dura que sirvió en un comité que condenó a miles de presos políticos a la muerte en 1988.
Este contraste de las elecciones en Irán y la reunión en Arabia Saudita, parece resaltar una realidad del Medio Oriente con la que los líderes de occidente han luchado desde hace mucho tiempo: cómo elegir socios y proteger sus intereses en una región desgarrada por divisiones sectarias y agendas competitivas. Pareciera que el eje del mal no está donde lo pintan.
De esta forma Trump regresa a una política construida sobre alianzas con autócratas árabes, independientemente de sus múltiples y denunciadas violaciones a los derechos humanos.
Trump ha presentado el cambio como una reinversión en alianzas históricas con naciones amigas de extracción wahabita, la línea más retrógrada del islam, no con el fin de combatir el extremismo y el terrorismo, sino con la intención de promover negocios lucrativos, tal como se plasmó en su primera visita al territorio monárquico petrolero. Pero esto es pan para hoy y hambre para mañana.
Al mismo tiempo, rechazó el camino tomado por su predecesor, Barack Obama quien se había comprometido con Irán a alcanzar un acuerdo nuclear de avanzada. En sus manifestaciones, el mandatario estadounidense señaló su intención de poner fin al compromiso con Irán, un acuerdo que firmaron en julio del 2015 con las seis potencias mundiales, anulando el programa de enriquecimiento de uranio.
Mientras la administración estadounidense rediseña sus relaciones con Medio Oriente y los países del Golfo, en Irán, muchos estaban presionando por el cambio. Con los resultados electorales, una multitud de iraníes en la capital, Teherán, exigió lo que esperan que el segundo mandato del presidente Hassan Rouhani traiga: la liberación de figuras de la oposición, más libertad de pensamiento y menos restricciones en la vida cotidiana.
Los partidarios del Rouhani también esperan que su victoria, con el 57% de los votos, refuerce sus esfuerzos de divulgación hacia Occidente y la búsqueda de más inversión extranjera para revertir el mal estado de la economía del país. Además, debe proporcionar más libertades, romper el monopolio de línea dura en la radio estatal y la televisión y aumentar la libertad de prensa. Si no cumple con al menos el 70% de esas promesas, su futuro es oscuro.
Pero cabe recordar que aunque Rohani sea señalado como un moderado, el esquema general y las líneas estratégicas de la política exterior y de seguridad iraní son establecidas por el líder supremo, Alí Jamenei y su círculo interno de asesores de confianza, incluidos los principales miembros del Cuerpo de Guardias de la Revolución Islámica (CCRI) o Guardias Revolucionarios. Esa es básicamente la estructura gubernamental dominante que tiene un poder sin rival en el país. Pero esto no significa que el presidente electo o su ministro de relaciones exteriores sea impotente o redundante. El presidente puede influir decisivamente en el proceso de toma de decisiones en dos puntos clave. Por una parte el presidente elige al secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional (SNSC), y por la otra puede ser determinante durante la fase de implementación de las políticas.
Pero ante este nuevo escenario internacional y su reelección, Rouhani consideró que la reunión del Presidente Trump con los líderes sauditas no tendría “ningún valor político y práctico”.
El presidente de Irán, tras un fin de semana de agresiones verbales de la cumbre saudita-estadounidense, dijo que la visita del presidente Trump a Riad es un teatro vano y criticó el apoyo a una monarquía que nunca había visto una urna, aunque no descartó seguir las conversaciones con Estados Unidos.
Estamos frente a un renovado escenario que se puede convertir en un teatro de operaciones militares con actores de categoría potencial, que siempre perjudicará a las poblaciones civiles y a las víctimas inocentes en una región donde existen zonas sumergidas en el caos.