Por Rodrigo Durán Guzmán, magíster en Comunicación Estratégica y Periodista.
“No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo”. Esta frase, acuñada por Albert Einstein, podría resumir a grandes rasgos lo ocurrido en la elección presidencial en Brasil donde Jail Bolsonaro ratificó su favoritismo en la primera vuelta (46%) y que, de cara al balotaje del domingo 28 de octubre, datafolha corrobora esta percepción de triunfo en torno a su figura, la cual podría triunfar con un no despreciable sesenta por ciento de adhesión ciudadana.
Seamos claros. El favoritismo en torno a Jair Bolsonaro, quien es el más probable nuevo presidente de Brasil, no es casualidad ni tampoco algo fortuito: es consecuencia de un historial de corrupción, desconfianza ciudadana, malas prácticas, de aumento de la violencia y pobreza, elevada desigualdad y un sinnúmero de otras variables que terminaron por agotar a los brasileños. Entonces, si ni izquierda ni derecha tradicionales han sido capaces de ofrecer e implementar soluciones concretas, reales y tangibles la solución es obvia: Con Jair Bolsonaro no tenemos nada que perder (más de lo que ya hemos perdido) y si podemos obtener alguna ganancia (mejora en nuestra calidad de vida, reactivación económica, aumento en la seguridad ciudadana, lucha frontal contra la corrupción y prácticas indebidas en la actividad política, etc). Piense usted que Brasil, entre los años 2015-2016, vivió una de sus peores recesiones económicas y, a la fecha, el panorama no es mucho más alentador. Incluso, ni siquiera la Copa Mundial de Fútbol disputada el año 2014 en tierras cariocas, donde el scratch fue humillado en semifinales por Alemania (7 a 1 a favor del cuadro teutón) estuvieron exentas de protestas y manifestaciones ciudadanas diarias aprovechando la vitrina y cobertura mediática global. Por otro lado, en materia social, las escaladas de violencia dejan un saldo de 60.000 muertos al año, dejando además temas pendientes en seguridad, salud, trabajo, empleo y vivienda con presupuestos que terminan subsidiando intereses políticos en desmedro del bien común.
No olvidemos que previo a esta elección presidencial, puntualmente el año 2016, Brasil vivió uno de sus momentos políticos más tensos con el impeachment a Dilma Rousseff, sucesora del líder indiscutido del Partido de los Trabajadores (PT) quien, actualmente, vio truncadas sus aspiraciones de optar a una nueva candidatura presidencial: hablamos de Luiz Inacio Lula da Silva. El impeachment a Rousseff, tras una investigación de ocho meses tras la cual 61 senadores votaron a favor de retirar a la presidenta de su cargo de manera definitiva, mientras sólo 20 rechazaron la medida y no hubo ninguna abstención, puso fin a los 13 años de gobiernos del PT los cuales iniciaron con Lula da Silva en el año 2003. Por otro lado, no podemos dejar fuera de este refresh a Lula da Silva quien, actualmente, cumple una condena de 12 años de cárcel por corrupción y lavado de dinero. Cabe recordar que el ex presidente brasileño fue acusado de ser el propietario de un lujoso departamento, ofrecido por la empresa constructora OAS, a cambio de obtener contratos en la petrolera Petrobras. Este hecho fue el detonante de sus problemas judiciales y objeto de debate tanto dentro de su partido (PT) y coalición. Este hecho, conocido mundanamente como “Lava Jato” y que consigna más de 90 condenas emitidas a la fecha con unos US$800 millones recuperados por los investigadores, es considerado el mayor escándalo de corrupción en la historia de Brasil. De hecho, el actual mandatario Michel Temer (del Movimiento Democrático Brasileño, sucedió a Dilma tras el impeachment) se encuentra en el ojo del huracán luego de que trascendiera que él había aprobado pagos para silenciar al expresidente del Congreso brasileño (Eduardo Cunha) en medio de la investigación del caso de corrupción que tiene a Lula tras las rejas.
En este contexto, a modo de sintetizar las razones que ayudan a explicar y entender el actual escenario en Brasil, se está disputando la elección presidencial. Y es que por más que sectores de izquierda y opositores a Bolsonaro intenten catalogarlo de “ultraderechista” o “demonizar” su figura lo cierto es que, de ganar (efecto) Jair Bolsonaro, Brasil no disputa ni su alfa ni su omega. Lo que sí podría suceder es un marcado optimismo que podría impulsar la Bolsa de Sao Paulo, aumente la confianza de los inversionistas por retornar a Brasil, se reactiva y dinamice la economía, se generen más y mejores puestos de trabajo, se aumenten los presupuestos en temas sociales, mejore el clima de seguridad ciudadana y que el otrora “país mais feliz do mundo” recupere, precisamente, la sonrisa de sus habitantes en lo que bien podríamos catalogar como un eventual “efecto Bolsonaro”.
En concreto, el domingo 28 de octubre, las brasileñas y brasileños optarán por no seguir haciendo más de lo mismo, eligiendo un cambio en la forma de hacer las cosas, dando cuenta (a través de su voto) del descontento, desilusión y frustración acumulada durante años no sólo producto del incumplimiento de la falsa promesa de la igualdad, sino también por el engaño populista que, a la luz de los hechos y procesos democráticos vividos en Latinoamérica, pareciera que va en franca retirada.