Por Liliana Cortés, directora de Fundación Súmate
Visibilizar el problema de la exclusión educativa pasa por explicaciones con peras y manzanas. Y en este caso, las peras y manzanas son las historias de esos chicos marginados por su extrema vulnerabilidad, como Nayade, quien a sus 18 años intenta por cuarta vez sacar su primer año de enseñanza media. Nayade llegó este abril a un aula de reingreso decidida a lograrlo.
Su primer intento duró hasta mitad de año; la segunda vez, no pasó de mayo; la tercera, se enfermó y sólo asistió a clases durante un mes. Esta vez se ausentó durante una semana; nuevamente por problemas de salud, pero en esta oportunidad la fuimos a buscar… y volvió. Antes nadie se había dado el trabajo de ir a buscarla, de averiguar qué le podía estar pasando, de saber qué se ocultaba tras su aparente “deserción”, como llaman a un acto que jamás es voluntario, sino producto de un sistema educativo insensible frente al que por su realidad de pobreza y vulnerabilidad se vuelve “problemático”.
El estigma del fracaso escolar acompaña a Nayade como una sombra que no se despega. ¿Qué garantiza que ahora sí pueda lograrlo? Que está en un aula de reingreso con profesores dispuestos a ir a buscarla cuando flaquee, con una compañera que le ha ayudado a comprender ejercicios de matemáticas que antes nunca entendió, porque en esta sala dedicada a ella nadie se pregunta si va a poder, sino que se cree y se trabaja en su poder para salir adelante. El fracaso escolar para ser reparado no necesita exigencias, sino tiempo, dedicación y una permanente actitud de sí, se puede.
En todas las regiones del país abundan las Nayades, por lo que se requiere al menos 15 escuelas de reingreso en el país, y que en las comunas donde se concentra la mayor cantidad de niños y jóvenes vulnerados en su derecho a la educación haya aulas de reingreso, como la que hoy acoge a Nayade y desde donde estamos convencidas saldrá con su primero medio aprobado a fin de año.