Rodrigo Larraín
Académico de la Universidad Central
Hace muchísimos años, durante el siglo pasado y cuando Chile tenía un dinámico Estado de Bienestar, si uno recorría las calles Compañía y Catedral encontraba los panfletos, afiches y manifiestos más estrambóticos, pero todos con alguna conexión con la política; mejor aún, con alguna clase de utopía política excéntrica. Eran barrios en donde había varias pensiones para estudiantes universitarios de provincias y también de Santiago, eran la expresión del meritocratismo sufrido para que, después de recibidos, tuvieran la recompensa en la vida. También, y menos extravagante era el compromiso religiosos juvenil, intenso, pero que se daba en los lugares de culto y no se expresaba en pegatinas callejeras, excepto algunos grupos que invitaban a escuchar a un predicador o la llegada del mismo Cristo. Traigo a colación este hecho por el recuerdo algo melancólico y porque sigue vigente la búsqueda de causas e ideales en los jóvenes; sino cómo entender que los ‘especistas’, atacaran un bioterio matando a los roedores que querían liberar, y destruyendo unos huesos para fines arqueológicos, ambas acciones contra una universidad.
Es una causa que anima a un grupo de jóvenes, que como ocurre en esa edad, buscan darle sentido a sus vidas, luchando por alguna causa noble, por la que valga la pena gastar tiempo y esfuerzos. Tener un propósito en la vida luchando contra alguna clase de mal (cualquiera que sea, aunque otros no vean mal alguno). No importa que la causa sea equivocada para los demás, porque estos grupos tienen una lógica de funcionamiento semejante al de las sectas. Toda secta tiene una “verdad” que se vuelve una misión; una misión que el resto del mundo no comprende porque no pertenece al círculo de los elegidos, los integrantes del grupo, que tienen una sabiduría y unos conocimientos especiales y exclusivos.
La política y las religiones institucionalizadas tienen poca adhesión como para dedicarle la vida, como en épocas anteriores, o siquiera un esfuerzo sostenido. En tiempos de desconfianza y conspiraciones, las sectas logran atraer con sus propuestas simples, sus verdades ramplonas y unas actividades secretas; al revés de lo que la despreciable sociedad –el ‘sistema’ como algunos dicen, ostentando una inespecifidad abismante– ofrece a los jóvenes.
Pero el deseo de cambiar el mundo sigue siendo un sueño acariciado por muchos jóvenes, pero está el riesgo de que las ilusiones y expectativas se tuerzan por una formación deficiente. Esto se hace mucho más probable dentro de una cultura popular que desprecia los avances intelectuales occidentales, sólo por ser occidentales. Ejemplo de lo anterior es ese senador que, con una audacia tremenda, asocia una clase de vacuna con el autismo. No es cierto, pero cuadra bien con la ‘conspiranoia’ que siguen muchos sin una educación científica, o una lógica, básica.