Por Wilson Tapia Villalobos
A veces las transformaciones civilizatorias vienen precedidas de hechos sorprendentes. Por una parte, se profundizan los desaciertos, las iniquidades, los abusos. Y, por otra, se incrementan el malestar, las protestas, la búsqueda de soluciones más equitativas, que traigan consigo esperanzas de felicidad. En este momento, estamos en la acumulación de desaciertos, de incoherencias ideológicas y de respuestas protestatarias. Las soluciones se vislumbran lejanas. Pero, al menos, existe la presión, aún tímida, de que se las busque también en la sabiduría de la comunidad y no sólo en el conocimiento de los tecnócratas especialistas.
Estamos, pues, en la etapa de desvalorización -y le doy a este término una connotación filosófica-, de pérdida de valores positivos. En que la búsqueda de los grupos políticos no está orientada por el bienestar general, sino por el poder, a través del dinero y del control político. Por eso es que hoy no se sabe qué ubicación darle a Partidos que antes eran claramente de izquierda y que hoy sorprenden con desplantes neoliberales. Es el caso, por ejemplo, del Partido Socialista. En la misma línea se podría colocar al Partido Radical, aunque este tiene una raigambre claramente liberal. Lo que más sorprende, sin embargo, es la posición del Partido Comunista (PC). Para insertarse en el actual esquema ha debido hacer concesiones importantes. Si su ideología se mantuviera incólume, no podría estar en una coalición que rinde pleitesía a la democracia de los acuerdos. Entre otras cosas, porque nadie puede desconocer -y menos los políticos- que tal práctica sólo acrecienta el poder de quienes ya lo ejercen. Pero es posible que el PC haya comprendido, gracias a las fracasadas sociedades que creó, que el hombre nuevo no puede nacer en cuna conservadora. Casi clerical, como eran los países de la órbita socialista que sucumbió en 1989. Si es así, poco tiene que ofrecer.
Es cierto que buena parte del germen de la descomposición está en los partidos políticos, de gobierno y oposición. Pero también hacen un aporte suculento los empresarios y las castas religiosas. El nuevo presidente de la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC), Alberto Salas, hizo un encomiable discurso al asumir su cargo. Afirmó que no estaba dispuesto a tolerar en su organización a empresarios que vulneren la ley. Es lo mismo que afirmó su antecesor. Y todos los integrantes de la CPC saben cómo se lleva una doble contabilidad para evitar tributar por la totalidad de las ganancias obtenidas. Eso, además de ponerlos fuera de la ley, es un daño a toda la sociedad.
Los líderes políticos también hicieron su aporte en estos días. El ex presidente Ricardo Lagos negó estar dispuesto a postularse nuevamente a la presidencia de la República. Su justificación fue que, en Chile, solo dos han sido los mandatarios que lograron llegar a La Moneda en dos períodos. Citó los casos de Arturo Alessandri Palma (1920-1924 y 1932-1938) y de Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931 y 1952-1958). Los dos, dijo Lagos, “están en los libros de historia por lo que hicieron en el primer gobierno, no en el segundo”. Resulta que ambos fueron derrocados en sus primeros mandatos. El primer período de Ibáñez fue una dictadura. Y el de Arturo Alessandri estuvo signado por la inestabilidad política, producto de sus propios devaneos. Si bien ambos tienen realizaciones, como un cambio de Constitución Política y la creación de organismos estatales que estimularon el desarrollo económico, no hicieron aportes sustanciales a la creación de un país más equitativo.
Las palabras de Lagos más parecen un pasada de cuenta a Michelle Bachelet.
En la otra banda, Jovino Novoa recupera cámaras. Señalado como uno de los principales recaudadores de dinero para la Unión Demócrata Independiente (UDI), se ha negado a declarar ante la Fiscalía por el caso Penta, y dice que sólo lo hará ante los jueces. Clama por un acuerdo como el que se logró, entre la UDI y el entonces presidente Lagos, por el escándalo MOP-Gate. En los círculos íntimos de Novoa se comenta que ante las dificultades muestra la “frialdad de un pescado”. En este caso, en realidad, sería más apropiado compararlo con la cara de piedra de un moai.
Pero no sólo los políticos y empresarios hacen aportes. El Nuncio Apostólico, Ivo Scapolo, salió en defensa del cuestionado Obispo de Osorno, Juan Barros. Descalificó a los que se han opuesto a la designación de Barros, señalado como participante en los abusos sexuales practicados por Fernando Karadima, sacerdote condenado por Roma. Además, dejó entrever posibles sanciones para los sacerdotes José Aldunate, Felipe Berríos, Mariano Puga y el provincial de los Sagrados Corazones, Alex Viguera, todos fuertes críticos de la promoción de Barros.
Las palabras de Scapolo y la designación de Barros parecen desmentir la propalada tolerancia cero del Vaticano para con los sacerdotes católicos pedófilos. Si el nuncio tiene razón, el Papa Francisco esgrime un discurso público diferente a las acciones que lleva a cabo.
En la semana también se conocieron otras noticias que hacen reflexionar. El ex ministro de la Concertación, Enrique Correa, ha sido mencionado como uno de los principales asesores comunicacionales de Soquimich (SQM). Esta, empresa pertenece mayoritariamente a Julio Ponce Lerou, ex yerno del general Augusto Pinochet. Ponce se hizo de Soquimich, empresa que era estatal, gracias a su vínculo con el dictador. También se supo que el actual Subsecretario del Ministerio Secretaría General de Gobierno, el radical Rodolfo Baier, trabajó para SQM.
Nadie puede discutir la libertad de las personas a ejercer una labor remunerada. Pero de las figuras políticas que deberían representar una mirada democrática, diametralmente opuesta a la que tenía la dictadura, se podría esperar que luchen por la devolución de las empresas estatales. En cambio, se las ve aprovechando su cercanía con el poder político para lograr nuevos posicionamientos. Y, de paso, entregar canales expeditos para que sus empresarios mecenas obtengan ventajas en el área gubernamental. Así están las cosas. Vivimos la época de la desvalorización.