Por Héctor R. Jara Paz.
Recuerdo tristemente la experiencia opositora a la dictadura. La incapacidad de la dirigencia política por generar acuerdos que promovieran el cambio de régimen, incentivó a que las organizaciones civiles de base comunitaria, mujeres, estudiantes y pobladores, además de algunas organizaciones gremiales y sindicales, provocaran la movilización social que socavó el edificio de la dictadura. Sin embargo, la protesta por sí sola no era suficiente, había que darle conducción política, así, se generaron las condiciones para una transición que cambió más los rostros que el modelo político implementado por la dictadura.
Esta fase de desarrollo político de las sociedades, entre el descontento social y su necesaria conducción política, depende de muchos factores que hacen madurar o retrasar el momento del cambio, pero existe uno que vale la pena recordar para el análisis político actual, es la integridad y ética de la llamada “clase política”. Siempre sostuve que la estrategia represiva de la dictadura, tenía un sentido lógico al eliminar o reprimir a estudiantes o dirigentes sociales y comunitarios, pero no así, a los viejos representantes de la política anterior al golpe de estado. Esa lógica, era coherente con el discurso oficial y descalificatorio del régimen militar contra “los políticos”. Era necesario mantener los mismos rostros para representar en ellos, el caos y la crisis económica anterior al 11 de septiembre de 1973. De este modo, comunicacionalmente, la opción a la dictadura era volver al pasado, con sus vicios y dejos de corrupción.
Hoy vivimos un momento clave en nuestra sociedad, las variables a considerar se encuentran insertas en un proceso continental articuladas por el imperio norteamericano, donde las organizaciones políticas de izquierda se desarrollan mimetizadas al interior del neoliberalismo, incapaces de articular políticas públicas que amenacen las fauces del modelo. Por tanto, los “gobiernos de izquierda del continente” que alcanzaron el poder por la vía electoral, lo hicieron para administrar el modelo neoliberal, donde muchos de nuestros dirigentes se acomodaron en sillones de palacio, promoviendo cambios “dentro de lo posible”, pero gozando de los beneficios de “los de arriba”.
La integridad y la ética no se adquieren por la divina providencia, se requiere de instrucción y educación. Si los Partidos Políticos no se dedican a capacitar a sus militantes en ideología y doctrina, si no son capaces de hacer respetar códigos de conducta sancionados por sus tribunales internos, desaparece el sentido de la vocación pública, del bien común, dando paso al oportunismo y la ambición, cualidades apropiadas para los negocios, pero nefastas para el arte de la política. Esta es una apreciación permanente, pero hoy, ha de ser la clave que nos permita recuperar la credibilidad.
Las consecuencias son evidentes, muchos de nuestros candidatos no provienen de las canteras ideológicas sino, de la farándula. No tienen discurso ni programas, son cosistas y populistas y, una vez electos, responden a los intereses de operadores políticos, que a su vez, se dicen dueños de los votos electos para gracia de sus jefes, cómodamente sentados en el congreso nacional, esperando los aportes de los empresarios para su próxima campaña.
Esta dinámica, distanció más a nuestra “clase política” con la realidad social de nuestros electores, que sin formación cívica en democracia, nos castigó duramente en las elecciones, resultando beneficiada una derecha que responde a una estrategia común, ideologizada, de privatización del aparato público en beneficio de los intereses de la empresa privada. Un año sin políticas públicas, solo de incentivos para nuevos negocios de las grandes empresas, como si eso fuera función de gobierno.
Al parecer, tendremos que esperar avances del movimiento popular, que se nutre y crece, inevitablemente, de la desigualdad y la discriminación, de las necesidades básicas y una mejor calidad de vida, por la incapacidad de nuestros dirigentes políticos de pensar en un país diferente, de hacernos soñar con utopías positivas que buscan dar dignidad y valor al trabajo y a los trabajadores, por sobre el rol del capital en el desarrollo social y productivo de nuestro pueblo.
Esta es la lucha verdadera que esperan los trabajadores de nuestra patria, honesta y transparente, directa y progresiva. Es la cara que debemos mostrar, si queremos volver a ser gobierno.