Por Jorge Montecinos
A 111 años desde el Tratado de Paz y Amistad de 1904, que confirió a Chile soberanía sobre aquellos territorios que conquistó en la guerra contra Bolivia. Un siglo después, el tema vuelve a tomar vigencia por los continuos reclamos del país antiplanico en distintos foros internacionales.
¿Qué desea Bolivia? Pide una salida al mar con soberanía, algo que Chile no está dispuesto a ceder. En el palacio de la Moneda reclaman la intangibilidad de los tratados, lo que implica que el tema vuelva a situarse una y otra vez. O sea, en este carril de debate el asunto se estanca y no parece tener salida.
Admitamos entonces dos aspectos fundamentales: Chile ganó la guerra y por tanto considera su posición como legítima y ajustada al derecho internacional, tal como Estados Unidos lo hace sobre los territorios conquistados a México. Por otra parte, la pérdida de soberanía marítima para Bolivia ha afectado su capacidad para enfrentar de mejor manera su desarrollo interno.
Aunque no es esencial privarse del desarrollo por falta de un espacio marítimo, en el caso de Bolivia, como país periférico, repercute en aspectos psicológicos, culturales y en el trasporte. Chile por ejemplo, traslada el 90 % de su comercio internacional por vía marítima, incluidos los dos más importantes productos de exportación e importación, como lo es el cobre y el petróleo.
¿Cuál es la importancia de este debate? Bolivia al solicitar soberanía, está pidiendo que su vecino, con quien no tiene relaciones de amistad profunda, le otorgue una de las piezas del fondo de su casa, para acceder posteriormente a la piscina común. Chile responde que eso no es admisible y que con el permiso para pasar por un costado de su propiedad, el objetivo esta cumplido.
Tal situación podría en el futuro poner en riesgo el entorno vecinal. Nadie puede descartar que la reafirmación de identidad nacional de Bolivia concluya en un escenario bélico con Chile. Dicho de otra manera, no es posible prever el alcance del problema. Esto obliga a elevar el gasto en defensa y rompe los equilibrios regionales.
Chile ha logrado establecer una relación de cooperación, asociación e integración con Argentina, con quien comparte una extensa frontera de miles de kilómetros y estuvo a punto de ir a una guerra en el año 1978. Sin embargo, estos sustanciales acuerdos no han tenido el mismo resultado con el Perú y Bolivia.
Entre Lima y Santiago, existe una coordinación de trabajo conjunto, el llamado 2 + 2, que incluye a los ministros de relaciones exteriores y de defensa de ambos países. Pero no se ha logrado salir de la etapa de la construcción de la confianza mutua, para arribar a una cooperación profunda. Esto queda de manifiesto en que cada cierto tiempo aparecen encendidos titulares en la prensa peruana, que buscan la rivalidad con Chile. Lenguaje mediático al cual ha adherido en alguna ocasiones funcionarios gubernamentales.
El caso boliviano es aún más elocuente. No es posible arribar bajo las actuales condiciones a una etapa de “confianza mutua”, pues al parecer la confianza constituye uno de los aspectos que más falta en la relación bilateral. Una manera de contribuir a la paz mundial y a la estabilidad regional y vecinal consiste en reducir la incertidumbre entre los países limítrofes.
Chile debe tomar la iniciativa y promover instancias de diálogo, buscando elevar la amistad recíproca, pero no sólo por medio de la apertura económica, porque la utilización de ese instrumento, considerando la posición de privilegio alcanzada en la región por Chile, es visto por la elite boliviana como una nueva forma de otorgar soberanía. El entendimiento en primera instancia debe ser político, social y cultural, como una forma de desprender los atados nudos del “complejo psicológico” asumido por Bolivia, al perder soberanía marítima.
La mayor crítica que se le puede formular al gobierno de Chile es haber privilegiado los entornos mundiales y continentales, vale decir, sus relaciones con Estados Unidos, Unión Europea y Asía, en desmedro de los vínculos a nivel regional y vecinal. Es hora de mirar al barrio, por que en definitiva, con los vecinos es con quien uno construye una mejor integración, al compartir valores, tradiciones e historias comunes.