Por Jorge Gajardo Millas
Académico Facultad de Economía y Negocios, U. Central
Que la economía oscila de manera cíclica es un tópico más que estudiado en macroeconomía. En el caso de Chile, desde mediados de 2013 se verificó una caída sistemática de la tasa de crecimiento, fenómeno que se revirtió desde principios de 2017. No debiera extrañar, entonces, que al día de hoy se hable ya con solidez de un nuevo ciclo de desaceleración.
La caída por seis meses consecutivos de la tasa de crecimiento de los ingresos del trabajo, variable altamente correlacionada con las ventas del comercio; y las expectativas económicas apuntando a una moderación de estas respecto del futuro inmediato, se suman a la certeza de condiciones financieras más duras a raíz del alza de tasas por parte de la Reserva Federal de los EEUU y la alta probabilidad de impactos negativos derivados de su guerra comercial con China. Finalmente, tanto el FMI como la OMC han rebajado sus perspectivas de crecimiento y comercio mundial respectivamente para 2019.
Hasta acá no estamos sino ante una oscilación macroeconómica y un entorno volátil y riesgoso. Lo preocupante es en qué pie el ciclo sorprenderá a la economía chilena.
En efecto, la mayoría de la población no alcanzó a experimentar nada del ciclo de bonanza, pese al alto crecimiento del 2018. Los salarios reales han caído 1% en un año y el desempleo –paradójicamente- ha aumentado en vez de disminuir. Por otra parte, a diferencia del anterior ciclo de alto crecimiento y alto precio del cobre, el país ha visto considerablemente mermados sus ahorros fiscales, los que a principios de la década eran casi de un gasto fiscal anual completo.
Las herramientas de estabilización automática disponibles para encarar la baja del ciclo son: la política monetaria y el tipo de cambio flexible. La política fiscal, por lo anteriormente dicho, así como por la disposición negativa de usarla como palanca expansiva puede, en principio, descartarse. El gasto público en el 2019 crecerá menos que el producto y es posible que la recaudación también, a juzgar por las críticas al informe financiero que sustenta el proyecto de reforma tributaria actualmente en discusión.
Si sumamos los bajos niveles comparativos de remuneraciones de la población activa y al proyecto de reforma al sistema de AFP, que en esencia –hasta donde sabemos- solamente fortalecerá el sistema de capitalización individual y sus magros frutos podrían verse a partir del año 2050, no es osado vaticinar que, al menos para la mayoría de la población, habrá que esperar tiempos mejores para que lleguen los tiempos mejores.