Por María Ester Buzzoni
Psicóloga y docente Universidad San Sebastián
Es indudable que la sociedad ha avanzado en abrir espacios que estaban vetados a las mujeres y que las condiciones de inequidad de hoy no son comparables a las de décadas anteriores.
Sin embargo, es también innegable la necesidad de insistir: las estadísticas muestran persistentes brechas de inequidad en acceso a la salud, educación, inserción laboral y calidad de vida en la adultez mayor, etc. Estas inequidades parecieran estar hechas de un material resistente y los argumentos que las justifican aluden al tiempo que se requeriría para que ese material ceda a la presión de millones de personas por más de 100 años. Podríamos llamar a ese material: cultura, lenguaje u orden social; algo que nos rodea y nos habita, donde todos pertenecemos a él y, por lo tanto, se nos hace natural, cotidiano, invisible.
Hace falta que el Ministerio de Salud informe que durante 2018 fueron atendidos 3.270 jóvenes entre 10 y 19 años víctimas de violencia y violencia sexual en el pololeo, para detectar que algo anda mal, o que algo sigue mal. De los casos, dos tercios fueron atendidos por agresiones que incluían las sexuales. Un 88% eran mujeres. Las cifras no permiten visibilizar con claridad a personas pertenecientes a grupos de otras orientaciones sexuales.
Sabemos que si queremos saber cuánta violencia existe, necesitamos ir a rastrearla: la violencia aparece cuando la nombramos. Antes de ser cuantificada, estuvo detrás de los números de depresión, de suicidio infanto-juvenil y de una serie de afecciones somáticas de diversa especie. ¿Por qué apareció la cifra? Porque como sociedad la vimos, porque preguntamos, porque rotulamos el delito, porque capacitamos a los equipos para detectar, porque los niños y jóvenes han oído hablar de ella, porque podemos reconocerla.
Es necesario poner atención al hecho de que aún el 60% de las víctimas de violencia en el pololeo son mujeres y que esta desproporción aumenta al tratarse de la violencia sexual. Aún en las nuevas generaciones, las mujeres siguen siendo más violentadas sexualmente, y siguen siendo quienes denuncian este tipo de agresiones. Los hombres siguen sin hablar.
En materia de violencia no hay acciones suficientes, debido a que el fenómeno se encuentra entramado en el seno de la cultura en la que vivimos. En este sentido, el cambio es complejo y requiere de una reflexión permanente de todas y todos los ciudadanos, sostenida en una política intersectorial robusta, orientada expresamente a promover el cambio de estructuras y funcionamientos sociales, en todos los ámbitos donde aún hoy se reproduce y naturaliza la violencia.