Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Conferencista, escritor e investigador (PUC)
Si bien compararse con las demás personas no es una acción o una conducta necesariamente mala, sí puede convertirse en un grave problema cuando estas comparaciones se vuelven recurrentes y se transforman en una suerte de “medida de la valía personal”.
No obstante que hay que tener presente que el acto de compararse con otros representa un proceso que resulta ser casi inevitable en el día a día, es crucial que la persona sepa desde ya, que si para ella es indispensable compararse con los demás –a fin de contrastar sus logros y fracasos para sentirse mejor consigo misma–, entonces existe la real posibilidad de que el propio valor personal esté condicionado por el tipo de comparaciones que hace la persona –sean éstas negativas o positivas–, por cuanto, además del posible daño a la autoestima que esa acción puede provocar, no resulta ser del todo justo para la persona, ya que el estado de ánimo y el grado de automotivación estarían dependiendo –en buena parte– del resultado de la comparación, especialmente, cuando el resultado es negativo.
El primer psicólogo social que comenzó a estudiar el fenómeno de la “comparación social”, fue el Dr. Leon Festinger –conocido internacionalmente por su trabajo seminal acerca de la “teoría de la disonancia cognitiva”– quien, en su teoría de la comparación social, sostuvo que las personas “tienen un impulso innato para efectos de evaluarse a sí mismas, a menudo en comparación con otros”. El Dr. Festinger estimaba que la gente se compara con otras personas como una manera de establecer o fijar un punto de referencia, por intermedio del cual, pueden hacer evaluaciones precisas acerca de ellas mismas.
El proceso de comparación social comienza, en primera instancia, con “conocerse a sí mismo por medio de la evaluación de las propias actitudes, rasgos personales y habilidades”. En segundo lugar –y en la gran mayoría de los casos– el proceso de comparación social se lleva a cabo con aquellos individuos del propio grupo o con sujetos de similares características, en función de lo cual, se producen dos tipos de comparación: (a) comparación social ascendente y (b) comparación social descendente.
La “comparación social ascendente” se produce cuando la persona se compara con aquellos individuos que considera que son mejores que ella. Este tipo de comparación, generalmente, se enfoca en el deseo del sujeto de mejorar su estado actual o el nivel de habilidades disponibles.
La “comparación social descendente” ocurre cuando la persona se compara con otros sujetos cuya situación o condición es peor que la de la propia persona. Este tipo de comparaciones “a la baja”, muy a menudo se enfocan en hacer sentir mejor a la persona en relación con sus habilidades o rasgos personales, bajo el principio de “puede que no sea bueno en algo, pero al menos estoy mejor que los demás”.
Ahora bien, algunas consecuencias negativas que pueden surgir del hábito de compararse con otras personas, son las siguientes:
- Debilitación de la autoestima: la comparación puede llevar a la persona a pensar que su vida o su situación es menos favorable que la que tienen los otros. Asimismo, también podría conducir a que la persona subestime sus fortalezas, sus cualidades, sus logros, etc. Esto puede, eventualmente, socavar la confianza y seguridad en sí mismo del individuo, provocando una suerte de rechazo hacia la propia persona.
- Baja en el estado de ánimo: las comparaciones de tipo ascendente, pueden afectar el modo en que la persona se siente de una manera negativa, ya que la comparación centra su atención en todo aquello que la persona no tiene, o bien, en todas las equivocaciones cometidas o malas decisiones que haya tomado.
- Impide el establecimiento de relaciones sanas: si la persona está constantemente comparándose con los demás y trata de ser mejor que ellos, se puede tornar algo difícil establecer relaciones duraderas, sanas y de calidad, por cuanto, las comparaciones suelen despertar en las personas reacciones y sentimientos de envidia y de competencia hacia aquellas personas que comparten un vínculo.
- Pérdida de tiempo: cuando una persona se dedica constantemente a compararse con los demás, ella se enfoca habitualmente en aquello que no tiene, en lugar de centrarse en lo que sí tiene y que puede fortalecer. En este sentido, el sujeto adopta una mirada desde la carencia. A lo anterior, se suma que la comparación pone toda su atención en un individuo que nada tiene que ver con la persona, por cuanto, la biografía personal de este individuo es muy diferente, a raíz de lo cual no tiene sentido alguno dicha comparación.
Ahora bien, lo primero que debe hacer la persona para dejar de compararse con los demás, es “comenzar aceptando que tiene, justamente, la tendencia a compararse”, ya que si no es capaz de reconocer y aceptar que vive comparándose con los demás, será muy difícil solucionar este problema. Por lo tanto, el primer –y principal paso a dar– es aceptar esta realidad.
El segundo paso que es preciso dar, es reflexionar –y darse cuenta– del daño que la persona se está haciendo a sí misma, y tener muy presente que cuando no cesa de compararse con otros individuos, la fuerza, el ánimo y la motivación se van apagando, en tanto que la molestia y la insatisfacción con la vida se incrementan.
El tercer paso, es enfocarse en aprender, más que en competir con los demás, en función de lo cual, si la persona insiste en compararse con otros, que esta acción se produzca desde una actitud de aprendizaje y de inspiración, ya que, en este caso, la comparación en vez de generar malestar o envidia, será una acción que producirá gratificación y se convertirá en algo enriquecedor.
Digamos finalmente, que en función de todo lo que se ha señalado previamente, lo mejor –y lo más prudente– que puede hacer una persona, es tener muy en cuenta que la única forma inteligente de mejorar y crecer en la vida, es enfocándose y centrándose en uno mismo, más que estar observando a los demás.