Por Dr. Nelson Sepúlveda
Académico Escuela de Ingeniería UCEN.
La educación online con orientación a logros de aprendizaje en línea, no es tema nuevo en los procesos enseñanza-aprendizaje. Cualquier persona con los recursos tecnológicos, habilidades digitales, conocimiento de navegación en línea, y si posee la madurez necesaria respecto a su metacognición, puede optar a cursar algunas cátedras o programas de estudios completos disponibles en la red, y si dispone de dinero también puede acceder a certificación de los estudios virtuales.
La realidad desde marzo 2020 es que miles y miles de adolescentes, niñas y niños desde temprana infancia, se vieron obligados a la educación virtual compartida con los teletrabajos de sus padres, sin la tecnología necesaria, sin la conectividad adecuada, y sin el acompañamiento pedagógico de un docente guía. ¿Existe el proceso enseñanza-aprendizaje sin retroalimentación?, probablemente no.
Nuestros estudiantes, nuestros profesores sometidos a un tecnoestrés las 24 horas del día, los espacios personales se convirtieron en aulas públicas, ¿cuántos estudiantes ingresan a nuestro comedor diariamente y tratamos de hacer nuestra clase lo mejor posible?, ahí, en la misma silla del comedor sentado por horas, en el mismo sofá, en el mismo rincón donde el cable alcanza el computador, la lampara, o la ventana nos da un poco de luz.
Cuanta falta nos hace en estos momentos la empatía colectiva, nadie en su sano juicio podría pensar que es una comodidad estar en la casa con un “tele-mundo” de trabajo, de clases, de reuniones con todos a la vez, en un espacio destinado para vivir, ¿han pensado que desde marzo cada uno tiene una oficina con la familia viviendo ahí, y nunca se sale de ella?, y en el caso de salir, el riesgo de enfermarse es alto porque hay una pandemia a nivel mundial y las políticas públicas vienen de un conocimiento solo de los últimos 6 meses. Estar cómodo teletrabajando es muy distinto a valorar, que desde el espacio propio, cada cual con sus herramientas hace la mejor aula posible, asumiendo una realidad tan diversa para cada profesor, como para cada uno de nuestros estudiantes.
Y así transcurre cada día en este encierro, como en la película de 1993 protagonizada por Bill Murray, esperando que mañana cuando vuelva a sonar el despertador, podamos seguir avanzando con las lecciones de todos los errores que se cometieron el mismo día, durante meses.