Por Rubens Francois I.
El crecimiento económico en nuestro país se ha puesto en el centro de un debate que no se puede soslayar. El temor a una recesión es comprensible y a cualquier gobierno lo lleva a priorizar el manejo de sus políticas contracíclicas o que provoquen e induzcan un cambio de la tendencia que ha seguido el comportamiento del PIB y las demás variables estructurales.
El énfasis en el crecimiento, per se, sin contextualizar sus características y efectos, podría hacernos creer que basta con crecer para encaminarnos al desarrollo económico. Los que así piensan, su visión y la métrica que utilizan, restringen a un modelo cerrado la lógica de que por sobre ciertas tasas de crecimiento se garantiza que la economía podrá disminuir la pobreza y acercarnos a los parámetros de los países desarrollados. El crecimiento se ha llevado a un modelo reduccionista que solo consigna un par de variables que concentran toda la preocupación y énfasis de algunos economistas, pretendiendo darle valor científico solo a ese enfoque.
Así, el crecimiento, como objetivo y meta, se apodera de la política económica y de la gestión del gobierno, pasando a segundo plano el ensamble de las políticas de activación productiva con los cambios que necesita el sistema como un todo para echar las bases de un crecimiento que requiere incrementar significativamente la inversión y la productividad para modificar la escala y calidad del crecimiento.
Veamos algunos argumentos para explicar lo dicho anteriormente:
1. Sin crecimiento no hay riqueza a repartir. Sin crecimiento pierden más los pobres y quienes viven de un salario; los desocupados y sus familias son el segmento más afectado en los ciclos recesivos.
2. Cualquier crecimiento no reparte riqueza con equidad. El crecimiento que concentra el PIB en la producción extractiva y que exporta la producción en bruto, sin valor agregado, sin pagar siquiera los impuestos asociados como es caso de la minería, no es un crecimiento saludable por sus efectos regresivos.
3. Las bases del crecimiento siguen siendo la inversión productiva, la productividad, así como la estabilidad institucional y social. La inversión condicionada políticamente a que nada de lo demás cambie no consigue plasmarse en un 100% y no desencadena impulsos para el desarrollo productivo. La productividad va ligada al cambio en la forma de producir y de llevar a cabo el trabajo y eso tiene un costo que hay que asumirlo. Las instituciones públicas y privadas si no contraen un compromiso país no avanzan en conseguir cumplir tales objetivos.
4. El crecimiento como único eje de la redistribución y paliativo de la desigualdad no ha funcionado. No puede continuar el doble discurso donde la derecha plantea que solo el crecimiento permite llegar a morigerar la pobreza y la desigualdad y la centro-izquierda que cuestiona no sin argumentos – en su discurso – que el ajuste espontaneo que se produciría en los mercados conlleva crecimiento, mientras más libres operen.
5. El crecimiento con redistribución de la riqueza implica incremento del impuesto a la renta y disminución del IVA a la canasta de los más pobres (productos y servicios específicos). La principal herramienta redistributiva que poseen los gobiernos es la aplicación del impuesto a la renta, por el efecto de una mayor base imponible que reduce el acceso a la riqueza de tales contribuyentes y por las transferencias de esa recaudación y su aplicación de tales recursos fiscales al gasto y la inversión del Estado. El IVA es regresivo, particularmente, en el caso de los más pobres. Llegó el momento de complementar la política tributaria con rebaja o exención del impuesto al consumo de bienes y servicios que consumen los quintiles de más bajos ingresos.
6. El crecimiento con igualdad no es posible sin un Estado capaz de obtener y administrar los recursos necesarios para llevar a cabo políticas redistributivas. Sin un presupuesto que considere la continuidad de dichos fondos y la capacidad de ejecutarlo eficazmente no hay manera de modificar los parámetros un crecimiento que pavimente el camino al desarrollo.
7. No podemos esperar a que los dirigentes empresariales, al menos por ahora, manifiesten un cambio en su idea de que “solo el crecimiento garantiza reducir la pobreza y que la desigualdad no es posible eliminarla”.
8. La educación, la capacitación laboral, el acceso a la información y al conocimiento, son derechos que el Estado debe asegurar y para ello el desarrollo de una sociedad del conocimiento está intrínsecamente ligada a la inversión en tecnologías de la información y de las comunicaciones con acceso libre a Internet.
9. Al parecer, tampoco debiéramos esperar de los empresarios, al menos por ahora, preocupación y compromiso por proteger el medio ambiente, los ecosistemas y los recursos naturales.
10. El Estado debe intervenir como agente superior en la sociedad para regular y planificar el desarrollo de políticas y acciones destinadas a asegurar un habitat vivible y saludable para las futuras generaciones.
11. El crecimiento y la lucha por reducir la pobreza y la desigualdad no puede ignorar, entre otros, el aporte de los adultos mayores en la actividad productiva, tanto para incrementar la productividad como para compensar las bajas pensiones; la educación dual que permita a los jóvenes, simultáneamente, estudiar, trabajar y adquirir un oficio certificado y, el reforzamiento de la igualdad de género en el trabajo, permitiendo las mismas oportunidades a la mujer en la vida laboral.
12. El crecimiento está determinado por la voluntad y capacidad de los factores productivos para emprender y lograr una meta de ganancia, salario y posición en el mercado. Los mercados de bienes y servicios, laboral y financiero deben operar de acuerdo a reglas y condiciones muy claras, lo que el Estado, en un marco institucional democrático, puede asegurar, corregir y encaminar para posibilitar un crecimiento con equidad, consistente con los objetivos y requisitos sancionados por la ciudadanía.
13. El funcionamiento espontáneo de los mercados imbrica la dinámica del crecimiento, pero no necesariamente sigue la ruta que permita satisfacer de modo equilibrado, equitativo y con iguales oportunidades las metas y necesidades de todos los individuos en la sociedad. La sincronía y ensamble sistémico de los distintos agentes y factores productivos no se da espontáneamente en el libre juego de la oferta y la demanda. La sinergia de la intervención del estado agrega valor a las relaciones entre mercado y consumidores y transforma ese vínculo en un paradigma, donde surge el rol del ciudadano que incorpora a la economía la cultura, la ética, la moral, la solidaridad y el compromiso con el país y su gente.
14. El crecimiento se puede transformar en un valioso acicate para integrar a toda la sociedad si, como condición, todos saben cuáles serán los frutos de ese crecimiento y cómo serán recompensados en este esfuerzo. Si el crecimiento solo logra mostrar las cifras globales del PIB, la inflación, el empleo y los guarismos per cápita, sin un claro mejoramiento absoluto y relativo en todos los segmentos de la población, especialmente, en los quintiles más pobres, el crecimiento será muy probablemente desigual, excluyente e inequitativo.
15. El rol del Estado es, por tanto, irremplazable e ineludible al momento de fijar las reglas y conductas en materia de probidad, legitimidad, legalidad, transparencia y respeto de los compromisos que unos y otros llegan a establecer en lo que se conoce como el contrato social. El Estado lo construyen los ciudadanos y la base de su sistema político es la Constitución. Pero por sobre todo, es la cultura y el modo de vivir y convivir de la sociedad lo que garantiza finalmente que los frutos del crecimiento se repartan con equidad y vayan acortando las impresionantes brechas que hoy segmentan y separan a los ciudadanos de nuestro país.
16. El paradigma fundamental se reduce, en mi opinión, a transformar el crecimiento en desarrollo. No sirve cualquier manera incrementar el PIB. No da estabilidad social ni política la creciente brecha que se produce entre los más ricos y los más pobres en la sociedad actual. El funcionamiento de un modelo económico que concentra riqueza y, simultáneamente, excluye y menoscaba a los que no logran el éxito económico, no ayuda a resolver el estigma societal contemporáneo que separa a los más ricos en condominios de lujo para diferenciarse del resto y a los más desposeídos los desparrama en la periferia más abandonada y paupérrima de las ciudades. Empíricamente, sin lugar a dudas, se demuestra que han sido gobiernos de centro y centro izquierda los que han conseguido en sus períodos de gobernanza se logre mitigar la desigualdad, no solo por la vía de reducir la pobreza extrema.