Las poderosas transnacionales nunca dejarán vía libre a publicaciones que desnuden los hechos y cuenten la verdad de las cosas. “Si el pueblo se informa… se acabó nuestra fiesta”, debe susurrarse en los principales gremios patronales.
Por Arturo Alejandro Muñoz
Columnista Granvalparaiso.cl
Le invito a abordar la nave de la nostalgia y regresar mentalmente a ese Chile de ayer, donde el espíritu libertario, republicano y democrático sin ambages, campeaba orondo por los terrenos de nuestro país. Eran los años en que mostrábamos ufanos la más digna democracia que existía en Latinoamérica, junto a las de Uruguay y Costa Rica. Además, nuestras universidades y nuestras publicaciones periodísticas arrancaban aplausos y felicitaciones en esta parte del orbe que llamamos América.
Siempre es injusto tratar de mostrar un listado con las más recordadas publicaciones en papel y los más relevantes programas de radioemisoras y televisión. Yo me atrevo a ser injusto y me permito transcribir en estas líneas algunos de esos programas, diarios, libros y revistas que otorgaban a nuestro país la corona real de la libertad de prensa.
Revista Topaze; Topaze en el aire; La familia chilena; Aló… habla Soto; A esta hora se improvisa; Diez preguntas y un runrún; Cinco minutos con…; La entrevista impertinente; Reportajes en primer plano; Mario Gómez López y su Grabadora.
Libros, como por ejemplo, La cueva del senado y los 45 senadores, o también La Cámara y los 147 a Dieta; por supuesto, todas las maravillosas colecciones editadas por ‘Quimantú’… y obviamente diarios inolvidables cuyos nombres nos hacen regresar mentalmente a un Chile que de seguro jamás volverá, tal cual es el caso de periódicos como La Unión (Valparaíso), El Clarín, Puro Chile, Última Hora, El Siglo, en fin… para qué seguir mencionando maravillas de ayer si más de alguien terminará llorando atacado por la nostalgia.
Es verdad que la dictadura cívico-militar ahogó la libertad de prensa, ello es innegable y ni siquiera el más agresivo derechista podría retrucar en contrario. Sin embargo, durante aquellos oscuros años hubo periodistas valientes, respetuosos de la esencia de su oficio, adalides perennes de la libertad y la democracia, quienes osaron desafiar la brutalidad imperante editando revistas portadoras de artículos y columnas que mostraban , punzantes, la realidad chilena del momento.
Hoy se recuerda a revistas de gran calibre periodístico, entre las que destacaban “Análisis”, “Hoy”, “Apsi”, “Cauce”, “Punto Final”, “El Rebelde”; “Mensaje”; “Pluma y Pincel”; “La Bicicleta”… que se contraponían semana a semana con aquellas protegidas y semi financiadas por el régimen militar, tales como “Qué Pasa” y “Ercilla”.
En plena dictadura hubo también diarios que conocieron la luz pública con el temor en los ojos pero la verdad en los labios. ¿Recuerda usted, amigo lector, a Fortín Mapocho y La Época? Ese fue un periodismo que hoy no existe y que las generaciones actuales desconocen. Fue un periodismo que sobrevivió a las persecuciones, a las amenazas y allanamientos, a las golpizas y a las balas.
¡Cuánto se extraña a ese periodismo de esencia libertaria y de raigambre republicana! No pudo sobrevivir a la traición de aquellos que tomaron en sus manos las riendas de la “democracia protegida”.
Si la dictadura hirió gravemente a la libertad de prensa, el duopolio de patrones y mayordomos fue el encargado de darle muerte. El ‘asesinato’ de tan relevante libertad traía otras colas nefastas como el crimen mismo. Uno de esos colgajos es el “familisterio”; otro, la corrupción desatada, la traición, el amiguismo, y varios más que afectan y asfixian a la sociedad chilena.
Si se realizara un trabajo de investigación sociológico-periodístico podría confirmarse que la ausencia de verdadera libertad de prensa fue la principal coadyuvante del totalitarismo en la desideologización política que el sistema neoliberal requería para su mantenimiento. Me atrevo a opinar que en ninguna otra nación sudamericana existe un pueblo tan políticamente desinformado (por tanto, dócil y manejable) como el chileno.
Esto se debe, poca duda cabe, a una prensa ‘oficial’ que copa más del 95% de la existencia informativa en el territorio nacional a través de dos consorcios periodísticos –EMOL y COPESA- que no sólo se hermanan en las posiciones partidistas sino, también, están asociados económicamente para continuar dueños de esa gran ubre que es el avisaje fiscal. A ellos se agregan los canales de televisión abierta que forman parte de la misma cofradía donde cohabitan y cogobiernan, desde 1990 a la fecha, los dos socios del llamado “duopolio” que, a su vez, resulta manejado a voluntad por una sólida casta de megaempresarios, quienes mediante cohechos y pagos ilícitos transformaron a los “representantes de la ciudadanía” en simples empleados suyos.
Por cierto, las poderosas transnacionales no aceptan una libertad de prensa que sea verdadera y global. Por ningún motivo dejarán vía libre a publicaciones que desnuden los hechos y cuenten la verdad de las cosas. “Si el pueblo se informa… se acabó nuestra fiesta”, deben asegurar en los principales gremios patronales que han parido a los gobiernos post dictadura.
Un ejemplo de ello es la decisión (que fue un acuerdo entre Alianza y Concertación) de no devolver el antiguo diario “Clarín” a su legítimo dueño, el ingeniero catalán y ciudadano español Víctor Pey, quien pese a haber ganado el larguísimo juicio iniciado en 1996 en el CIADI contra el Gobierno de Chile, este, a través del Consejo de Defensa del Estado y de otros organismos, no ha querido cumplir el fallo judicial para poder seguir privilegiando al duopolio derechista-neoliberal EMOL-COPESA, al que los gobiernos de la Concertación y Nueva Mayoría no sólo le rindieron pleitesía y cientos de millones de dólares en avisaje e inmorales amnistías tributarias, sino que además pavimentaron los caminos para que ese duopolio controle hoy el 98% de la circulación nacional diaria de prensa escrita.
Y más allá de lo meramente económico, ¿cuáles el pago que las cofradías partidistas que conforman el duopolio reciben de esas transnacionales? Claro y fuerte: apoderarse de los cargos públicos cual si ellos fuesen parte de una heredad familiar. Tómese un breve lapso, pase y lea…
Reza el refrán: “del dicho al hecho hay mucho trecho”. En política, pocas veces se hermanan palabra y acción. “Cuesta mucho juntar la pata con la oreja”, dicen acá en el campo cuando las cosas no resultan como se esperaban. Ya es un clásico comprobar que los candidatos a cualquier cargo público jamás cumplen la totalidad de lo prometido ni respetan la ética que han pontificado, pero en las nuevas campañas regresan con la misma retahíla de ofertas.
Así, enquistados en los suaves lomajes de la gran teta fiscal, se apropian del estado considerándolo parte de su propiedad privada, campo de ensueño que por obra y estulticia de la levedad ideológica y desinterés de los sufragistas resulta prohibido para el resto de los mortales que no forman parte de las exiguas cofradías políticas.
¿A partir de qué crímenes los delitos cometidos por la Nueva Mayoría y la ex Alianza por Chile dejan de ser tales, y se convierten en ‘resentimiento de anarquistas amargados’, según proclama la flor y nata de ambas coaliciones integrantes del duopolio? Un golpe de Estado, un magnicidio, la quiebra de todo el sistema financiero chileno, una transición mentirosa que consagró la impunidad de criminales civiles y militares, el cogobierno de las víctimas y los verdugos, la corrupción de los hijos de los asesinados más conocidos, un Congreso lleno de mafiosos, gobiernos de pacotilla al servicio de los poderosos, robos descarados al fisco y al bolsillo de los chilenos, como lo acaecido en los conocidos escándalos que remecen la conciencia del electorado: Soquimich (SQM), Penta, Caval, Exalmar-Bancard, Codelco, Ley de Pesca, Sanitarias, Forestales, Mineras, etc., han sido y siguen siendo la característica principal de esta sociedad de patrones y mayordomos llamada Duopolio.
Chile es un país pequeño y con escasa población. Quizá ello permita explicar por qué los apellidos se repiten en los altos cargos desde los años de la independencia, tal vez con la excepción del paréntesis portaliano. Sin embargo, una vez llegada la tecnología al escenario nacional, esos mismos cargos comenzaron a impetrar profesionales y técnicos de verdad, pero ello ocurrió preferentemente en la época que nuestro país honraba el concepto de “república” (Frente Popular, gobiernos del Partido Radical, Democracia Cristiana, Unidad Popular), pues degollada la institucionalidad democrática en 1973, una nueva forma de acceso a los cargos públicos copó el paisaje: “el familisterio”.
A partir de allí la mayoría de los cargos públicos han devenido en herencia para miembros de muy determinadas y conocidas familias. Apellidos como Larraín, Melero, Novoa, Aylwin, Frei, Zaldívar, Allende, Tohá, Mathei, Letelier, Tarud, Alessandri, Pérez, Valdés, parecieran ser los únicos que cuentan en Chile con capacidad y calificación para dirigir el país y muchas de sus instituciones.
No crea usted, estimado lector, que ello ocurre exclusivamente en el ámbito político que envuelve al Ejecutivo y al Legislativo, pues le aseguro que en los tres poderes del estado el familisterio opera a toda máquina libre de ataduras. Vea usted lo que sucede, por ejemplo, en el Poder Judicial donde hay familias completas sentadas en estrados de los tribunales y en la magistratura de las Cortes, familias que son abiertamente proclives y adictas al pensamiento derechista, e incluso algo más allá. Si duda de lo que acaba de leer –y tiene pleno derecho de hacerlo- permítame informarle que miembros de mi propia familia están enquistados desde muchos años en las altas esferas de ese poder del estado… y con ello cierro este capítulo.
¿Qué o quién ha permitido que lo relatado en líneas anteriores se haya provocado y no exista –en estricto apego a la realidad- instancia ni poder democrático que pueda derribarlo? Ah… si hubiese habido verdadera libertad de prensa, otro gallo cantaría. He ahí el quid de este asunto; he ahí el “reason why” que causa todo este estropicio en el cual la democracia sigue estando ‘protegida’ en beneficio de quienes, precisamente, ayudaron a degollarla un mes de septiembre hace varias décadas.
Entonces, ya que lo único que va quedando medianamente libre en Chile en materias de información son las redes sociales, cuídelas, protéjalas, no permita que la mafia política-empresarial meta sus manos en ellas para asfixiarlas, amañarlas, degollarlas como lo hicieron con la prensa de la época republicana. De usted –y sólo de usted- depende que esa libertad no sea coartada, pues usted tiene el poder en sus manos para evitarlo… el poder del elector; úselo, no lo dilapide.
Es posible, sólo posible, que lo comentado en esta larga nota permita explicar por qué es necesario –vital casi- ejercer el poder del sufragio y jubilar a los miembros del perenne ‘familisterio’ político, llevando caras, aires e ideas nuevas a dos de los Poderes del Estado. En noviembre próximo esa posibilidad está abierta.
Sí, así es, un pueblo políticamente desinformado es dócil y manejable. Lo peor, a muchos no les molesta ser así.