Por Hernán Narbona Véliz, Periodismo Independiente
Se levanta una piedra y se descubren todas las variables de malas prácticas, desde irregularidades que buscan eludir el pago de impuestos hasta ilícitos de alto impacto.
La política en cuanto partidos tradicionales alcanza apenas un 4% de credibilidad. La Justicia apenas un 12%, según la Encuesta CEP que abrió el 2017. Si llamé al 2015 el año en que se perdió la virginidad, el 2016 ha sido el año de la desvergüenza, ya que durante este período todos los esfuerzos han buscado conducir a la vía muerta y la impunidad las diferentes causas que remecieron a la opinión pública y que se reflejan en la pérdida de legitimidad de la institucionalidad chilena.
El gobierno y la oposición, de alguna manera coincidieron en ir despejando estos lastres molestos de las causas emblemáticas, como Penta, Caval, Corpesca, SQM con sus aportes a la política, a diestra y siniestra; murieron en la impunidad de la prescripción las colusiones reiteradas del papel higiénico y los pañales; suman y siguen las causas en que la Contraloría ha descubierto malversaciones o cohecho en el manejo de los municipios. La situación del Estado en este plano municipal es extremadamente grave, ya que los partidos han hecho de los municipios cotos de caza con contrataciones masivas de funcionarios que son parte de las máquinas políticas del Alcalde de turno.
El Poder Legislativo se ha lucido, aumentando el número de parlamentarios; manteniendo sus dietas a los que están procesados por cohecho. En el Gobierno, han destacado los casos de Sename, las pensiones ABC1 en Gendarmería, los exabruptos del Ministro de Justicia ( el peor evaluado de todo el Gabinete con un 72% de rechazo en la Encuesta CEP). En el pobre resultado del Gobierno, aparecen promesas que ya son reformas inconclusas o fallidas, como ha sido la continuidad de la mercantilización en educación, con el crédito universitario que sigue sin bajar las tasas de interés en manos de la Banca. Y las tragedias ambientales han demostrado negligencia y mala gestión, Chiloé con el vaciado de salmones muertos y Valparaíso en llamas por enésima vez. Todos exigen que se tale los eucaliptus en torno al puerto y que adquiera los aviones para combatir incendios forestales, Chile ha ardido por todos lados y, pese a la promesa, nunca se adquirieron.
La corrupción que implicó financiar la campaña de Michelle Bachelet con fondos de SQM, a través del G90; el escándalo familiar donde la nuera de la Presidente de la República gestionó el crédito vía entrevista personal de ella y su marido con Andrónico Luksic. Las inversiones vía Fideicomiso “tuerto” de Sebastián Piñera en Perú, lo que ha sido determinado como legal, pero sigue siendo algo reñido con la ética pública.
A propósito de Ética, la Comisión Engels que actuó a posteriori de los escándalos que remecieron a Michelle Bachelet en su círculo familiar, presentó sus sólidas propuestas sobre Probidad y Transparencia, y se ha comprobado que éstas no han ido a lo sustantivo, como era reempadronar los partidos políticos y exigir democracia interna. Medidas que no eran de maquillaje, al final quedaron archivadas en algún cajón del segundo piso de la Moneda.
Sin embargo, como vivimos en una sociedad mediática, acá todo se explica, aparecen distractores, o somos “todos” culpables porque la corrupción es un tema cultural (acuérdense de las clases de ética en el Caso La Polar) y por tanto todo se difumina. O aparece un pato de la boda contra quien despotricar, Rafael Garay por ejemplo, o Jadué. Pero de los coludidos o de los que obtuvieron la Ley de Pesca a fuerza de coimas y cohecho, de eso nadie se acuerda.
En resumen, en Chile no hay responsabilidad política ni menos rendición de cuentas. Cuando se deja un cargo público hay 6 meses de responsabilidad administrativa, lapso muy breve para levantar las auditorías y denuncias que ellas ameritaran. Todo apunta a una búsqueda pragmática de flotar para seguir en el poder, compartiendo el queso. Respecto a las Presidenciales, se observa una estrategia comunicacional que nos determina a elegir entre las margarinas que ellos han cocinado, denostando de paso como populistas, anarquistas, desordenados, perturbadores o poco serios, a todo aquél que se anima a levantar voces disidentes contra el sistema oficial.
Sin embargo, la élite de los dueños de Chile y sus esbirros rentados que están para cuidar el estado de cosas, advierten con pavor que la gente ya no compra buzones y que está la posibilidad real de que lleguen a organizarse transversalmente para ocupar un espacio en la política y alcanzar , por qué no, el poder. ¿Respetarán la democracia si ella deja de servir a sus intereses?
El lenguaje crea realidades. Los chilenos, en más de un 70% están cansados de vivir en la inseguridad, donde todos quieren robarte, en los servicios que debes comprar, el agua, la luz, la telefonía, el supermercado con sus tarjetas o el taxista. Te crucifican con intereses de usura, te aplican impuestos como trabajador y se quedan con tu ahorro previsional. Vivimos un sistema que no se hace responsable y juega con tus ahorros. La sensación de que estamos siendo violentados, que nos meten la mano en el bolsillo cada día y que nos tirarán a la pobreza cuando llegue la edad del retiro, es una realidad que rebasará la paciencia de la gente.
Votar es la salida ciudadana y la correcta elección exige buscar representantes que sean servidores públicos y no pillos que van al poder a enriquecerse y servir a los intereses de los grupos económicos, los mismos que nos han impuesto por más de 40 años una economía dirigida por piratas de cuello y corbata. Chile está viviendo en Modo Rapiña
Ya no es una elucubración teórica de cientistas políticos, es la lectura sensata que hace de su realidad cotidiana un país cansado, donde hay una mayoría silenciosa que representa casi un 70% de la población y que sacará la voz en las urnas con una bandera muy sencilla y aglutinante: la Decencia al Poder.